En pleno siglo XXI cuando gran parte del mundo se ha entrelazado mediante una agresiva globalización neoliberal, resulta hipotético imponer sanciones a una potencia como Rusia que puede comerciar con otros muchos países y al final salir mejor parada que sus inquisidores.
La furia de Estados Unidos y de la Unión Europea debido a que Rusia acogió la integración de Crimea a la Federación como solicitaron en referendo sus habitantes, fue la chispa que alebrestó a occidente para imponer sanciones al gigante europeo cuyo pueblo ha enfrentado y emergido airoso de bloqueos económicos y dos guerras mundiales a lo largo de su historia moderna.
Lo cierto es que en este mundo completamente globalizado cuando una puerta se cierra, otras se pueden abrir y el ejemplo más reciente resultó la enorme cantidad de sanciones económicas que Occidente impuso a Irán y que ahora ha tenido que echarlas atrás mientras que a Teherán le sirvió para reajustar su mercado interno y abrir oportunidades con otros clientes extranjeros.
Nuevas operaciones de “castigo” contra funcionarios y empresas rusas han sido impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea en busca de hacer lo imposible por debilitar a Rusia. Esto ha impulsado a esta nación a rediseñar su estrategia energética en momentos que países asiáticos en pleno desarrollo como China e India están cada día más necesitadas de petróleo y gas.
El politólogo estadounidense Thomas Gram, escribió recientemente en el diario inglés The Financial Times, que “ya es imposible aislar a Rusia, ubicada como la sexta economía más grande del orbe y el mayor exportador mundial de hidrocarburos, que proporciona a la UE un tercio de su petróleo y gas”.
El trasfondo de la tirante situación creada en Ucrania consiste principalmente en una práctica geopolítica de Washington para cercar y tratar de debilitar a Rusia.
Para Europa, que sigue al pie de la letra todas las órdenes de Estados Unidos, Ucrania es una fuente para obtener alimentos, materias primas y minerales y a la par, un mercado para colocar la diversidad de sus productos manufacturados, con el consecuente déficit para Kiev en la balanza comercial con el bloque que alcanza a más de 10 000 millones de dólares.
Datos oficiales informan que la deuda de Kiev con Moscú asciende a 16 000 millones de dólares. Para poder recibir empréstitos, el gobierno instalado tras el golpe de Estado, aceptó un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que le ha exigido de inmediato, encauzar profundas medidas neoliberales y reducir al máximo los servicios públicos.
La primera es que a partir del pasado primero de mayo, el aumento de la tarifa de gas para la población subió un 50%, y para los mayoristas hasta el 40% a partir del 1 de julio.
¿Qué sucedería, no solo a la economía de Ucrania, sino también a muchas de la Unión Europea si Rusia corta el suministro de gas?
Para Kiev sería un fuertísimo golpe y para la UE puede representar otro estremecimiento ante la crisis económica que padece desde 2008 sin otearse aún visos de superación.
Por los gasoductos que conectan a Rusia con Europa a través de Ucrania pasaron en 2013 la cantidad de 86 100 millones de metros cúbicos y en total, Moscú abasteció el 34 % del mercado de esa región.
Serguéi Gláziev, consejero presidencial ruso para la integración económica regional señaló que si continúan las sanciones y Washington corta a Moscú del sistema financiero mundial (en dólares y euros como lo hizo anteriormente con Irán) las pérdidas de la Unión Europea alcanzarán a un billón de euros lo que sería un suicidio económico para el viejo continente.
El Banco Central y el Gobierno de Rusia están trabajando en la creación de su propio sistema de pagos tras la cancelación de operaciones y pagos de los clientes de varios bancos rusos por las compañías Visa y MasterCard.
Como afirma Gláziev, si Estados Unidos congela las cuentas de empresas y ciudadanos rusos, Moscú podría reconocer la imposibilidad de devolver los préstamos concedidos por los bancos estadounidenses. Es decir, las sanciones tienen doble filo.
Otra relevante situación es la posibilidad de que Moscú, ante las constantes amenazas de Washington, desista de utilizar el dólar y comience a vender energía en otras monedas lo cual sería un duro golpe al billete verde que se basa en los llamados petrodólares sin que tenga un respaldo en el oro.
Ya el grupo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) esta realizando muchas de sus operaciones comerciales en las diferentes monedas de sus países y ha comenzado a separarse del dólar. Las sanciones norteamericanas-europeas contra Moscú podrían acelerar ese sistema de pago entre las cinco economías emergentes.
Como se conoce, por la diversidad de relaciones que mantiene con países de los diferentes continentes, Moscú puede obtener cualquier mercancía que necesite. Pero los productos que ella exporta (gas, petróleo, metales y tecnología aérea y cósmica) son insustituibles para la mayoría de las naciones.
Por ejemplo, hace unos días, el sub secretario de Defensa de Estados Unidos, Frank Kendall aseguró que no se vislumbra ninguna opción para poder reemplazar los motores de cohetes de fabricación rusa que Washington utiliza para lanzar satélites de aplicación militar.
El Pentágono informó que utiliza los motores rusos RD-180 para los cohetes Atlas y no cuenta con los recursos temporales y tecnológicos necesarios para producir ese tipo de motores.
Recientemente, el ministro de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, realizó una visita de dos días por cuatro países de América Latina (Cuba, Chile, Nicaragua y Perú) mientras sostiene una fructífera relación comercial con Brasil, Argentina, México, Colombia, Ecuador y Bolivia, lo que hace suponer la ampliación futura de intercambios con Latinoamérica. En Asia y África también mantiene estrechos lazos mercantiles.
Como se observa, en tiempos de globalización comercial esta caduca la época de unilateralismo económico y mucho menos imponérselo a una potencia como Rusia. El diálogo y la concertación de posiciones será lo más indicado.