Leyendo “La muerte de la tragedia” de George Steiner, me conseguí con esta estremecedora afirmación suya: Yahvé es justo, hasta en su furia. Esta exigencia de justicia es el orgullo y la carga de tradición judaica... Fue escrita a finales de los cincuenta cuando la tragedia palestina apenas comenzaba.
Ahora evita hablar de eso, pero, nos dejó una prenda: El Estado de Israel debe sobrevivir imperativamente, pero su nacionalismo es una tragedia… Parecía suficiente. En el libro antes mencionado ya nos había dicho: La tragedia es irreparable. No puede llevar a una compensación justa y material por lo padecido…
Imaginé que por eso lo llamaban el “ultimo de los humanistas”, pero, paradójicamente él asume que su labor humanista está copada con la literatura clásica de su europeo mundo, ese que considera crisol de la humanidad. Que espanto me producen aquellos que ante el horror admiten que su compromiso es sólo con la academia.
Así se libra de escuchar a la señora Ashton (tan baronesa como impresentable en su aspecto y apreciaciones), hablar del derecho de Israel a defenderse de la agresión palestina. Atarugado con pergaminos clásicos no puede oír a los Obama, Hollande o Cameron (sin olvidar a ese infeliz coreano de la ONU), decir a coro que el gobierno de Israel sólo está protegiendo a sus ciudadanos.
El decepcionante Steiner, judío practicante, sabe que el derecho del pueblo de Israel a sobrevivir no requiere de la eliminación de otros pueblos. Pero, guarda silencio ante la ocupación progresiva, implacable y totalitaria de los judíos sobre la tierra palestina. Se conforta sabiendo que, junto a Yahvé y su furia, está el respaldo de los pueblos cultos de Europa.
Esa es la esencia del pensamiento de derecha, relativizar lo absoluto (lo llaman pragmatismo). Para una persona justa el horror de ejércitos desangrando soberanías es una realidad absoluta que no admite subordinaciones. Sin embargo, pareciera que al dios que alienta tales acciones y consolida ese pensamiento, la justicia siempre le parecerá una pajudez.