Crimen mediático organizado para hacernos adictos a lo macabro
Aprovechándose del muladar en que el neoliberalismo ha convertido la Historia reciente de México, la narco-telenovela “El Señor de los Cielos”[1] exhibe al “crimen organizado” como si fuese un objeto de diversión y un entretenimiento familiar. A lo largo de sus capítulos, de “primera y segunda temporada”, se despliega ante nuestros ojos una manera sui géneris de tratar los hechos más aberrantes de la vida económica, de la política y de la violencia desalmada que aplasta al pueblo de México. Algunos seguidores creen que es una “denuncia”.
Ese “entretenimiento” incluye el repertorio farandulizado de corrupción familiar, militar, gubernamental, empresarial y política tocadas por la mano del reino “narco”; incluye el papel de la DEA y sus siempre sospechosas incursiones en todo el continente; incluye los devaneos de las relaciones internacionales entre México y USA e incluye el inventario de todo lo macabro de, por ejemplo, el asesinato del candidato priista Luis Donaldo Colosio. Todo tratado con los velos más socorridos en los estereotipos telenoveleros.
Esta serie televisiva utiliza la historia del neoliberalismo como decorado del “crimen organizado”. Una especie de “juego de espejos” donde no se sabe qué crímenes son peores y no se sabe dónde comienza, ni dónde terminará, una tragedia aberrante y sangrienta que ha instalado formas del doble poder mafioso en todo México. ¿Quién es más criminal el “narco” o el gobierno?. Complementa este menú de crímenes, una dosis de erotismo “vaquero” o “norteño”, una pizca de talento actoral, unos cuantos narco-corridos y porciones generosas de símbolos religiosos, culto al familiarismo y fetiches del poder a granel. Las mansiones coronan el festín del culto al macho “millonario” con siervos arrodillados incluyendo esposas y amantes. ¿Falta algo?
Sería simplista decir que basta y sobra con exhibir el álbum completo del fetichismo de la burguesía para garantizar éxito al relato “biográfico” de un narco-traficante, hay que decir que, técnicamente, la historia y la Historia son contadas con la eficacia que la mercancía llamada telenovela ha acumulado para forjar sus cánones de calidad y de “éxito popular”. Y eso no es poco peligroso. Todo esto se confabula para que, en cadena con todas las demás experiencias de narco-relato, comencemos a acostumbrarnos a ver, con la naturalidad más conveniente, el reino del crimen organizado como parte del paisaje cotidiano y como parte de un nuevo catálogo de héroes, heroínas y leyendas cuya moraleja es: hay que amasar fortunas, rápido y a toda costa… cueste lo que cueste.
Es verdad que uno podría engolosinarse inventariando obviedades de esas que “El Señor de los Cielos” nos muestra generosamente. Es verdad que uno podría creer que basta y sobra con listar algunos ingredientes de esta narco-telenovela para contribuir a denunciar el peligro del acostumbramiento y de la imitación que ni son lineales ni son imposibles. Y es verdad que la complejidad de estos paquetes semánticos nos exige instrumentales especializados para desactivar su capacidad de daño social y es verdad también que no contamos con laboratorios de trabajo, con equipos de expertos ni herramientas de difusión que hagan contrapeso, al menos, mientras el capitalismo desarrolla su guerra de propaganda en nuestras narices.
No es suficiente con no ver -o dejar de ver- esta u otras narco-telenovelas. No es suficiente con apagar la “tele”. El “Señor de los Cielos” no es el problema, el problema es el sistema que lo diseña, lo escribe, lo financia, lo distribuye y hace de toda esa ofensiva ideológica un gran negocio que se paga, por colmo, con lo que los pueblos gastan cuando consumen la chatarra que nos publicitan entre episodio y episodio. El problema es el grupo complejo de racimos ideológicos dispuestos para que estallen en las cabezas de los destinatarios, que actúen como “placeres” y nos vuelvan adictos a un modo del relato diseñado para que nos traguemos todos los antivalores burgueses inventados hasta hoy como “espectáculo”.
“El Señor de los Cielos”, tocado por la mano de la DEA, es susceptible de todas las sospechas semióticas que podamos enderezar. Y no se trata de atacar al “gusto” de los receptores, como si con esa transferencia de responsabilidades pudiésemos conjurar el peligro de ésta y todas las narco-telenovelas juntas. El paquete semántico no es responsabilidad del destinatario sino de quien lo elabora. La responsabilidad sobre el contenido ideológico de esta clase de “producciones” debe ser evaluada y, en su caso sancionada, con las leyes no sólo vigentes en cada país donde se exhibe sino con las leyes, reglamentos y códigos propios de la defensa de los derechos humanos en todo el planeta.
No debemos quedarnos en silencio aunque sea poco lo que podamos hacer sólo con nuestros argumentos. Hay que esforzarnos en advertir, en instrumentar y en multiplicar, tesis e hipótesis críticas y científicas en torno al género naciente de las narco-telenovelas (entre otras ofensivas ideológicas burguesas) Hagamos lo necesario al servicio del pensamiento crítico en materia de comunicación y de semiótica emancipadora. No importa qué tan alto vuele el “Señor de los Cielos” en el firmamento simbólico -o mediático- de las televisoras mercantiles, ni importa la velocidad de sus vuelos ni de sus revuelos, siempre es posible mirar críticamente el “gusto” de mirar teledramas, siempre s posible no quedar anestesiados por los mil trucos de publicitas y tv-productoras que anhelan narcotizarnos con sus imágenes. Al vuelo.
[1] “telenovela producida por Telemundo Studios alcanzó un rating promedio de 8,5 puntos y un share de 14%, totalizando 2,19 millones de espectadores entre el 30 de junio y el 6 de julio manteniendo un rendimiento similar al de semanas anteriores”. http://www.prensario.net/8993-