Los medios de prensa occidentales unánimemente dijeron que Dilma Rousseff había utilizado el alto podio de la 69° Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, ONU para los efectos de su campaña electoral presidencial. En realidad, todos los jefes de estado latinoamericanos, por ejemplo, el Presidente de México, Peña Nieto; el Presidente de Honduras, Orlando Hernández; el de Guatemala, Otto Pérez Molina; el de Colombia, Juan Manuel Santos; el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro y otros aprovecharon la oportunidad para referirse a los logros alcanzados en sus países.
Dilma Rousseff señaló que según la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación) su país había derrotado el hambre, “hace unos días la FAO anunció que Brasil ya no figura en el Mapa Mundial del Hambre.” La escasez de alimentos es algo que quedó en el pasado. Esta transformación es producto de las políticas económicas y sociales que han generado 21 millones de puestos de trabajo y han elevado el salario mínimo, aumentando así el poder adquisitivo en un 71 por ciento.
Treinta y seis millones de brasileños han sido rescatados de la extrema pobreza y disfrutan de una vida normal.
El gobernante Partido de los Trabajadores de Brasil ha alcanzado logros evidentes en educación, salud, y garantiza los derechos de las minorías. Brasil se desplazó desde el lugar 13 al séptimo entre las economías más desarrolladas del mundo --en plena depresión económica mundial. La Presidenta Rousseff implementa una política energética coherente a través de Petrobras en el rol principal. Estos y otros logros deben ser recordados por los 142 millones de electores brasileños quienes definirán la política brasileña para los próximos cuatro años el 5 de octubre.
Hablando ante la ONU Dilma Rousseff condenó la intervención de Estados Unidos en Irak y Siria y expresó su solidaridad con el pueblo de Palestina agredida por Israel. Dilma Rousseff piensa que ese intervencionismo plantea graves amenazas contra la paz mundial. “Toda intervención militar no nos conduce hacia la paz, más bien hacia el agravamiento de los conflictos. Somos testigos del trágico incremento del número de víctimas civiles y catástrofes humanitarias. No podemos permitir que estos actos de barbarie aumenten y dañen nuestros valores éticos, morales y civilizatorios.”
A modo de ejemplo, Dilma Rousseff mencionó “la trágica destrucción de Irak, la inseguridad de Libia, los conflictos en el Sahel y los choques armados en Ucrania.” Los medios siempre recuerdan sus discursos ante la ONU del mes de septiembre del 2013 cuando ella fustigó el espionaje masivo realizado por Estados Unidos que incluía a aquellos países que Estados Unidos considera amigos. El periodista norteamericano, Glenn Greenwald, describió los detalles de las operaciones cuando las conversaciones de Dilma Rousseff, de sus parientes, de los miembros de su gabinete, de sus instancias de poder y de otras instituciones oficiales del estado fueron grabadas. Aquellos eventos han definido de una vez por todas el negativo enfoque de la Presidenta hacia el modus operandi de Washington. Las actividades exteriores de Brasil están en gran medida influenciadas por la desconfianza hacia los funcionarios oficiales que están vinculados en la formulación de la política exterior de Estados Unidos.
Los expertos latinoamericanos en política exterior creen que las aventuras militares de Estados Unidos y la OTAN apuntan hacia el establecimiento de un nuevo orden mundial y a debilitar el potencial económico y financiero del bloque occidental y plantean una grave amenaza para toda la región. La caótica política internacional de Estados Unidos contempla el uso de la fuerza. Esta política provoca a los estados “inamistosos” incluyendo a potencias nucleares. Es inevitable que esto provoque hondas preocupaciones entre los políticos razonables del continente latinoamericano. Durante el gobierno de Obama, Estados Unidos ha realizado varios intentos para derrocar los gobiernos legales de Venezuela, Ecuador y Bolivia. Los jefes de estado de Honduras y Paraguay fueron derrocados al ser considerados por Washington como “populistas” que seguro pensaban deshacerse de las bases militares norteamericanas en su territorio.
La Casa Blanca, frustrada con Dilma Rousseff, busca políticos leales en el país. La Casa Blanca confía en Marina Silva y en su patrocinante, Maria “Neca” Setubal. Esta última se graduó en la Universidad de San Pablo y tiene títulos en sociología y ciencias políticas. Tiene experiencia de trabajo en organizaciones internacionales, incluyendo el Banco Mundial, además sirvió como ministra de educación. “Neca” es ampliamente conocida en Brasil, controla el Banco Itau y pertenece a una de las familias más ricas del país. Desde el año 2010 “Neca” financia la postulación de Marina Silva. Este año 2014 ella coordinó el comando de la Silva y aportó dos millones de dólares para su fondo de campaña. Por otra parte, el apoyo a la campaña electoral de la Silva por parte de industriales brasileños y extranjeros es aún mucho mayor.
Los servicios especiales norteamericanos utilizan sus fondos secretos para el esfuerzo propagandístico en Brasil. Estos divulgan informaciones falsas para desacreditar a aquellos que pertenecen al entorno de Dilma Rousseff a los miembros de su gobierno y contra algunos activistas del gobernante Partido de los Trabajadores de Brasil. Resulta fácil comprender por qué la Setubal desea que la Silva gane la elección, sería la mejor manera para poner fin al caso en los tribunales contra el Banco Itau, el cual ha sido acusado de evasión tributaria. La suma en cuestión es de 18,7 mil millones de reales brasileños. Hace seis años el Banco Itau y el Unibanca se fusionaron. La cantidad de 11,8 mil millones de reales en impuestos internos no fueron pagados, como tampoco 6,8 mil millones por concepto de intereses sociales y por cláusulas penales.
Durante su primer período Dilma Rousseff demostró ser una ardiente luchadora contra la corrupción. Su segundo período le daría la oportunidad para modernizar el país, crear favorables condiciones sociales y políticas para involucrar a millones de brasileños en el proceso. La noticia del súbito acceso de Marina Silva como candidata del Partido Socialista (en vez de Eduardo Campos muerto en un accidente aéreo ocurrido en extremadamente sospechosas circunstancias) está perdiendo efecto. A la Silva se le está haciendo cada vez más difícil estar a la altura de la misión de pretender ser una política preocupada por el destino del pueblo común. La presión psicológica generada durante la carrera es muy alta. Con frecuencia la Silva comete errores garrafales, por ejemplo, de manera supuestamente cariñosa se refirió a los pobres diciendo que ella dudaba de la conveniencia de brindarles el apoyo del gobierno. Resulta chocante ya que ella misma proviene de aquellos que surgieron de la miseria a la riqueza.
Una encuesta de la DataFolha realizada recientemente, demostró que Dilma obtendría un 40 por ciento de apoyo entre los electores, para la Silva la cifra fue de 27 por ciento y para Aécio Neves da Cunha, candidato de la Social Democracia, fue del 18 por ciento. Dilma Rousseff tiene en verdad buenas posibilidades para una segunda vuelta, pautada para el 26 de este mes, con un 47 por ciento listo para votar por ella en comparación con el 43 por ciento de apoyo para la Silva. Aun habiendo un desviación de entre 1 y 2 por ciento, Dilma sería la ganadora si es que Estados Unidos no monta una provocación masiva en su contra.
Periodistas en la ciudad de Nueva York trataron de conocer qué piensa ella acerca de sus posibilidades en una segunda vuelta. Ella evitó brindarles una respuesta. Ella comentó que tal como lo había señalado anteriormente, ella no hace comentarios sobre los pronósticos, al margen de lo que digan estos. Un reportero brasileño hizo un nuevo intento para sacarle algo preguntándole si su disposición era mejor de acuerdo con las últimas encuestas favorables para ella. Dilma respondió con una amplia sonrisa: “Querido, yo sigo estando alegre. De otra manera la vida no vale la pena vivirla. Tú estás de acuerdo. ¿Verdad? Dijo ella.
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*Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona