El 6 de agosto de 1945, la ciudad japonesa de Hiroshima, situada en Honshu, la isla principal del Japón, sufrió la devastación, hasta entonces desconocida, de un ataque nuclear. Ese día, cerca de las siete de la mañana, los japoneses detectaron la presencia de aeronaves estadunidenses dirigiéndose al sur del archipiélago; una hora más tarde, los radares de Hiroshima revelaron la cercanía de tres aviones enemigos y, como medida precautoria, las alarmas y radios de Hiroshima emitieron una señal de alerta para que la población se dirigiera a los refugios antiaéreos. A las 8:15, el bombardero B-29, “Enola Gay”, al mando del piloto Paul W. Tibblets, lanzó sobre Hiroshima a little boy, nombre en clave de la bomba de uranio. Un ruido ensordecedor marcó el instante de la explosión, seguido de una refulgencia que iluminó el cielo.
En minutos, una columna de humo color gris-morado con un corazón de fuego a una temperatura aproximada de 4000º C, se convirtió en un gigantesco “hongo atómico” de poco más de un kilómetro de altura. Tokio, localizado a 700 kilómetros de distancia, perdió todo contacto con Hiroshima: hubo un silencio absoluto. El alto mando japonés envió una misión de reconocimiento para informar sobre lo acontecido. Después de tres horas de vuelo, los enviados no podían creer lo que veían: de Hiroshima sólo quedaba una enorme cicatriz en la tierra, rodeada de fuego y humo. A pesar de la magnitud del desastre, los japoneses decidieron seguir luchando hasta el final en una prueba de su valor como pueblo guerrero. El 9 de agosto otra bomba, esta vez de plutonio, caía sobre la población de Nagasaki. Los efectos fueron menos devastadores por la topografía del terreno pero 73.000 personas perdieron la vida y 60.000 resultaron heridas.
En otra parte del mundo, el 17 de Abril de 1961, el día siguiente del ataque aéreo a aeropuertos militares por mercenarios procedentes de EE.UU, una fuerza que consistía de aproximadamente 1500 hombres, desembarca en la costa sur de Cuba, conocida como Bahía de Cochinos (Playa Girón). La agenda de la fuerza invasora era asegurar y aguantar el área por 72 horas, tiempo suficiente para que los EE.UU los reconociera como un gobierno provisional e interviniera militarmente. Cuba, pese a que sus fuerzas revolucionarias no estaban bien entrenadas ni equipadas, logró derrotar a los mercenarios, evitando así la intervención militar de EE.UU. Pero, el Presidente Kennedy, tras el fracaso de esta invasión, decretó la mayor guerra económica genocida contra Cuba, el bloqueo económico que le prohíbe exportar y recibir turismo norteamericano; impide el acceso a las tecnologías producidas en este país; y niega la importación de cualquier producto o materia prima norteamericana.
En el 2006, en propio suelo estadounidense, producto de un embate que se centra en el terreno de juego, Japón y Cuba son ahora los bombarderos del encuentro. En el Petko Stadium de San Diego, ante 42.696 espectadores que abarrotaron el coliseo, Japón y Cuba saldaron todas sus revanchas pendientes en tres horas y media de juego. ¡Qué encuentro señores! Matsuzaka tenía en sus manos una noche de inspiración. Primero, porque Estados Unidos le recuerda siempre las doloras muertes en Hiroshima y Nagasaky; y segundo, porque con Cuba mantiene un balance de 33 derrotas en 37 partidos.
3 países unidos por una historia intensa y cruel. Un solo encuentro que disputó lo mejor del béisbol mundial. Un único ganador que selló la impronta de la calidad y de la pelea justa por lo mejor, y una América toda que se vanagloria en la algarabía. Por eso decimos junto al Presidente Fidel Castro: “¡Felicidades campeones de la dignidad!”