Finalizada la cumbre, los venezolanos regresamos a la preocupación sobre nuestros problemas nacionales e internacionales. Surge la necesidad impostergable de buscar soluciones. Pero entre muchos personajes influyentes predomina el ataque constante contra el adversario mientras que la generación de propuestas positivas luce escasa.
Quien suscribe no sucumbe a modas ni oportunismos. Hay una parte de Venezuela que plantea que el peligro de invasión yanqui contra Venezuela es una inmensa tragicomedia orquestada por el Gobierno tremendista y alarmista de Nicolás Maduro. Existe otra parte que propone al país olvidar los graves problemas económicos de la nación mientras nos dedicamos exclusivamente a la defensa antiimperialista de la Patria mientras el pueblo sufre para tener acceso a alimentos y medicamentos. Ambas partes son radicales y ninguna de las dos tiene razón. Por lo tanto, no cuenten conmigo.
Creo que la época que vive la República demanda serenidad y análisis científico por encima de rabietas ideológicas o golpes de pecho para recolectar votos. Como no soy candidato electoral ni deseo serlo, mi manifestación se basa en el interés nacional ante una situación complicada como lo es el reciente decreto de EEUU contra Venezuela y también la mala etapa económica que padece nuestro pueblo. Una cosa no excluye a la otra y las dos deben ser atendidas.
Inmune a las miserias y tentaciones de la vigente polarización política, lejos de promover más insultos entre los tantos que se balbucean hoy por redes sociales, prensa, radio y televisión; invito a replantear el enfoque político del momento, tanto en el conflicto entre venezolanos de la oposición y del chavismo, así como aquel otro entre Venezuela y EEUU.
No veremos resultado favorable incitando a una batalla entre pro-imperialistas vs anti-imperialistas, tampoco vs capitalistas y socialistas, ni apátridas vs patriotas. Como venezolanos nos enfrentamos a la necesidad urgente de reunificar a la sociedad venezolana y restablecer la concertación nacional. No se trata de olvidar que Venezuela está dividida en clases sociales y se espera que cada una vele por sus intereses, sino que hay épocas que requieren priorizar la unidad nacional entre ciudadanos para hacer posible la convivencia, el funcionamiento económico del país y una política unificada y coherente como Estado venezolano hacia las demás naciones.
Si en vez de fomentar acuerdos entre gobierno, trabajadores y empresarios respecto a las grandes líneas de la economía donde todos perciban beneficios y se intente la armonía, más bien se promueve, desde influyentes tribunas, a la diatriba política permanente, entonces se afianzarán discrepancias infinitas donde el trabajador rendirá menos laboralmente y se dedicará más al proselitismo, el empresario aplicará trato discriminatorio al empleado según preferencias ideológicas y por su parte el gobernante dará más oportunidades a los de su partido político que a los emprendedores capaces. Así se destruyen las fibras sociales de una nación y por supuesto se desbarata la economía. A mis ex compañeros de la vieja izquierda dogmáticas (que fueron calderistas en 1993 y anti-chavistas en 2007) que me calumnian de revolucionario reformista porque condeno el exceso de saliva ideológica y propongo más la praxis, les respondo: No fueron los adecos, sino el soviético Stalin quien lo dijo “el que no trabaja no come” entonces el pueblo necesita más trabajo y menos palabrería, porque sólo el trabajo edifica verdadera ideología.
Desde lo alto del gobierno y de la oposición, debe surgir la iniciativa de convocar un “Congreso de venezolanos por la paz” con actores gubernamentales y no gubernamentales, tanto partidarios como detractores de la Revolución Bolivariana, para desde allí explorar estrategias con la finalidad de cumplir tres objetivos vitales para Venezuela: 1) Organizar al pueblo sin discriminación política para entre todos derrotar la escasez, el desabastecimiento y la inflación; 2) Convertir las nuevas formas de organización del poder popular en instrumentos para la convivencia ciudadana y la atención de asuntos comunitarios sin diferencias partidistas; y 3) Establecer un acuerdo nacional de amnistía y compromiso con la solución constitucional, democrática y electoral de todos los temas del país.
Nuestra propuesta sobre este congreso promete mejores resultados que mantenerse en el empeño de la polarización que no es otra cosa que el desarrollo de un absurdo odio prolongado entre los hijos de una misma patria para hundirnos en pobreza y atraso. Si la Constitución Bolivariana da cabida al socialismo (propiedad social) y al capitalismo (propiedad privada) entonces es una estupidez que fanáticos de un modelo y del otro pretendan imponer su sistema por la fuerza o el insulto.
En verdad la sabiduría de la Carta Magna apunta a que ambos modelos se desarrollen paralelamente en un mismo país y aquel que demuestre ser más eficiente y brindar mejor calidad terminará ganándose el respaldo voluntario de los venezolanos, sin guerra. Ese modelo será el que históricamente terminará prevaleciendo, esas son las leyes del materialismo histórico adaptado al siglo XXI, es decir, la cosmovisión de quienes practicamos un marxismo serio, un socialismo científico, no los paracaidistas del socialismo panfletario acostumbrados al populismo, el despilfarro, saraos de aguacates y por supuesto: mucho pero mucho “pan y circo”.
Igual ocurre, mutatis mutandis, con el tema diplomático entre Venezuela y EEUU. Hay que convocar a un “Congreso extraordinario por la paz entre venezolanos y estadounidenses”, el cual debería ser integrado por delegaciones ampliadas y plurales de ambos países, incluyendo voceros de movimientos sociales, intelectuales, obreros, campesinos.
Dicho evento sería excelente para debatir temas como la democracia, la soberanía, los derechos humanos, las libertades políticas y proponer acuerdos binacionales a los respectivos Estados, siempre con observancia de las reglas del Derecho Internacional, la igualdad entre naciones y el respeto a sus respectivas Constituciones.
Este congreso celebrado en un Estado neutral (quizás la Santa Sede) podría ser el punto de partida a una diplomacia más constructiva y conveniente para ambos pueblos que sustituya la beligerancia bilateral que por años nos ha perturbado. Si cubanos y estadounidenses han podido avanzar en este sentido luego de medio siglo de tensiones, no veo óbice para que los venezolanos transitemos una ruta semejante.