En el 2011, se publicó, de la mano del Fondo de Cultura Económica de México, con traducción de Lilia Mosconi, una serie de conferencias del polaco Zygmunt Bauman (1925), con el título de “Daños Colaterales, desigualdades sociales en la era global”. La obra se resume en una frase lapidaria: “La clase es apenas una de las formas históricas de la desigualdad; el Estado nacional, apenas uno de sus marcos histórico; en consecuencia, el final de la sociedad nacional de clases…no augura el fin de la desigualdad social”. Todo se diluye a nuestro alrededor, eso que llamó “modernidad líquida” Bauman y que se ha convertido en un torrente que todo lo arrastra; de lo sólido ya casi nada queda en el mundo moderno; peor aún: estamos ya en la fase ultralíquida a la gaseosa; todo se está haciendo cada vez más etéreo. Según Bauman, “…lo que ocurre es que no tenemos un destino claro hacia el que movernos”; deberíamos… “tener un modelo de sociedad global, de economía global, de política global… En vez de eso, lo único que hacemos es reaccionar ante la última tormenta de los mercados, buscar soluciones a corto plazo, dar manotazos en la oscuridad”.
Para Bauman, la “modernidad líquida” fue una metáfora de la cual se valió para referirse, en concreto, al período que arrancó hace algo más de tres décadas, finalizando el siglo XX, que constituyó el desgaste de la institucionalidad conservadora de la sociedad y el Estado. Lo “líquido”, significa para Bauman, y para quienes desde la epistemología crítica del conocimiento seguimos sus enseñanzas, literalmente, “aquello que no puede mantener su forma”. Y en esa etapa. todas las instituciones de la etapa sólida anterior están haciendo aguas, de los Estados a las familias, pasando por los partidos políticos, las empresas, los puestos de trabajo que antes nos daban seguridad y que ahora no sabemos si durarán hasta mañana. Es cierto, hay una sensación de liquidez total. Pero esto no es nuevo, en todo caso se ha acelerado”.
Bauman, en su obra “Daños Colaterales”, el mundo sólido surgido de los rescoldos de la Segunda Guerra Mundial ya no es viable; admite que a él nunca le gustó el término de “estado del bienestar”, que se ha acabado convirtiendo en un caballo de batalla ideológico, prefirió hablar del “estado social”. Se trataba de crear una especie de seguro colectivo a la población tras la devastación causada por la guerra, y en esto estaban de acuerdo la derecha y la izquierda. Lo que ocurre es que el estado social” fue creado para un mundo sólido como el que teníamos y es muy difícil hacerlo viable en este mundo líquido, en el que cualquier institución que creemos tiene seguramente los días contados. La esperanza es inmortal, e invita a defender la sanidad pública, la educación pública o las pensiones mientras sea posible. La idea de que el “estado social” se irá disolviendo y acabará dejando paso a otra cosa.
En este aspecto, Bauman, citando a Manuel Castells “en este espacio de los flujos”, tal vez tiene más sentido mencionar de un “estado en red” o de “un planeta social”, con organizaciones no gubernamentales que cubran los huecos que va dejando el estado. Yo creo sobre todo en la posibilidad de crear una realidad distinta dentro de nuestro radio de alcance. Hay una diferencia entre “lo inevitable” en este mundo líquido y lo que está ocurriendo en las viejas sociedades de la modernidad sólida; hay, destaca Bauman, está en decadencia la relación de dependencia mutua entre el Estado y los ciudadanos; a “…los ciudadanos no se les ha pedido su opinión, por eso ha habido manifestaciones en las calles. Se ha roto el pacto social, no es extraño que la gente mire cada vez con más recelo a los políticos”. Una cosa es la dosis necesaria de austeridad tras la popularización del consumismo de las tres últimas décadas, y otra muy distinta es “la austeridad de doble rasero”, como llama Bauman, que están imponiendo algunos los Gobiernos, sobre todo en Europa. En una palabra, describe Bauman, la “…austeridad que están haciendo lo Gobiernos puede resumirse así: pobreza para la mayoría y riqueza para unos pocos (los banqueros, los accionistas y los inversores). O lo que es lo mismo: austeridad para España, Grecia, Portugal e Italia, mientras Alemania hace y deshace a sus anchas. Como dice mi colega, el sociólogo alemán Ulrich Beck, Madame Merkiavelo (resultante de la fusión de Merkel y Maquiavelo) consulta todas las mañanas el oráculo de los mercados y luego decide”.
A todas estas: ¿qué futuro tiene la política en una sociedad que se enfrenta con condiciones de desigualdad infinitas? La falta de confianza en los estratos políticos, recalca Bauman, es un fenómeno a nivel mundial; la razón de fondo es que los políticos no tienen ningún poder, el estado no tiene poder. “En el mundo globalizado en el que vivimos, las decisiones las toman los poderes económicos que no entienden de fronteras. El gran reto del siglo XXI, va a ser precisamente acabar con el divorcio entre poder y política”. Bauman reconoce que hoy día no hay alternativa viable al capitalismo, que ha demostrado la capacidad de las anguilas para adaptarse a los tiempos líquidos. Al respecto destaca Bauman, el “…capitalismo se lleva trasformando desde su invención y ha sobrevivido a las situaciones más difíciles. Su naturaleza es esencialmente la de un parásito: se apropia de un organismo, se alimenta de él, lo deja enfermo o exhausto y salta a otro. Eso es lo que está ocurriendo desde que arrancó esta forma de capitalismo en la era de la globalización…Recordemos el famoso corralito en Argentina, luego vino el colapso de Malasia, y la crisis del rublo, y finalmente la burbuja que estalló en Irlanda, luego en Islandia, y en Grecia, y ahora en España. Hasta que no revuelvan el país y lo dejen en una situación límite no dejarán de dar la lata. Mire lo que ha ocurrido en Chipre. El capitalismo necesita de tierras vírgenes, que puedan ser persuadidas y seducidas. Ya llegará el momento en que se les obligue a pagar las deudas”. La gran preocupación de Bauman es la juventud; a ésta llama la generación de la incertidumbre, con especial hincapié en el desfase del sistema educativo y la precariedad económica en estos tiempos ultralíquidos. Bauman expresa de manera clara y concisa su postura: “Soy muy consciente del tremendo problema del paro juvenil, que es algo ya común a todos los países occidentales, pero que se manifiesta muy cruelmente en España. Cuando más de la mitad de los jóvenes no tienen trabajo, cuando a muchos de ellos no les queda más salida que salir al extranjero o ganarse la vida en trabajos basura, después de haber sacado títulos que no les sirven para nada, la gran pregunta es: ¿Qué futuro estamos construyendo?”. Y cuando vemos universidades con las puertas cerradas y estudiantes manipulando el sistema para multiplicar sus vicios y malformaciones, entonces estamos ante daños colaterales letales que tienden a cambiar la sociedad radicalmente, hacia un panorama gris y sin esperanza. De eso se trata cuando se hace mención a conservar la disciplina en la comunidad universitaria: de evitar que la juventud se pierda en los laberintos mohosos y en ruinas, de la modernidad sólida que demostró su ineptitud para brindarle calidad de vida a la sociedad y a los proyectos humanistas pensados para salvar a esa sociedad. Donde la incertidumbre y la debilidad son la constante, el caos sustituye el orden establecido y se impone la barbarie.
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