There are no ghost in Catholic Spain.
What, none?
None¡ Nil!
It runs uphil against the grain or their religion.
In any region you might go
The rain in Spain fallls on a ghostless plain.
On jaunts about Castille you'll find it so:
No Haunts!
- Ray Bradbury.
El primer fundamento a la hora de criticar España, es la misma España.
Ante el retorno de Fernando VII, Marx decía que “rara vez ha presenciado el mundo un espectáculo más humillante”. Cualquiera que viva hoy día se lo pensará dos veces antes de catalogar ese suceso como de los más humillantes de España.
Y no se trata sólo del problema nacional. Si según Marx toda historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda como farsa, el país ibérico encuentra su forma histórica en una gigantesca farsa, una gran comedia donde cada uno se esfuerza en representar su papel aunque no le vayan sus zapatos.
Y es que cada tragedia histórica en España encuentra su forma de comedia hoy día. “La tradición de todas las generaciones muertas gravita como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos”. Debiéramos añadir que para España, se despliega desde la cabeza a los talones como un inmenso manto para mostrarse ante la sociedad como un cadáver exánime que a los ojos de todos aún respira.
Así, la ideología emana de su propio fetiche social, que ejerce de titiritero y convierte a los individuos en siervos de la política y de su propio pasado.
Esta es la gran involución de la lucha obrera en Europa en su aspecto ideológico-político. Y cómo no, en España muestra las formas más barrocas de la farsa, donde los espectros históricos aparecen de la manera más nítida. No hay fantasmas en la España católica. Bradbury debió añadir: salvo en el parlamento.
En primer lugar, tenemos un Estado fascista, al que le encantó calzarse las botas de la democracia. Los intereses de la oligarquía española encontraron su forma más rentable en el imperialismo europeo, y así crearon a un nuevo Cánovas en la forma de un Fraga del búnker inmovilista, así como de un Adolfo Suárez jefe del Movimiento Nacional, y un Sagasta socialista financiado por Alemania.
De este modo, los fascistas interpretaron a la perfección su papel como demócratas. Pero veamos lo que dice Marx en el 18 Brumario sobre el movimiento social de la burguesía en la constitución de la segunda república francesa:
“Por eso, ambas partes se remiten en lo sucesivo con toda razón a la Constitución: tanto los amigos del orden, que suprimieron todas estas libertades, como los demócratas, que las reclamaron todas” […] Si la Constitución ha sido más tarde abatida por las bayonetas, no debe olvidarse que también fue custodiada ya en el seno materno y alumbrada por las bayonetas, dirigidas contra el pueblo”.
¿No es este revelador del comportamiento de las oligarquías nacionales y del movimiento político balanceado de gobierno-oposición? Esta constitución aún no ha sido abatida por las bayonetas, pero desde luego que se alumbró bajo la supervisión de éstas. Está claro. Un nuevo turnismo, un nuevo fantasma que tiende su sábana sobre España. No son de extrañar las “lagunas” de la constitución y su ambigüedad controlada, nada nuevo en el constitucionalismo burgués. Tampoco es de extrañar que la crisis española comenzara con una burla a la constitución en su artículo 145 -que anteponía el pago a la banca sobre el resto de las cosas-. No hay nada como la posibilidad de rascarse el bolsillo para que los políticos burgueses abandonen el teatro, al menos de forma temporal.
Vemos como la forma histórica del Estado español es su propia comedia. Si patética es la cámara de los lores y la monarquía inglesa, la monarquía en España –impuesta por el mismo Franco– es un símbolo rancio que ya había sido superado por la España republicana. Su única función es recordar a las masas hasta donde llegan sus cadenas, pues para los trabajadores del país la palabra república tiene el sello de república social, obrera. El monigote monárquico sólo puede demostrar una cosa, sólo tiene una significación histórica: dejar claro que no es un Estado socialista. Y ahí es donde aparece la figura del rey, arrancada desde el pasado lejano para decirle a los obreros: ¡Esto es mío! O conmigo o con los fusiles.
Y la Iglesia, el gran fantasma de España que aparece en la escena política con el mismo esperpento y patetismo con que la inquisición española aparecía en el sketch de los Monty Phyton, representa al antiguo régimen más incluso que el Vaticano. Es probablemente el mayor residuo del feudalismo que queda en Europa. Es un cadáver histórico, pero uno sacado del río, abotargado, hinchado y lleno de humores.
A fin de cuentas, una falsa democracia no puede romper con un Estado fascista, que no es otra cosa que la forma más decadente de dictadura capitalista. La corrupción masiva hunde sus raíces en el franquismo. Como que son los mismos mecanismos de control de la burguesía española que siempre recurrió más a la espada que a la pluma, y que, por lo tanto, no tenía que tapar sus vergüenzas. Y éstos, a su vez, nos remontan al antiguo régimen, al caciquismo. Caminan como espíritus hoy día. “La historia es concienzuda y pasa por muchas fases antes de enterrar las viejas formas. La última fase de una forma histórico-universal es su comedia”. Parece que España arrastra los cuerpos históricos que aún no dan en ser enterrados.
Así, los fascistas se presentan como demócratas y dan lecciones de democracia al mismo tiempo que protegen con mimo todo elemento franquista. Por su parte, los socialistas, ya bastante malogrados en su tiempo, se presentan ahora como un comediante barato de la socialdemocracia europea. Por no olvidar que al PSOE originario Martín Villa le impidió hacerse con las siglas, naciendo así el partido que conocemos hoy: legitimado por el franquismo y financiado por Alemania.
Vemos como ambos se aferran a su papel de comediantes, de farsantes cuya única línea verdadera se limita a “pro bursa et pecunia” para afirmar a cada paso “dignum et justum est”. Esta es la diferencia con las fuerzas de izquierda; aunque sean farsantes completos, a aquellos les une su servidumbre al capital financiero, al imperialismo.
En cuanto a la izquierda, sin tener dicha servidumbre, su actuación es aún más triste. Tras la guerra civil y la eliminación física de la izquierda revolucionaria (cuyo cuerpo intelectual no estaba excesivamente desarrollado), la resistencia quedó reducida a un pequeño grupo, el cual se ensanchó en los 70 con la inclusión de la incipiente clase media y sectores de la burguesía burocrática que cómo no, trasladarían su ideología pequeñoburguesa al partido comunista.
Se da así el extraordinario caso (al igual que en muchas partes de Europa con el eurocomunismo) de que los reformistas pequeñoburgueses, por lo general aterrados ante cualquier soplo revolucionario o radical, se revisten de comunistas. Comunistas aceptados por el régimen, eso sí. De este modo oíamos a Martín Villa, franquista perseguido actualmente por la Interpol, decir que “El PCE se había ganado en aquella fecha su legalización”. Una vez más, vemos a la política actuar en su forma de charada: un fascista vestido de demócrata legitimando a un pequeñoburgués vestido de comunista.
Esta izquierda “comunista” u “obrerista” adquiere la forma más desarrollada de cretinismo parlamentario.
“El carácter peculiar de la socialdemocracia [Marx habla de la Montagne del 48] se resume en la exigencia de instituciones democrático-republicanas como medios, no para neutralizar los dos extremos, capital y trabajo asalariado, sino para mitigar su antagonismo y trocarlo en armonía. Por mucho que se propongan distintas reglas para alcanzar este fin, por mucho que éste se aderece con ideas más o menos revolucionarias, el contenido sigue siendo el mismo. Este contenido es la transformación de la sociedad por la vía democrática, pero una transformación dentro de las fronteras de la pequeña burguesía”
Vemos como queda aquí maravillosamente reflejado el carácter pequeñoburgués de esta gauche divine; mostrando aún más su papel en el baile de máscaras y su lamentable participación en la gresca parlamentaria. Es imposible, como explica Marx, que actúen como vanguardia obrera pues como clase son una clase de transición, y como ideología sólo pueden contagiarle su debilidad. A cada paso fallido y rendición sólo pueden proclamar su valentía al defender la posición que está un paso por detrás de ellos, y así sucesivamente. Como le espetó Proudhon a los montagnards, “no son más que charlatanes”.
Por lo general, una de sus formas de farsa es la nostalgia por la república. “La revolución social del siglo XIX no puede extraer su poesía del pasado, sino sólo del futuro. No puede ella misma dar comienzo hasta deshacerse de toda superstición del pasado”. Si esto era así para Marx hace 200 años, ¿qué debería ser para la izquierda hoy día?
Y ésa es la gran derrota histórica de la izquierda en España, e incluso en toda la Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Porque aunque la izquierda en el 36 fuera eliminada físicamente y perseguida, “Al menos sucumbe con los honores de la gran lucha histórico-universal [Marx habla aquí del proletariado en la Asamblea del 48, al igual que en la siguiente cita]”. Este proceso era lógico pues tras desaparecer las figuras más representativas del proletariado vemos que:
“Figuras cada vez más ambiguas alcanzan su cúpula […] más bien busca completar su redención a espaldas de la sociedad, de forma privada, dentro de sus limitadas formas de existencia, por lo cual fracasa necesariamente”.
Pero atendamos a los comentarios que Lenin hace sobre el análisis de Marx de la Comuna de París:
“Si cuando la pandilla de Versalles efectuó su traicionera incursión para apoderarse de las armas del proletariado parisiense, los obreros las hubiesen dejado arrebatar sin lucha, la funesta desmoralización que semejante debilidad hubiera sembrado en las filas del movimiento proletario habría sido muchísimo más grave que el daño ocasionado por las pérdidas que sufrió la clase obrera al luchar en defensa de sus armas.”
No podía ser de otra manera; la más horrible de las derrotas siempre será mejor que la más amable de las rendiciones en la lucha por la hegemonía de clase. Es en el 75 y no el en 39 cuando la Izquierda se ve derrotada en sí misma, la gran derrota histórica de la izquierda Española. Si Sankara nos explicaba que “While revolutionaries as individuals can be murdered, you cannot kill ideas” al aceptar la bandera y la monarquía, la izquierda Española entregó sus ideas -acto más terrible que entregar la vida- por unos escaños que no volverían a recuperar.
Así, el movimiento revolucionario involuciona a niveles terribles. Es también fruto del aburguesamiento del proletariado debido al imperialismo (las migajas de la explotación del tercer mundo y el aumento de las clases medias), además de a las chorradas de una URSS que ya nada tenía de socialista.
Vemos que “cuando, por fin, aparece el “fantasma rojo” continuamente excitado, conjurado y espantado por los contrarrevolucionarios, no aparece con el gorro frigio anárquico en su cabeza, sino con el uniforme del orden, en bombachos rojos”.
Esto refleja igual de bien el estado de cosas actual, donde la derecha invoca peligrosamente a los tigres rojos del comunismo cuando en frente suya solo tiene a gatitos que se esfuerzan por sacar las uñas.
Y es aquí donde aparece el movimiento ciudadanista. ¡Triunfan porque son nuevos! Todo lo contrario. Triunfan precisamente porque son demasiado viejos. Porque son la forma más desarrollada de obrerismo pequeñoburgués, de decadencia de la izquierda que parte de esa gran derrota histórica. Podemos y Cía son la negación absoluta no ya de la lucha, sino de la existencia de clases. No es que se rindan, es que la rendición es su forma política. Se remiten al programa, porque carecen de ideas. Y un programa sin ideología es como una constitución burguesa: cualquiera le hace burla. Triste historia: acaban buscando precario soporte en el idealismo abstracto y en el ciudadanismo de finales del XVIII. Más tarde o más temprano, la esperanza se tornará en decepción.
También tenemos a los radicales pequeñoburgueses, que esta vez sostienen ante sí la máscara de la URSS; son los espectros de la propaganda stalinista, y su forma histórica es también la nostalgia. Erigen símbolos vacíos de contenido. Son, por así decirlo, la otra cara de la pequeña burguesía, esta vez en su forma de fanfarronería radical, y tienen muchas cosas en común con los primeros.
Cada uno soporta sus pesadas máscaras, pero éstas los poseen y se contorsionan, sin saber muy bien a donde ir, salvo aquellos que encuentran la respuesta en su bolsillo.
La sociedad no puede cambiar hasta que entierre (y en el caso de España, necesariamente en lo más hondo) sus viejas formas históricas, y la sociedad se reconozca a sí misma como lo que es.
“Los comunistas repudian el ocultamiento de sus puntos de vista y de sus intenciones. Declaran firmemente que sus objetivos sólo podrán alcanzarse mediante la subversión violenta de cualquier orden social existente.”
Y aunque parezca que no queda esperanza, que no existen fuerzas partidarias del socialismo, debemos recordar que el proletariado, aunque para sí no se reconozca como tal, siempre será la fuerza que tenderá a derribar la dictadura del capital. Cabe recordar las palabras de Marx sobre la insurrección Española contra Napoleón:
“Así ocurrió que Napoleón, quien, como todos sus contemporáneos, consideraba a España un cadáver exánime, se llevó una sorpresa fatal al descubrir que, si el Estado Español yacía muerto, la sociedad española estaba llena de vida y rebosaba, en todas sus partes, de fuerzas de resistencia”.
Incluso con una izquierda intelectual inexistente y la ausencia de cualquier marxismo mínimamente científico, y tras décadas de derrota, en la actualidad las masas siguen mostrando una inusitada fuerza.
La revolución permea en la clase obrera, en millones de personas. Tan sólo hace falta organizarla.
BIBLIOGRAFÍA
Karl Marx. El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Alianza, 2014 Madrid.
Karl Marx y Friedrich Engels. El manifiesto comunista. Crítica, 1998 Barcelona.
Lenin, Vladimir Ílich. La comuna de París. Editorial progreso, Sine Data, Moscú.