"Aquí estamos nosotros, los muertos de siempre,
que mueren otra vez, pero ahora para vivir..."
Ejercito Zapatista de Liberación Nacional
El régimen de Vicente Fox se despide con más pena que gloria. Como el mayor perrito faldero del imperio en 150 años de la historia de México. Cuando termine su mandato se retirará a su rancho a pudrirse en la anonidez de su inmensa riqueza. Recibió la presidencia como otro galardón más que concede las grandes transnacionales a empresarios de alto rango en el mundo. Si en las elecciones de 1998, no hubiese estado compitiendo Hugo Chávez, hoy tendríamos gobernando a un Fox en Venezuela: Gustavo Cisneros.
Fox deja hirviendo en protestas al pueblo mejicano sin haber resuelto en un ápice el problema de los guerrilleros indígenas, a los eternos humillados y desposeídos de ese México aterido de tristeza y de dolor, y que hoy han venido enarbolando de nuevo los estandartes de Pancho Villa, de Emiliano Zapata, de Hidalgo, Morelos, los héroes de la resistencia contra el imperialismo yanqui.
El fraude mayor contra la Revolución Mejicana la lideró el PRI. ¿Qué pasó, por ejemplo, con la Reforma Agraria que duró 70 años que sólo hizo próspero a los más ricos? En 70 años de "revolución" se pudo haber repartido tierra de manera justa a todos los campesinos mejicanos, pero la mano de la oligarquía se fue imponiendo y acabó con el sueño de Villa y de Zapata. Y la Reforma Agraria hoy está en pañales.
Lo único que en el PRI se recuerda de Zapata, fue el nombre que el presidente delincuente de Salinas de Gortari le puso a uno de sus hijos. Quedan los emblemas muertos, las banderías mudas, sin eco suficientemente en la masa que gime resignada en los campos. El Grito de Dolores cada 15 de septiembre, que no gritos son, ni dolores provoca en esa alta clase dirigente del PRI que se dejó arrasar y aplastar por la derecha del PAN.
Todas estas deben ser enseñanzas para nosotros los chavistas, si no nos organizamos, si no evitamos las diferencias miserables y estúpidas y si no impedimos la corrupción y burocratización en el gobierno.
Tuve oportunidad de conocer de cerca la enorme escisión moral e intelectual que padecía México entre su gente más preparada. Esta era gente que no tenía mucho interés por conocer la historia de su pueblo e incluso hacían tremendos esfuerzos porque no se les relacionara con un hombre como Pancho Villa. La mayoría catalogaba a Pancho Villa como un vil salteador de caminos, un vulgar bandido. La televisión mejicana tiene treinta años diciendo que Pancho Villa es una vergüenza para el país azteca, y que a los norteamericanos no se les debe llamar "gringos" porque eso es una ofensa para la gente que "más ayuda" les ha dado en toda su historia republicana.
A mucha gente de la clase media y alta mejicana le molesta la imagen de Pancho Villa.
Para comprender a Villa hay que leerse la voluminosa y extraordinaria obra de Martín Luis Guzmán, "MEMORIAS DE PANCHO VILLA"(*). Martín Guzmán conoció personalmente a Pancho Villa ("y con cierta intimidad").
Pero son muy pocos los mejicanos, lamentablemente, que conocen a Martín Luis Guzmán. La mayoría de la clase intelectual lo que hace es hablar de Carlos Fuentes. Se hizo incluso una moda leer y escuchar las sesudas conferencias del gachupín Carlos Fuentes (ahora convertido en el más grande panegirista de Gustavo Cisneros). La obra de Fuentes tiene y ha tenido siempre una difusión oficial tremenda en la televisión norteamericana. En panfletos como "Are you Listening Henry Kissinger?", Fuentes aparecía como un dios griego condenando a los endemoniados imperialistas, pero esos panfletos contra Kissinger los ordenaba imprimir y difundir el propio Departamento de Estado norteamericano. Uno podía leerlo en lujosas revistas como una "open letter from a distinguished Mexican writer to the Commission on Central America".
Cuando trabajé en la Universidad de Illinois fui testigo de cómo Fuentes era el príncipe de las letras latinoamericanas mejor atendido e invitado para dictar conferencias en esta universidad; su protectora era la profesora derechista Virginia Lerner, experta en asuntos Latinoamericanos.
Un contingente de oficiales norteamericanos que estudiaban en la Western Illinois University, estaba sumamente interesados en los juicios "revolucionarios" del señor Fuentes.
Martín Luis Guzmán tuvo en sus manos el archivo de Villa y con aquel impresionante material estructuró una obra sólo comparable, en la memoria de México, a la "Historia Verdadera de la Conquista de Nueva España", de Bernal Díaz del Castillo. Comparable por la llaneza del lenguaje, sin artificios ni adornos de ningún tipo; castellano rudo, franco, campechano de una gente poseída de una inocencia terrible y hermosa a la vez.
La pureza de las intenciones de Villa están retratadas en sus frases directas y sin adorno ninguno, en sus decisiones atrevidas y sorprendentes, que una vez tomadas, convertíanse en incontenibles fuerzas naturales.
La olorosa descripciones de los paisajes y de la gente de la época, la locuaz tosquedad de las acciones militares donde se hablaba de la muerte como de un accidente de poca monta; el sonido de las bandas tronando sobre el polvo del desierto, que llevaban y traían los compases de los cantos revolucionarios; la conmoción, el himno solemne de la lucha de los desposeídos sobre los hombros de un campesino como Villa, catalogado de forajido y cuatrero por la oligarquía mejicana; un cuadro verdaderamente fraterna, de juventud y de desapego frente a las viles miserias de las politiquerías.
¿Qué fue perdiendo Latinoamérica desde que sus políticos e intelectuales, para debutar en sociedad, tenían que ir a maquillarse en Washington? ¿Desde que sus dirigentes comenzaron a levantar residencias de veraneo en Miami, a donde sus queridas acuden por algunas vacaciones en un Spa famoso? Fue perdiendo, claro, su autenticidad de raza mestiza. Ahora en México, la gente honrada declara que el pobre se siente extraño en su propia tierra y que cada vez se envenena el alma de consumismo, del llamado maldito sueño americano.
Pero otra vez los mejicanos apelan a Zapata y a Villa, así como nosotros a Bolívar y Zamora. Y otra vez, parece increíble, que sean los indios los que pongan su sangre para procurar resucitar al verdadero México. Y he vuelto abrir el libro de Martín Guzmán para decirle al mundo que lo que Villa le quitó a los ricos no fue para lucrarse como un vil negociante, sino para probar que se podía desafiar a los poderosos; para quitarle un poco al pinche gapuchín que se lo había cogido todo. Cuando tuvo suficiente, no se retiró de la lucha porque su fin no era ser rico. Si tuvo que matar lo hizo por el derecho a la vida que reclamaban los campesinos. Villa y Zapata, dos campesinos semianalfabetos hicieron más por México que toda esa horda impresionante de aburridos y pérfidos doctores e intelectuales del PRI.
Cuando Villa tuvo un inmenso poder militar asumió la extraña magnanimidad, de querer ayudar a sus enemigos, para no sentirse avaro y demasiado halagado por la Fortuna. Es verdad, sufría arrebatos de cólera, pero era capaz de dominarse y oír las más duras críticas, y aceptar consejos de sus adversarios, si en ello encontraba algún beneficio para su pueblo. Pancho Villa no era amigo del traguito de aguardiente, vicio que envenenó a muchos generales de la revolución mejicana, y no tenía, por supuesto, el vino pendenciero que acabó con Victoriano Huerta.
Sobre los malos curas, que eran muchos, sostuvo Villa que eran peores que todos los bandidos de la Tierra, pues "los bandidos no engañan con los actos de su conducta, ni fingen que lo son, mientras que los malos sacerdotes sí, y engañando de ese modo labran grandes desgracias para el pueblo".
Su mayor preocupación fue intentar acabar con la pobreza. Tal vez estuvo equivocado en su método violento, pero era necesario que se hiciera ver al mundo cómo actuaban los gobernantes, esos que heredaban los cargos y las prebendas como si fuesen bienes exclusivos de su condición. En su desesperación llegó a decir que estaba bien que el pobre robara para comer; que matara si con ello vengaba los agravios recibidos o si con ello se libraba de una muerte segura. Porque en la pobreza impuesta por la avaricia y el monopolio de los ricos se encuentran todas las injusticias y la razón de la atroz delincuencia y gran cantidad de crímenes que asolan a los pueblos.
En cierta ocasión, Villa que fue un bandido desde adolescente, amenazó con fusilar a los campesinos que no mandaran a sus hijos a la escuela.
Su lenguaje franco, ameno, directo, me hace pensar en Juan Félix Sánchez. Son palabras cortas, llenas de un saber y de una claridad de cuchillo: "sin más y con una altanería que no cabe en un hombre", decía cuando alguien abusaba de su paciencia.
Fue tal la llaneza de su corazón, el cansancio y el desapego con que vio a la política, que habiendo tenido enormes diferencias con el presidente Venustiano Carranza, y habiendo propuesto éste que si Villa se iba él haría lo mismo, entonces el noble Pancho se le adelantó por cien palmos y exigió a la Convención de Aguascalientes que lo destituyera de su cargo y se hiciera lo mismo con Carranza, y que después se le fusilara a los dos.
Poco antes de ser asesinado, Pancho Villa dijo: "Soy un hombre que vino al mundo para atacar, aunque no siempre mis ataques me deparen la victoria; y si por atacar me derrotan, atacando mañana ganaré". Y el pueblo de México, que tantas veces ha sido derrotado, rescata este pensamiento de Villa y se lanza al ataque, porque de seguro, mañana ganará.
(*) Compañía General de Ediciones S. A. México. Segunda edición, 1951.
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