El 25 de junio “terroristas palestinos asesinaron a dos soldados israelíes y secuestraron a otro” según la versión difundida por los pulpos mediáticos de la dominación. A partir de entonces las imágenes del cabo Guilad Shahit han inundado los espacios estelares, intentando justificar la acción del ejército sionista que ha ocasionado ya la muerte de decenas de palestinos y la demolición de la infraestructura esencial para la supervivencia en la hacinada franja de Gaza.
En esos espacios se escamotea una verdad palmaria: el cabo forma parte de la soldadesca que ocupa ilegalmente el territorio palestino, donde roba, asesina y destruye miles de casas de familia, negocios, fincas, escuelas, hospitales, puentes, generadores eléctricos. Ninguno de ellos objetivos militares. Los patriotas son “terroristas”, los soldados de Israel defienden su patria. Es el mundo al revés.
A escasos tres años del fin de la Segunda Guerra Mundial el Estado israelí surgía de aplicar contra los árabes de Palestina concepciones y prácticas igualmente racistas a las que los nazis habían sometido a los judíos. La que se proclamaba como la noble causa de dotar de un “hogar nacional” al desterrado pueblo de Moisés se ha llevado a cabo desde entonces desterrando y masacrando al pueblo palestino en su tierra de origen, toda una gran operación de limpieza étnica.
Lo que ocurrió el 25 de junio en el mundo real fue que combatientes de la resistencia palestina realizaron una operación militar contra el ejército ocupante, al que ocasionaron dos muertos y tomaron un prisionero. Los captores piden la liberación de los cerca de 10 mil palestinos, estos sí secuestrados en cárceles israelíes donde se practican torturas que sirvieron de modelo para Abu Ghraib y Guantánamo. Cientos de los cautivos son niños y mujeres pero ellos no merecen espacio en la maquinaria mediática.
Si no comprendemos que Israel es un puesto colonial estratégico de avanzada del imperialismo yanqui en el Medio Oriente y su laboratorio por excelencia para la represión de los pueblos que luchan por su libertad en esa zona y en el mundo no podemos entender la esencia del llamado conflicto palestino- israelí. No es casual que el Estado hebreo haya entregado armas atómicas para apuntalar el régimen del apartheid en Suráfrica, prestado su colaboración militar a la dictadura de Somoza en Nicaragua, asesorado y armado al ejército guatemalteco en su acción genocida contra el pueblo maya, entrenado a los paramilitares colombianos de Alvaro Uribe y también a las fuerzas especiales yanquis que combaten a la resistencia iraquí.
Si no fuera una vulgar engañifa más de los medios de (des)información sería risible calificar de guerra a lo que ocurre en los territorios palestinos ocupados. Israel, además de armas nucleares, posee una poderosa aviación militar -incluyendo helicópteros con sofisticada cohetería guiada por láser-, tanques y buques de guerra, todos de los más modernos suministrados por Estados Unidos, los que usa a mansalva, no ahora en Gaza, sino desde hace mucho tiempo contra la población civil palestina en todos las zonas ocupadas. Los palestinos, en cambio, resisten con piedras, explosivos y cohetes artesanales y en el mejor de los casos fusiles de asalto y algún arma antitanque ligera. Es el enfrentamiento más asimétrico imaginable dentro de una auténtica prisión al aire libre controlada por aire, mar y tierra por el carcelero. Los palestinos han sido amontonados en guetos situados según la conveniencia estratégica del ejército israelí para prevenir la guerra patriótica irregular.
De modo que la incursión sionista iniciada el 28 de junio en Gaza se desenvuelve en las condiciones más abusivas y desiguales y es evidente que no tiene como objetivos los que proclama Israel, cuales son la suspensión del lanzamiento de los cohetes de fabricación casera por los palestinos y la devolución del cabo prisionero. Lo que hay detrás de esta operación, conducida con la complicidad de Washington y la Unión Europea, es el propósito de minar al gobierno legalmente electo de Hamás, presidido por Ismail Haniyeh, como castigo a su resuelto rechazo a la ocupación. Es el cálculo frío de empujar a los palestinos a culpar a Hamás de la hambruna, la crisis sanitaria y la parálisis de la precaria economía provocados precisamente por las acciones de Israel. Pero una vez más el ocupante recibirá la lección que no termina de aprender: la resistencia palestina es irreductible.
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