Algo muy extraño está ocurriendo en la política de América Latina, con repercusiones en el mundo entero. A veces lo bueno o malo que ocurre en el mundo nos influye ahora de modo directo; no como antes, que de manera solapada o diplomática se ventilaban con nosotros los asuntos importantes de forma eufemística, con largas pausas temporales o diálogos vacíos en asambleas internacionales para que nada significativo ocurriera, o ningún cambio notable tuviese lugar. Ahora también somos protagonistas, cosa que no complace mucho a quienes se sienten inefables o súper poderosos.
Hoy por ejemplo vemos en Brasil cómo sacan del poder a una presidenta elegida legítimamente por mayoría popular a través de tretas jurídicas y tecnicismos, logrando ubicar en la primera magistratura de ese país a Michel Temer, una suerte de androide prefabricado, con un parecido impresionante con aquel conde Drácula (protagonizado por el actor británico Christopher Lee) funge ahora como primer mandatario de facto en esa nación de proporciones gigantescas de votantes, donde su tolda política acaba de obtener en las elecciones municipales varias alcaldías; asimismo el partido de tendencia socialista ha conseguido un importante votación en este primera vuelta. Temer salió a votar con tres horas de antelación a la apertura oficial de las urnas electorales, para evitar las manifestaciones en su contra.
Luego tenemos las fláccidas políticas neoliberales de Mauricio Macri en Argentina --quien llegó al poder, como sabemos, por un minúsculo porcentaje de votos frente a su oponente-- ya han comenzado a hacer aguas y generado importantes huelgas y protestas en todo el país; el pueblo se ha lanzado a las calles en Buenos Aires junto a las madres de la Plaza de Mayo con gran valentía y conciencia social, a clamar justicia para detener tanta violencia, tanto crimen perpetrado por la dictadura militar de Videla, y ahora también en contra de la política de recortes, privatizaciones y alzas de tarifas en los servicios. Acaba de viajar Temer a la capital Argentina a reunirse con Macri, y en rueda de prensa pública arremeten contra Mercosur y contra Venezuela; de un modo descarado estos magnates se apresuran a aliarse con la intención de desbaratar los logros conquistados por Venezuela en la Presidencia pro tempore de Mercosur y de la Organización de Países No Alineados; no tardarán de convocar una reunión con la oposición venezolana.
Pasan cosas tan extrañas como que en Venezuela un parlamento envejecido, gris, caduco, sin propuestas claras, gana las elecciones sorpresivamente y anuncia su deseo de deponer en seis meses a un gobierno legítimo –el de Nicolás Maduro—, y luego de transcurrido mucho más tiempo del previsto, no ve que el pueblo apoye esta decisión, pues sus propuestas han sido unas leyes de amnistía para exonerar de culpas a unos criminales por el uso de la fuerza bruta en sucesos de calle donde murieron decenas de personas; luego, para secundar todos los intentos de apoyar un sabotaje económico continuado y para dirigirse a organismos internacionales a solicitar sanciones e intervenciones para Venezuela, que fracasaron todas. Ahora se empeñan en el famoso referéndum revocatorio fuera de los lapsos legales establecidos, mientras ensayan otros modos de sabotaje e infamia. Los jefes políticos de la oposición venezolana han sido incapaces de enviar un mensaje claro a la población, con lo cual el gobierno ha salido más fortalecido. Con Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia (recientemente asesinaron a un viceministro de su gabinete) han ensayado varios intentos de golpe, pero han fallado sobre todo porque en estos países la población indígena ha cobrado conciencia de su lugar en la sociedad mediante la participación ciudadana, lo cual los ha protegido contra cualquier arremetida foránea.
Pero la guinda de la torta se ha puesto en Colombia con un plebiscito que no ha debido convocarse –sino más bien una asamblea constituyente, según Piedad Córdoba— una consulta aventurada que tiró por la borda el trabajo de años, y sus resultados han favorecido a un NO en relación a un acuerdo de paz en ese país entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC-EP, cosa que a primera vista luce absurda, que la mitad de la población colombiana haya votado en contra de la paz, resultado no tan sencillo como parece. Primero, porque están en juego los intereses de los terratenientes oligarcas de Colombia, los cachacos bogotanos y sus correlativos en todo el país, aunque el SI haya obtenido mayoría en Bogotá. Han llamado a cerrar filas en pro del NO, aupados por la derecha recalcitrante de Álvaro Uribe, sin olvidar los claros intereses que el narcotráfico tiene en que continúe una guerra en ese país, para poder seguir sacándole provecho económico, o más bien monetario. La presencia paramilitar, so pretexto de ir a la caza de guerrilleros, arrasa con poblaciones campesinas enteras, despojándolas de sus tierras y obligándoles a marcharse, bajo la continua acusación de estar colaborando con los guerrilleros, y pierden sus hogares, pierden sus trabajos, pierden sus vidas, pierden la esperanza en su país. Son estos habitantes del campo, cansados de la guerra, quienes han votado por el SI. El justificativo de la derecha colombiana de su éxito del NO sostiene que nadie desea a guerrilleros compartiendo en Colombia un espacio político "decente", con el objeto de llevar al país a un castro comunismo cubano o un chavismo venezolano (debido al efectivo acompañamiento de estos países en el proceso de la firma del acuerdo); ya los voceros de la guerrilla han dicho que desean presentar proyectos distintos a los de quienes han detentado el poder en los últimos tiempos en Colombia, donde se vivió por años una violencia enmascarada desde arriba ejercida por la bota paramilitar –amaestrada buena parte de ésta en EEUU-- que entra a saco en las poblaciones a buscar guerrilleros bajo las piedras. En Colombia ocurrió algo peor: que el narcotráfico y los paramilitares se unieron muchas veces en una llave funesta que causó miles de muertes. El otro elemento que salta a la vista son los intereses de EEUU en Colombia, con sus bases militares y el chorro de dólares que donan cada año para el aplacamiento de la guerrilla, y encima de esto el permanente tráfico de cocaína desde Colombia hacia Estados Unidos, enquistado por años allí como negocio altamente rentable, junto a la venta de armas; de modo que los intereses norteamericanos son muy grandes y cuentan precisamente con una oligarquía nacional que maneja a buena parte del ejército y de empresarios colombianos que han comprado medio país, mientras otros se desempeñan en la política por mampuesto con testaferros, tal y como hacen los de Estados Unidos, donde han llegado casi a apropiarse de la reserva federal; de modo que tenemos a varios círculos viciosos conviviendo allí. Agréguese a ello el alto índice de abstención (60%), debido por una parte a quienes no pudieron votar en zonas agrarias muy alejadas, y por otra a quienes desde las ciudades no fueron a votar, sencillamente porque "ese no era su problema": los eternos insensibles neutrales de las metrópolis que hacen sus negocios redondos a costa de la infelicidad de otros. No es que a los guerrilleros tengamos que elevarlos a la categoría de santos, pero si algo es cierto es que buena parte de su filosofía estuvo basada en la defensa de las necesidades urgentes del pueblo: educación, cultura, trabajo, justicia social, tierra para cultivarla y todo ello invocando a una paz real, situada más allá de los pactos o los convenios; una paz que nos conviene a todos, pues la paz en Colombia es también paz para Venezuela y para toda la región.