España

Huelga revolucionaria de Barcelona

“Cuando Alfonso XIII fue coronado, estaba Barcelona en estado de guerra desde el mes de febrero. La huelga de los metalúrgicos, que pedían la jornada de nueve horas, comenzada en enero, se transformó en huelga general al mes siguiente y la capital catalana se convirtió en escenario de violentos choques entre obreros y fuerza pública.”

Mientras la huelga estallaba en Cataluña, la muerte diezmaba al ejército español en las estribaciones del Gurugú del 23 al 27 de julio. En una maniobra más valiente que hábil, el general Pintos con dos tenientes coroneles y cientos de soldados quedaba para siempre en el barranco del Lobo, triste operación que costó 1.284 bajas a las fuerzas españolas (2.235 bajas en la campaña de 1909).

Barcelona fue a la huelga el día 26. El Partido socialista, en el plano nacional, había preferido fijar la orden de huelga para el 2 de agosto; la rapidez con que se desarrollaron los acontecimientos y la detención de Iglesias y Caballero, así como otras medidas represivas, desbarataron ese proyecto de huelga.

El 26 de julio la huelga era total en Barcelona, a excepción de los tranvías —conducidos por obreros no sindicados— que fueron apedreados y algunos de ellos incendiados. Se declaró el estado de guerra y el gobernador civil, Sr. Ossorio y Gallardo, renunció a sus funciones.

En Sabadell, Mataró y Mansera fue proclamado la República. En Figueras, la población impidió la salida de reservistas (de 600, sólo se presentaron

2).En Sabadell, un mitin reunió a 20.000 personas en la plaza del Vallés, pese a la prohibición gubernamental. A los gritos de “Antes la insurrección que la guerra”, se impidió la salida de trenes y se cortaron las comunicaciones. Por la tarde del día 26, en un nuevo mitin, un reservista dirigió la palabra a la multitud:

“Yo declaro que no iré jamás al Rif, y que si quieren obligarme a batirme me batiré aquí mismo contra los causantes de la guerra y contra los opresores del pueblo.”

Las noticias venidas de Melilla agravaron la situación; se decía también que habían sido fusilados en Melilla diez soldados del batallón de Reus que en momento de embarcar en Barcelona habían gritado ¡Abajo la guerra! y ¡Mueran los déspotas! Por otra parte, el espíritu combativo de la mayoría de los reservistas y la desorientación de los republicanos de Lerroux, abandonados de sus jefes, contribuyeron a hacer más explosiva la situación.

Las barricadas comenzaron a surgir aquí y allá en diferentes puntos de Barcelona, como en Gracia, Sans, San Martín, etcétera, para hacer frente a las fuerzas de policía y Guardia civil. Numerosas armerías fueron tomadas por asalto y las citadas barricadas fueron ocupadas por obreros armados.

El centro de Barcelona, las Ramblas, la calle de Bailén, Caspe, del Pino y Hospital, la plaza de Santa Ana, etc., se hallaban cruzadas de barricadas.

La huelga era efectiva en 65 localidades catalanas, en Alcoy y otras. En Sabadell, Mataró, Granollers y Palafrugell, los comités revolucionarios dirigían la situación después de haberse apoderado del Ayuntamiento. En Sabadell, después de ocupar el Ayuntamiento, el día 27 de julio, 1.500 hombres armados estaban dispuestos a marchar sobre Barcelona; pero el Comité de huelga de la capital dijo a los delegados de Sabadell que no necesitaba refuerzos.

En Reus, Vendrell, Tudela y Calahorra, se cortó el paso a los trenes que conducían fuerzas de represión encaminadas a Barcelona. En Sabadell, los obreros se apoderaron del cuartel de la Guardia civil, cuyos números tuvieron que refugiarse en la estación. Dos regimientos de dragones se negaron a abrir fuego contra la multitud.

¿Y en Barcelona? Los huelguistas, dueños de la ciudad, no supieron o no pudieron sacar partido de la situación. El sempiterno anticlericalismo se manifestó por inútiles y contraproducentes incendios y asaltos de edificios religiosos, aunque sin los crímenes ni robos que la prensa conservadora, para no perder una costumbre bien establecida, quiso atribuir a los insurrectos.

Desde el día 29, el Gobierno comenzó a concentrar fuerzas del Ejército contra Cataluña partiendo de Zaragoza y Valencia y el movimiento fue bajando de tono. El 30 de julio. La artillería barría literalmente el edificio de la Casa del Pueblo de Barcelona.

En verdad, Cataluña se había lanzado sola a un movimiento revolucionario no secundado por el resto del país. Un comentador socialista decía semanas después:

“Habríamos podido apoderarnos fácilmente del Ayuntamiento y hacer prisionero al capitán general. Se habría podido nombrar un Comité revolucionario. Se habría podido hacer todo lo que se hubieses querido.”

La decisión del Partido Socialista, expresada en su manifiesto del 28 de julio, fue excesivamente tardía; además, acostumbrado a la acción legal, las agrupaciones no recibieron orientaciones de la dirección desde el momento en que La Cierva intervino la correspondencia y suspendió los periódicos socialistas.

Fernández Almagro, al relatar los acontecimientos, comenta:
“Pero la sedición, languideciendo el viernes 30, y cayendo casi del todo el sábado día 31, no resultó aplastada por un Estado eficaz en su reacción, sino consumida por sí misma.”

Aquellas insurrección, “sin quererlo”, se saldaba con las siguientes bajas: Guardia: 1 teniente coronel muerto, 1 comandante, 3 capitanes, 3 tenientes y 39 guardias heridos, Ejército: 3 muertos y 27 heridos. Población civil: 82 muertos y 126 heridos. Cruz Roja: 4 muertos y 17 heridos.

Luego vino la represión. Según La Correspondencia Militar, más de mil procesos fueron instruidos en dos semanas. El 28 de agosto comenzaron los fusilamientos. Entre ese día y el 13 de octubre fueron fusilados los obreros José Miguel Baró, Antonio Malet y Ramón Clemente y el guardia de seguridad Eugenio del Hoyo que se había negado a disparar contra los revolucionarios. El 13 de octubre era fusilado el director de la “Escuela Moderna”, Francisco Ferrer Guardia, anarquista puramente teórico, cuya participación en los sucesos nunca pudo ser probada. Se trataba de una ejecución por delito de opinión y semejante medida tenía forzosamente que producir gran conmoción en la opinión de todos los países.

El Bureau de la Internacional Socialista había publicado ya un comunicado a primeros de agosto, en el cual se decía: “En España, los trabajadores se han levantado contra una guerra, cuyas cargas recaían todas sobre la parte más pobre de la población”. Recordando las resoluciones del Congreso de Stuttgart “invitaba a los trabajadores de España y Francia a emprender vigorosa campaña para detener las expediciones a Marruecos”. Poco después, el Congreso de la Internacional Sindical, celebrado en París, a propuesta del delegado alemán Sassenbach, aprobaba una resolución “expresando sus más vivas simpatías a los compañeros españoles que han opuesto la huelga general a la orden de movilización. Esperan (los delegados) que los trabajadores de todos los países conseguirán, por el empleo de todos los medios, impedir la guerra”.

Sin embargo, la acción contra la represión ocupó el centro de gravedad político, en lugar de la acción de la guerra. El 5 de septiembre se formó en parís un “Comité por las víctimas de la represión española”, que contaba entre sus primeras firmas las de Anatole France, Sebastián Faure, Maeterlinck, Cipriani, Severine, Quillard y Fribourg. Las adhesiones llovieron en breves días, entre otras las de Kropotkin y las de hombres de ciencia, como Haeckel, Mathiez y Hadamard. Las manifestaciones menudearon por París, al mismo tiempo que 33 diputados laboristas expresaban su protesta en Inglaterra. El 11 de septiembre se celebró un mitin monstruo en París, en que se aprobaron resoluciones para salvar a Ferrer y todos los presos así como para no tolerar ningún atentado contra la seguridad de los refugiados españoles en Francia. Los mítines se sucedieron en París, Lyon, en Italia, Portugal, Inglaterra, etc., Las Ligas de los Derechos del Hombre y las organizaciones sindicales de varios países elevaron enérgicas protestas.

En España, el gobierno Maura sentía crujir la tierra bajo sus pies. El 22 de septiembre se había llegado a un entendimiento de todas las fuerzas de izquierda contra el Gobierno. El 28 del mismo mes se hizo público un manifiesto del Partido Socialista (fechado el 20) en el que por primera vez manifestó éste su criterio de marchar unido con otros partidos de izquierda:

“El Partido Socialista… lucharás ahora, bien sólo, bien al lado de toda fuerza democrática que se proponga este doble fin (restablecimiento de garantías y desaparición del Gobierno) a condición de que sus actos sean serios y honrados y de que no se encuentren en contradicción con las aspiraciones del proletariado consciente.”

La policía recoge el 7 de octubre los diarios El Liberal, España Nueva y El País, que publicaban declaraciones de Costa contra la guerra. Ese mismo día se reúnen Azcárate, Pérez Galdós y Pablo Iglesias, para sentar las bases de una alianza republicanos-socialistas. Pérez Galdós publica entonces su Carta abierta al pueblo español:

“Ya es hora de que afrontemos las calamidades de estos tiempos, los más azarosos que he visto en cuarenta años, o más, de presenciar la corriente viva de la historias. Ya es hora de oponer a los atrevimientos de nuestros gobernantes algo más que el asombro seguido de resignación fatalista, algo más que las maldiciones murmuradas, algo más que las protestas, semejantes a cohetes que estallan con luces y ruido, apagándose al punto en cobarde silencio. Forzoso es que alguien, sea quien fuere, clame ante la faz atónita del pueblo español, incitándole a contener enérgicamente las insensateces de los que trajeron la guerra del Rif, sin saber lo que traían, que la desarrollaron y extendieron atropelladamente, tropezando con la tragedia y levantándose con arrestos heroicos, que un día proclaman alegrías de paz y al siguiente nos llaman a mayor guerra, y ahora, arrastrados de la fatalidad, se ven en el forzoso compromiso de agrandar la acción ofensiva con amplitudes desproporcionadas, que no tendrán cabida en el marco modestísimo de nuestro estado financiero y militar.”

“Que la Nación actué, que la Nación se levante, en el sentido de vigora erección de su autoridad; que no pida al Gobierno lo que éste, enredado en la maraña de sus desaciertos, no puede dar ya; verdad en las informaciones de la guerra; orden, serenidad y juicio de sus acuerdos políticos y militares.”

“Unidos todos, encaminemos hacia su término la guerra del Rif, añadiendo al fulgor de las armas la lucidez de los entendimientos, en cuanto se relacione con la política internacional. Apaguemos de un soplo los cirios verdes que alumbran el Santo Oficio, llamado por mal nombre “Defensa Social”, vergüenza de España y escándalo del siglo, y pongamos fin a las persecuciones inicuas, al enjuiciamiento caprichoso, a los destierros y vejámenes, con ultraje a la Humanidad y desprecio de los derechos más sagrados. No estorbemos a la justicia, sino a la desenfrenada arbitrariedad y al furor vengativo. No temamos que nos llamen anarquistas o anarquizantes, que esta resutizada Inquisición ha descubierto el ardid de tostar a los hombres en las llamaradas de la calumnia. Ya nos han dividido en dos castas: Buenos y malos. No nos turbemos ante esta inmensa ironía,

Rellenemos las filas de los malos que burla burlando, a la ida contra el enemigo, seremos los más, y a la vuelta los mejores.”

Lo que denunciaba D. Benito era, en la realidad, males de su siglo XIX, que por arcaísmo han tomado carta de naturaleza en el nuestro.

La voz de Galdós, decisiva en España, también encontró ecos en Francia. Los profesores Adler, Basch, Bloch, Levy-Bruhl, Durkheim, Cotton, Brunschwig, Roques de la Sobornas, los sabios Painlevé y Salomón Reinach del Instituto, Silvain Levy del Colegio de Francia y tantos otros hacían oír su voz a favor de los españoles perseguidos y encarcelados por el gobierno de Maura.

El 9 de octubre se vió el juicio militar contra Ferrer. El fiscal dijo que no acusaba un hecho aislado “sino el, promotor de un movimiento revolucionario, la síntesis de todos los elementos que han tomado parte de éste”.

El 13 de octubre se cumplía la sentencia de muerte. Una ola de indignación recorrió España. Los diputados republicanos protestaron en la Cortes por boca del valenciano Sr, Azzati. En el Ayuntamiento de Madrid, después de un escándalo mayúsculo, los socialistas y el republicano Dicenta abandonaron el salón de sesiones. En París, 30.000 personas se manifestaron en la Avenue Villiers ante la Embajada de España, llevando a la cabeza a Jaurès, Vaillant y Albert. Las cargas de la policía no lograron acallar los gritos de “¡Vive Ferrer!”, “¡A bas l’assassin!”, “¡A bas la calote!”, “¡A bas Alphonse XIII!”. En Bruselas, también se registraron manifestaciones, mientras que el alcalde de Roma, Natham, hacía fijar carteles por las calles, diciendo que Roma se asociaba al duelo del mundo civilizado por la muerte de Ferrer. El 17 de octubre, la manifestación “Pour lEspagne Libre” reunió en París 100.000 personas. Mientras tanto, Anatole France dirigía a Jaurès este telegrama:

“Mon cher Jaurès, publiez mon indignation contre les bourreaux de Ferrer et mon culte a la mémoire du gran martyr de la prensée libre.”

En Roma, Livorno y Buenos Aires, la protesta adquirió caracteres de huelga general.

En Madrid, los días del Gobierno estaban contados y de nada le valió lanzar la especie de “otra leyenda negra”, etc. La astucia de apelar al orgullo nacional cando la opinión internacional se interroga sobre el “problema España” no siempre ha sido eficaz. En aquel momento resultaba pueril o incurso en la manía de grandezas el creerse víctima de una “conjura internacional”. En cambio, era cierto que los tristes procedimientos empleados en la lucha política hacían que se considerasen a España como sumida en el primitivismo.

Pero volvamos a Madrid, y más concretamente a la Carrera de San Jerónimo. Moret interpela al Gobierno el 18 de octubre. El día 20 se reúnen los diputados republicanos con una delegación del Partido Socialista. El 21, El Rey ha comprendido que sólo la salida del equipo Maura-La Cierva puede evitar una revolución. Moret es llamado a formar Gobierno.

El nuevo ministro de la Guerra, general Luque, declara el 25 de octubre que no se tienen propósitos de conquista en Marruecos sino de “penetración pacífica”. Moret dice el 9 de noviembre: “Indudablemente, vamos hacia la paz, pero queda aún por realizar una última etapa del plan de operaciones elaborado por el gobierno anterior…”

El problema de Marruecos no era de fácil solución. Si España había emprendido la acción, más como Estado anacrónico sediento de victorias fácil para su ejército cortesano que como Estado imperialista moderno, diferentes intereses de los demás países y de los consorcios internacionales (pensemos en las minas) complicarían en gran manera la cuestión. Cuando acababa 1909, sólo se logró ocupar el Gurugú y la zona de Nador, con un ejército de 45.000 hombres (y 13 generales) que sufrió más de 1.500 bajas.

Mientras tanto, en Madrid, las izquierdas iban más lejos que Moret, y los liberales “disidentes”, Canalejas y Romanones, alimentaban este empuje. Las elecciones municipales de diciembre dieron el triunfo al bloque republicano-socialista en las grandes ciudades. En Madrid, después de una accidentada elección complementaria en el distrito del Hospicio, resultaron electos 25 monárquicos y 25 republicanos-socialistas.
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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