A la Española arrasaron. Franceses y españoles se la dividieron, como se confabularon para exterminar a la población primigenia. La isla toda, de donde se habla la lengua venida de península Ibérica y el "Patuá" o francés mezclado con la herencia africana, está llena de los hijos de los esclavos que franceses y portugueses allí llevaron, como mercancía o simples animales, para poblarla después del genocidio. El originario resultó demasiado combativo y escapista hacia los espacios más lejanos; tampoco era él, el más fácil para obligarle a las tareas en las que los amos, antes no los había, estaban empeñados. Los primigenios hacían lo suyo, lo de sus vivencias, no aptos para lo que otro quisiese. Se dejaron matar o se fueron hacia donde tenían hermanos, desafiando la ira de los mares suyos. Por eso a la Española, francesa y española, que no es ni una ni otra cosa, convirtieron en una prolongación del África.
Pero, en particular, Haití se llenó de leyendas, de misteriosas historias, donde las que por allí dejaron pegadas a las piedras, escondidas entre intrincados aunque en veces casi secos matorrales, en empinadas cuestas que fueron por tiempo sus refugios, que aprendieron a subsistir y no dejarse vencer definitivamente por la sed y el ardiente sol, los originarios asesinados en masa u obligados a la fuga a la zona continental, se mezclaron con las venidas del África en los barcos negreros, en las sucias bodegas marineras, con hombres de otro color de piel, pelo ensortijado, pero con las mismas angustias y deseos de seguir siendo lo que ambos eran, antes que los hombres civilizados se mezclasen en sus vidas. Eran hijos de los mismos padres, venidos al mundo con el mismo fin e iguales sueños y, en fin de cuentas, el deseo de ser libres.
De los africanos que echaron sus raíces profundas en Haití, predominó el descontento. No podía ser de otra manera. Les sacaron a la fuerza de sus tierras, separaron de sus familias, les trasladaron por largos días en el fondo de barcos que se mecían violentamente y hasta daban volteretas y saltos bruscos; vieron morir a muchos de ellos, hasta hijos, padres y hermanos que lanzados al mar se convirtieron en presa de los grandes peces que marchaban hundidos en el agua que la popa partía en dos. Sirvieron por generaciones para que los amos franceses se enriqueciesen y para incrementar los ingresos de Francia.
Se vieron obligados a asumir una religión que no era la suya, humillación que nunca han perdonado, aunque tuvieron la creatividad de hacer su sincretismo que, en buena medida, sirvió para engañar a los amos y evitar graves castigos. Sus dioses, sus venerables, siguieron siendo los mismos aunque su imaginería pareciera ser confusa o destinada a engañar al opresor. Pero un día, por el lado francés de la Española, se dice que por causa de algunos negros mandingas, el veneno comenzó a penetrar por los resquicios de las paredes, impregnar los espacios e instrumentos propios de las cocinas; se deslizó sin dejar huella hasta las habitaciones íntimas de los amos y comenzaron a morir muchos de estos, sus odiados perros negreros, entrenados para seguir la huella de cualquier alzado o huido a las montañas y hasta agredirlos salvajemente de por solo percibir sus olores de sudor mezclado con sus habituales esencias, fuerte condimentos de sus alimentos y hasta miedo. El veneno, en la creatividad del haitiano, recogido por la literatura, puede no ser más que la difusión de las ideas libertarias, de las manos humildes que se unen y van formando una larga cadena.
Aquellos hombres que tuvieron el don de convertirse en animales, desde los grandes y alzados en las montañas, hasta reptiles, escarabajos y pequeños rastreros, podían penetrar cualquier espacio donde los amos conversaban y así enterarse de todo y dejar su carga de veneno. Su advertencia que algo había de sobrevenir como el cambiar de las cosas y aquel orden.
La Revolución Francesa y su consigna de libertad e igualdad, abrió espacio para que ella produjese generales de muchos haitianos que allá en Europa estaban. De estos recalaron al lado francés de la Española y pudieron compartir y combatir por lo que aquella prédica significaba. Ejércitos enormes de negros, descendientes de africanos, muchos de ellos aún hablando las lenguas de sus antecesores, encontraron líderes y generales venidas de Francia, formados en la idea de la revolución, pero también de los paridos en sus propias entrañas, entre aquellos envenenadores y licantrópicos. Y de aquel fenómeno, reacción de una uniforme población negra explotada y humillada por una minoría blanca, a quien por años se subestimó, nació la primera república americana. Al lado, compartiendo con ella la misma isla, todavía España mantenía sus posesiones.
Allá, los colombianos de Bolívar, que para ser justo habría que decir los venezolanos, nacidos y formados en la Capitanía General de Venezuela, para 1816 fueron a recalar en busca de refugio. No había espacio en esta parte del mundo donde los revolucionarios y republicanos que desafiaban a los imperios pudiesen encontrar sosiego, amparo ante la persecución y menos ayuda material para proseguir sus luchas. Aquellos héroes, como los grandes capitanes haitianos, pudieron comprobar que la historia de su propia patria tenía respuesta en lo allí acontecía. Boves los había exterminado con una multitud de hombres como estos haitianos cansados del despojo, explotación y la más cruel humillación.
Haití cometió muchos pecados. Parió dentro de la negritud grandes capitanes. Burló a los imperios y a los amos, destruidos por una heroica multitud a quien estos siempre desdeñaron y tuvieron como inferior. En su espacio nació no sólo la primera república americana bajo el auspicio del enciclopedismo europeo y básicamente la Revolución francesa y la Comuna de Paris, sino además rompió las relaciones imperantes en todo el continente, la esclavitud. Negros esclavos se trocaron en brillantes y exitosos generales y la República negra se volvió faro para las luchas por la independencia de la América todavía sometida al yugo de europeos. Haití cometió el pecado y atrevimiento de convertirse en faro de la libertad, el cambio y hasta la justicia. Eso y lo que de eso hacen los pueblos y los hombres, hasta tanto no es muy amplio y poderoso el espacio donde sus ideas y ejemplos aniden, caro se paga. Quienes en sus pesadillas elaboran maniobras y malas artes para fortalecer sus dominios, los de los nuevos conquistadores, porque quedaron intactos, sólo que bajo otras formas, no perdonan que Haití se haya atrevido a tanto. Peor es la suerte de Haití, tan cerca de los dominios del infierno, si como se dice, en su suelo, mar territorial, hay riquezas que ellos quizás desconocen, pero Lucifer tiene inventariadas.
A Haití lo azotan huracanes, tsunamis, terremotos, epidemias y Lucifer y los suyos no le aplican un nuevo Plan Marshall, tampoco uno de esos que para Venezuela ofrecen, como si estuviesen interesados en resolver las calamidades que ellos mismos provocan, sino que envían boinas azules y marines para resguardar el orden.
¿Cuál orden?
Si allá no hay ningún orden. El hambre no lo es, como tampoco sus amigos la miseria, epidemias, analfabetismo, insalubridad, falta de agua potable. Ese es el desorden allá existente. El que los militares de Lucifer y de sus amigos acuden a cuidar. ¡Qué nada cambie! ¡Qué ningún Jean Jacques Desaliñes o Carlomagno Peralte, vuelva a aparecer! ¡Qué los hombres misteriosos, licantrópicos, capaces de volverse animales para evadir al enemigo, nunca resuciten!
Ahora mismo hay, si no un nuevo desorden que se agrega al ancestral, si una incertidumbre. Los haitianos votan por los mismos personajes de siempre y gane quien gane, nadie sabe los verdaderos resultados y hay que volver a votar. Celebraron unas elecciones en noviembre y las cuentas están tan enredadas que han pospuesto por un relativo largo tiempo anunciar los resultados. Cuando lo hagan, teniendo el estómago vacío y sufriendo los males que provocan todas las plagas del mundo, Lucifer "preocupado por el destino del pueblo", enviará sus marines a "resguardar el orden" y hasta es probable que "sugieran con la debida sutileza" que "repitan la mano". Mientras tanto sus civilizados, avanzados protectores, aprovecharán, como es habitual, de cometer sus fechorías. Pero Haití tiene su historia, sus héroes y sus dioses y algún día volverán a encontrarse con gente combativa, apegada a la tierra y su milenaria cultura. ¡Ese día llegará¡