El pasado 22 de abril, justamente el Día de la Tierra, se realizó en Washington (Estados Unidos), y en unas 200 ciudades más en el mundo, la Marcha por la Ciencia, para exaltar a la ciencia y al rol que ésta juega en la vida diaria de las personas, de las sociedades, de la humanidad toda. Una de las pancartas que se mostró, en alguna de las ciudades donde se marchó, decía: "No hay planeta B".
Una de las motivaciones que tuvieron los colectivos de científicos y activistas por la ciencia para convocar este original evento, fue la necesidad de mostrar que los resultados de la actividad científica debe estar presente en el centro de las políticas públicas que formulan quienes gobiernan a las sociedades, para evitar que se siga improvisando y apuntándole al tiro al blanco, cada vez que hay que tomar decisiones trascendentales.
Problemas complejos como el cambio climático, la salud, la producción de medicamentos, el hambre, la educación, el crimen organizado, el crecimiento económico, la generación de empleos, entre otros, requiere del aporte de las diferentes ciencias para que se consigan las soluciones más adecuadas. Al respecto la científica Caroline Weinberg, cofundadora de la Marcha por la Ciencia en Estados Unidos, señaló lo siguiente: "La ciencia alarga nuestra vida, protege nuestro planeta, pone comida en nuestra mesa y contribuye a la economía".
A propósito de lo anterior, resulta oportuno recordar nuevamente al insigne economista y teórico de la planificación Carlos Matus, quien en su libro Teoría del Juego Social, dice: "Las ciencias no parecen tener impacto relevante en el enfrentamiento de los problemas sociales y en la calidad de la gestión pública. Hay un abismo entre el retraso de la política y el avance de las ciencias. La primera ignora a las segundas".