Los cañones del Rey de Francia portaban la inscripción "Ultima Ratio Regum" (último argumento de los reyes), refiriéndose al uso de la fuerza cuando las otras razones no bastaban. Para la Monarquía y el Estado neo franquista español, el cañón siempre es lo primero, con alguna democrática amenaza previa, por supuesto. Lo vemos hoy con el caso catalán, que avergüenza a Europa comenzando por Bélgica cuyos altos funcionarios se dividen y polemizan sobre la persecución judicial de los integrantes del gobierno catalán refugiados en Bruselas.
Para Jan Jambon viceprimer ministro de Bélgica y encargado de la cartera de Interior, Madrid "ha ido demasiado lejos" con la aplicación del 155, infame artículo de su Constitución que más bien parece un cañón de 155 milímetros con el que se dispara a mansalva sobre Catalunya y su pueblo. "Existe la ley española, dice Jambón, pero también el Derecho Internacional, la Convención Europea de Derechos Humanos y otras cosas. Y todo esto está por encima de la ley de un Estado miembro".
Mientras Jambon y otros altos funcionarios y ex funcionarios belgas se pronuncian y polemizan sobre la persecución política de Puigdemont y sus colegas, amenazados con 30 años de cárcel por cumplir el mandato de su pueblo y proclamar la independencia, el Primer Ministro y el Canciller belgas llaman a la prudencia y a no arrojar aceite al fuego de la controversia.
En Madrid, la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha asegurado que el Gobierno respeta las decisiones de la Justicia belga, ya que Bélgica es "un sistema tan democrático como el español", lo que es la forma jesuítica que Doña Soraya tiene de decir que el gobierno español es tan democrático como el belga (¿?) lo que no se lo cree ni su abogado después de tomarse una botella de Anís del Mono, por aquello de los 140.000 asesinados de Franco que yacen en las cunetas españolas, por las leyes represivas y otras lindezas del neo franquismo. Después de todo, el jefe de Estado Juan Carlos I asumió el poder reclamándose de la legalidad nacida el 18 de julio de 1936, día en que el Caudillo y otros generales fascistas dieron el golpe de Estado que acabó con el gobierno democrático de la República Española.
No olvidemos que Bélgica enfrentó y resolvió su separatismo flamenco sin recurrir a las prácticas del Estado Español (Aznar y Felipe Gonzales) de pagar sicarios para asesinar a los independentistas vascos. Y que recientemente los escoceses tuvieron un referendo sobre la independencia, sin que Londres mandara 900 gendarmes a Edimburgo a repartir porrazos y patadas, robar las urnas electorales y herir a 900 personas.
Ahora bien, que España muestre visiblemente lo que esencialmente es, un estado franquista neoliberal, tiene para nosotros otra lectura porque desenmascara la hipocresía de su sempiterna "indignación" ante Cuba y Venezuela por sus supuestas violaciones a la democracia y los derechos humanos. Porque nadie vio a Puigdemont por las calles de Barcelona dirigiendo bandas de asesinos que destruían todo a su paso y quemaban vivas a las personas, nadie vio francotiradores independentistas catalanes abatiendo guardias, policías y transeúntes, tampoco incendiar universidades, bibliotecas y jardines de infancia… como los hicieron durante meses los extremistas opositores venezolanos dirigidos por Leopoldo López, Freddy Guevara y otros a quienes Madrid apoya y defiende oficial y oficiosamente.
Es curioso que el líder del Partido Popular (PP) en la Eurocámara, Esteban González Pons, tache de "irresponsables y peligrosas" las declaraciones de los políticos belgas sobre Catalunya, y no pueda ver lo irresponsables y peligrosas que son, para el Estado español y su supervivencia, sus violencias en este asunto.
En efecto, el futuro de Catalunya ahora depende del valor e inteligencia de los catalanes para enfrentar a Madrid, pero, sea cual sea el resultado y el tiempo que se tome, la herida está abierta y la historia es irreversible. Más aún la cuestión catalana revive la cuestión vasca y otras, y nos anuncia el ocaso de la España franquista: vendrá el día en que será el propio pueblo español quien exija y obtenga su independencia y funde su República.
Mientras tanto, quienes amamos a los pueblos de España, decimos con ellos: "¡A la calle!, que ya es hora de pasearnos a cuerpo y mostrar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo".