América Latina se mira en el espejo de Brasil

El débil triunfo de Lula en las elecciones de finales de septiembre hizo temblar a Brasil, y el temblor de Brasil está moviendo las capas tectónicas de las cancillerías de América latina, especialmente las del MERCOSUR.

¿Qué sería de Brasil sin Lula? ¿En qué terminaría el nuevo MERCOSUR sin Brasil? ¿Cuál sería el destino de la alianza de Venezuela con el MERCOSUR si perdiera Lula? ¿A dónde irán las ilusiones de millones de trabajadores y sectores de clase media, que apostaron a un cambio a través del PT y su líder? ¿Cuánto afectará las relaciones de Estado y la lucha de clases en la subregión? Estas y otras, son preguntas pertinentes después de los resultados electorales donde Lula ganó perdiendo y Geraldo Alckmin, su pleiteante más derechista, perdió ganando.

Gane o pierda Lula y el PT el próximo 29 de octubre -todo indica que ganará- la principal preocupación que se desprende del proceso electoral brasileño, es: ¿hacia dónde van las tendencias sociales -y las del voto- en los países que vivieron cambios 'hacia la izquierda' en los últimos 4 años? Dicho de otro modo: ¿no es bueno plantearse qué está pasando en las cabezas de millones de latinoamericanos a cuatro años de experiencias 'centroizquierdistas', anti neoliberales y nacionalizantes?

Algo está cambiando. Y no es precisamente hacia mayor certidumbre. Brasil es, apenas, la expresión más reciente y continental, por su peso hemisférico. Es clave comprender sus efectos.

La lección chilena de Lula

No responder a estas preguntas, u otras como estas, sería jugar al sonso, hacerse el desentendido, o en el mejor de los casos: ser un idiota político confeso. Ya conocemos las tragedias producidas por este tipo de 'jueguitos' en la vida social.

Una de ellas, el Chile de Allende, fue citada recientemente por el presidente brasileño, pero no le sirvió para explicar por qué perdió la primera vuelta, sino para inventar ilusiones sobre la segunda.

Después de reponerse del sorpresão (sorpresón) electoral, el presidente Inácio Lula da Silva, aclaró que ' siempre fui favorable a la figura de la segunda vuelta electoral', para evitar -recordó- lo que sucedió en Chile con Salvador Allende, electo con un tercio de los votos y derrocado tres años después.

'En una segunda vuelta, la población puede dar mayoría', argumenta Lula, como si estuviera revelando un arcano secreto de civilizaciones perdidas. ¿A qué viene esta peregrina aclaración, cuando la pregunta es por qué se le fueron más 10 millones de votos? ¿Qué utilidad tiene recordar el fiasco chileno, que solo es comparable porque en Brasil se repiten errores similares? ¿En cuánto ayudará a las masas a elevar su nivel de comprensión política y evitar que su voto se vaya detrás de la derecha en la segunda vuelta del 29 de octubre? Decir, como dice Lula, que en una segunda vuelta le pueden dar la mayoría que le negaron en la primera, es confesar que todo lo hecho y dicho hasta ahora fue una joda de mal gusto. ¿Desde cuándo la gente anda jugando a las vueltas electorales como si fueran calesitas? La derecha avanza porque se toma muy en serio la apuesta por el poder.

Como se sabe, tras treinta y tres años de reflexiones dolorosas sobre 'la tragedia chilena', el tercio de votos con el que ganó Allende en 1970, se transformó en dos tercios de voluntades que lo acompañaron casi los tres años de gobierno de la Unidad Popular. Esa mayoría, mucho más democrática que 30% de votos volátiles, fue dilapidada y debilitada, por esa lógica política de andar creyendo que se puede gobernar 'durmiendo con el enemigo en la misma cama de la democracia capitalista' (la frase pertenece a Mario Palestro, viejo dirigente del socialismo chileno, exiliado en Venezuela durante los años 70).

La tragedia chilena, como la de docenas de procesos similares del siglo XX, comenzó el día que se comenzó a confiar en el enemigo, sus instituciones, acuerdos y en la diplomacia vinculante: y dejaron subordinadas, absolutamente subordinadas, las fuerzas y la confianza de quienes apoyaban el proceso que encabezaba Allende. Eso pasó en Brasil el 28 de septiembre pasado, pasó antes en Ecuador, está pasando en Uruguay y puede pasar en Bolivia y en Venezuela.

El riesgo de jugar a las ilusiones

Como la política no se rige por reglas aritméticas, en algún momento la gente (las 'multitudes' explotadas) comienzan a sentir que todo su esfuerzo es o ha sido en vano, y su voluntad y sacrificios por el gobierno popular, descienden. Comienza la desilusión.

La derecha avanza cuando la izquierda retrocede en una relación dialéctica de altas contradicciones. Y el retroceso no comienza el día que se cuentan los votos, sino en el momento que se dejó de hacer lo que se prometió hacer. 'El mundo es una suma de procesos, no de cosas', recuerda el viejo Hegel.

Este retroceso le sucedió a Lula en la primera vuelta; está en proceso de acumulación con Tabaré Vázquez en Uruguay, ya lo vivimos con Lucio Gutiérrez en Ecuador y con Carlos Mesa en Bolivia, en sus modalidades insurrecciónales de toque indígena.

Las ilusiones tienen límites, sobre todo cuando hay enemigos internos e imperialistas tan poderosos acechando a diario. Con medios masivos dominantes, clase media inestable y una cultura social conservadora que los favorece. ¿Acaso no es posible recordar que América latina dio todo por la Revolución Sandinista, para que su gobierno lo derrochara en errores sucesivos, indecisiones fatales, concesiones sistemáticas al enemigo en Contadora y Esquípula y alta corrupción gubernamental?

Dos que no ganaron

Hay dos casos recientes de retroceso, que no son iguales a los citados, pero deben ser analizados en el mismo contexto y dentro de la misma dinámica en esta tendencia al agotamiento de las ilusiones: Humala en Perú y López Obrador en México.

Ambos perdieron pudiendo ganar, según indicaban encuestas previas y estudios de opinión no manipulados. La explicación de sus derrotas no se encuentra solo en las acciones de la derecha: ella siempre cumplirá su deber reaccionario con las peores armas.

Hay que escarbar en las debilidades y errores propios, para saber que en el primero caso, Humala, fue clave su alianza con fracciones de partidos enemigos odiados por las masas y su distanciamiento de Chávez, y en el segundo, López Obrador, obró en contra el fraude, si, pero junto con su marca propia inevitable: su partido es el que reprimió a los zapatistas y a muchos trabajadores no zapatistas, y fue, sostén del neoliberalismo mexicano de los años 90. ¿Por qué carajos la gente habría de votar por ellos si era tan poca la diferencia con los otros? Remember Nicaragua.

Los dos asegurados y el mediocre

Es cierto, como señala el juicioso analista uruguayo Raúl Zibechi, que siempre será mejor el 'mediocre gobierno de Lula' que el mejor gobierno de la derecha brasileña. Pero eso a veces no es suficiente para repotenciar las ilusiones. La gente común no hace política por oficio, sino por imperativos cotidianos como la sobrevivencia. Cuando eso se traslada a la dimensión de la ilusiones y se concentra en elecciones o en personalidades dominantes, nace el riesgo. Son los casos de Lula, Chávez, Evo, inclusive Kirchner.

La sobrevivencia es el punto del capitalismo actual en nuestros países. Ya no hay más democracias rozagantes que derraman migajas socialdemócratas o nacionalistas. La excepción podría ser Venezuela y tampoco escapa esta lógica de hierro donde se derriten las ilusiones.

El otro caso que no encaja es la Argentina de Kirchner, el único presidente con la reelección asegurada, después de Chávez. Pero quien observa la realidad interior argentina sabe que la base económica y social de sustentación es tan endeble, como el sistema de precios del mercado mundial que la sostiene.

La gente vive al límite y quiere gobiernos que hagan coincidir las palabras con los hechos. Esto, más que 'alto nivel de comprensión política', es sobrevivencia mezclada con una porción de conciencia. El resultado es un tiempo de espera más corto que en los gobiernos de décadas pasadas.

Quién mató a Lula

Lula no perdió por los cinco escándalos de corrupción ni por la degradante imagen televisiva del dossier de los funcionarios del PT comprando voluntades ajenas. Esos incidentes tuvieron su peso propio, pero como impactos emotivos de un proceso de deterioro social que comenzó dentro del PT en 2004 y en amplios sectores sociales desde entonces.

La ruptura del PT en 2004, la separación del Movimiento Sin Tierra de la alianza gubernamental, el rompimiento de una figura emblemática de la mayoría pobre, como Frei Beto; la cincuentena de huelgas nacionales contra la política económica de Lula, y la imagen de éste pagando la deuda al FMI, al lado de los peores del mundo, fueron las ruedas de un camión que comenzó a andar hacia atrás desde los primeros meses de su gobierno.

Debajo de cada acto de corrupción -exagerado y aprovechado por la derecha cada vez que pudo- siempre estuvo la equivocada política del gobierno de favorecer a los ricos, a la banca y a los exportadores. Si no hubo más votos en contra de Lula fue por el programa Bolsa Familiar, una pequeña renta distribuida entre unas 40 millones de personas. Algo ando se hizo mal, para que esa acción gubernamental amplia no tuviera un efecto social de potenciación, como los tienen las Misiones de Salud y Educación en Venezuela.

Cuánto pesa Brasil en Venezuela

No es fácil saber hacia dónde se dirige la situación brasileña, sobre todo si Lula perdiera la segunda vuelta. Todo indica que las ganará, sobre todo porque la gente es más viva que el mismo Lula, y votará por él porque no tiene nada mejor al frente. El peligro es cuando crea que eso puede ser Geraldo Alckmin. ¿ O acaso en la Nicaragua de 1989 la gente no creyó que la Chamorro era mejor que Daniel Ortega?

Sobre el grito de Brasil, lo que interesa explorar es hacia dónde va América latina, y dentro de ella, los procesos revolucionarios de Bolivia y Venezuela.

Los signos de cansancio que pueden conducir a fracasos electorales ya son manifiestos. Ningún país escapa a esa tendencia. Ni siquiera la Venezuela bolivariana, la mejor ubicada en el escenario latinoamericano actual. Aún así, sería una ilusión de peligrosos efectos futuros, creer que esa es una realidad inmutable. Venezuela está sometida a la dinámica latinoamericana, no al revés. Y esta tendencia regional indica que hay un cansancio de la gente explotada y oprimida y que Brasil es su más reciente indicador electoral. La misma luz amarilla se le puede prender a Evo Morales, aunque en este momento, no hay duda, el que aprieta es el enemigo de derecha, y no la sana demanda popular.

Brasil no es Ecuador ni Uruguay. Sus temblores internos serán calambres tectónicos para la región. Así lo estudiaron varios autores latinoamericanos. Por ejemplo, Juan Pablo Pérez Alfonso y Domingo Alberto Rangel, en un libro venezolano paradigmático de los años 70: 'El Desastre', donde proyectaban la tentación hegemonista del Estado brasileño. Eso que Kissinger se encargó de consagrar en la lapidaria frase: 'Las fronteras de Brasil alcanzan al Pacífico'.

Las contradicciones y desafíos que atraviesa la Venezuela de hoy (sociales, económicos y de corrupción) no pueden ser ocultadas bajo la alfombra suave de un avasallante triunfo electoral en las elecciones de este año.

El problema, en el contexto continental que afecta a Venezuela, es en qué momento el proceso de desilusión que viven hoy los oprimidos de América latina, será aprovechada por el enemigo para convertirla en retrocesos políticos, o peor, en derrotas desastrosas.


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Modesto Emilio Guerrero

Periodista venezolano radicado en Argentina. Autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?. Director de mercosuryvenezuela.com.

 guerreroemiliogutierrez@gmail.com

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