Lenín Moreno pasará a la Historia por muchas cosas en el Ecuador y Latinoamérica, pero nadie podrá superar este récord: haber retirado de sus funciones a dos vicepresidentes diferentes en año y medio. Primero, fue Jorge Glas, y ahora, María Alejandra Vicuña. El primero fue electo; la segunda puesta a dedo por él mismo. Ni uno ni otra parecen ser de su antojo. A Glas se lo sacó de encima antes de haber ninguna sentencia en su contra y hoy en día está padeciendo condiciones de cárceles inhumanas; y con Vicuña, al más mínimo ruido sobre un presunto cobro, zas, la saca de su puesto. O sea, Lenín actúa como juez en primera instancia: pulgar hacia abajo y luego llegan las condenas.
El presidente ecuatoriano parece tener un paladar más que delicado, y sobretodo, cambiante. Es lo nunca visto: haberse sacado de encima a dos vicepresidentes en tan corto periodo de tiempo. Su gatillo fácil podría tener múltiples y variadas interpretaciones, y no todas excluyentes entre sí. Una, Lenín pretende blindarse contra el tema corrupción, y cuando considera que se abre la más mínima duda en relación a cargos cercanos, entonces, previene con destitución anticipada. Sin embargo, de esa manera, es él, el propio presidente, el que funge como quien imparte la justicia, violando así el principio republicano de división de poderes del que tanto presume.
Dos, es muy probable que Lenín padezca de alta inseguridad política en sí mismo debido fundamentalmente a que jamás fue un líder con apoyo de base. Nunca tuvo fuerza propia. Hay que recordar que fue elegido para ser candidato por la Revolución Ciudadana después de haber estado afuera del país durante cuatro años; y que luego, necesitó de Rafael Correa para poder ganar la cita electoral presidencial contra Guillermo Lasso. Este vacío de equipo, de compañía, al que él mismo se encargó de dilapidar, le provoca que no se fíe de nadie, ni de su sombra. Y en consecuencia, se va quedando cada día más solo y ensimismado en el ejercicio del poder.
Tres, desde que asumiera, Lenín confundió el término de no confrontar excesivamente y hacer política sonriendo con el hecho de pactar con todo, o mejor dicho, con casi todo lo que pudiera para terminar definitivamente con la sombra de Correa. Esto le ha generado un peaje muy elevado: ahora no controla ni domina su propio rumbo porque desde hace meses está en manos de otros viejos partidos conservadores. Esto le hace ser más débil, y por lo tanto, le provoca creer que todo el mundo que le rodea puede ser el próximo Judas. Es imposible ser un buen presidente creyendo continuamente que todo el mundo te va a engañar. Y de hecho, eso le ocurre en gran medida porque no ha sabido construir un espacio íntimo caracterizado por la lealtad y confianza.
Sea por las razones que fuere, Lenín demuestra ser un presidente muy débil precisamente porque exagera su rol de hombre-fuerte acabando con dos vicepresidentes en tan escaso lapso de tiempo. Estas decisiones traen consigo una gran inseguridad institucional y democrática. Así, Ecuador entra en un tiempo político de gran incertidumbre. ¿Llegará Lenín a su final de mandato? Cualquiera lo sabe. Quizás no queden vicepresidentes disponibles para que esto suceda. Pero lo que sí es cierto es que el actual presidente ha acabado con un proceso que venía caracterizado por su gran estabilidad social, política y económica.