El fracaso de la investidura de Pedro Sánchez, obliga a preguntarse: ¿habrá pactos o nuevas elecciones? Hay otra salida. En junio de 2018 una moción de censura a Mariano Rajoy terminó con su mandato y permitió que Pedro Sánchez llegara a la presidencia. En febrero de 2019 el Congreso tumbó los presupuestos presentados por La Moncloa y obligó al adelanto electoral. El 28 de abril se realizaron elecciones presidenciales en las que Sánchez fue el más votado y, posteriormente, el Rey Felipe VI le encargó la formación del gobierno.
La primera votación de investidura que requería mayoría absoluta se fijó para el 23 de agosto y terminó: 124 a favor, 170 en contra y 52 abstenciones. El resultado llevó a una segunda votación el 25 de agosto, que requería de mayoría simple y finalizó: 124 a favor, 155 en contra y 67 abstenciones. Sánchez no logró la confianza de los diputados. El Rey, que debería convocar una nueva ronda de consultas, anunció que antes de hacerlo les dará más tiempo a los partidos para brindarles la posibilidad de hilvanar acuerdos. El 23 de septiembre expira el plazo: hay nuevo gobierno o automáticamente se convocará a nuevas elecciones el 10 de noviembre, una variante con poco apoyo social.
El fracaso de la investidura prolonga la inacción del gobierno, acrecienta la incertidumbre, profundiza la crisis del régimen del ´78 y aumenta el descrédito del sistema político. ¿Cómo se llegó a esta situación? El PSOE prácticamente dejó de lado a las fuerzas independentistas que le habían permitido ganar la moción de censura y se dedicó centralmente a intentar acordar con Unidas Podemos.
El fracaso de la investidura prolonga la inacción del gobierno, acrecienta la incertidumbre, profundiza la crisis del régimen del ´78 y aumenta el descrédito del sistema político.
Fue una negociación con idas y vueltas en la que Pablo Iglesias cedió en muchos temas centrales y que terminó en un fiasco, ya que se pelearon por el reparto de competencias y cargos. La «izquierda institucional»volvió a demostrar su incapacidad para unirse, mientras que en muchas ocasiones acuerda directa o indirectamente con la derecha. Sí hubiera sido el «Trifacho» el que tenía la posibilidad de formar gobierno, habrían acordado «hasta los sobresueldos».
En la segunda sesión de investidura Sánchez e Iglesias se responsabilizaron mutuamente por el fracaso y la “frutilla del postre” la puso el líder podemita cuando a último minuto propuso desde el atril renunciar al Ministerio de Trabajo a cambio de «las competencias en políticas activas de empleo». La deriva política de Unidas Podemos se hace cada vez más evidente, como las diferencias con IU, Anticapitalistas y otros de sus socios.
Ninguno de los partidos presentes en el hemiciclo «pateó el tablero» con posicionamientos de ruptura con el régimen y llamados a la movilización por una salida de fondo para el país. De la derecha era sabido, pero independentistas y “progres” también actuaron como consejeros más o menos críticos de Sánchez, desde una ubicación de “responsabilidad” con el gobierno y, en definitiva, con la monarquía, ambos defensores del 155.
El “Trío de Colón” votó en contra y aprovechó la oportunidad para propagandizar sus posiciones. Pablo Casado (PP) calificó al gobierno como “una amenaza para España”. Albert Rivera (Ciudadanos) acusó al tándem Sánchez-Iglesias de paralizar España por un ministerio. El facho Santiago Abascal (VOX) señaló a Sánchez como marioneta de los independentistas.
ERC y EH-Bildu, cambiaron su voto del NO a la abstención como señal a favor de la investidura de Sánchez. Gabriel Rufián (ERC) lamentó amargamente la falta de acuerdo y avisó a Pedro Sánchez que prefería facilitar su investidura en esta ocasión ya que su partido tendría dificultades para hacerlo con una sentencia desfavorable para los presos políticos catalanes. El curso autonomista y dialoguista con el estado opresortomado por Esquerra volvió a expresarse con tanta claridad que Rufián admitió conforme: “Me llegaron muchos mensajes de felicitación de diputados del PSOE y de gente de otros partidos muy contrarios al nuestro”. El PNV se abstuvo, su portavoz Aitor Esteban se quejó por la falta de diálogo y dio consejos a granel para encaminar las negociaciones. JxCat votó en contra.
Luego del velorio de la investidura, la vicepresidenta Carmen Calvo dio por caducas las ofertas para un gobierno de coalición con cargos para Unidas Podemos y anunció que sólo negociarán el apoyo en el Parlamento con la convergencia de objetivos, «la vía portuguesa». Además, dijo: “Toca explorar otras situaciones para evitar elecciones” “Con el PP nos pueden unir grandes trazos de la política de Estado”, en un guiño hacia el posible intento de recomponer el golpeado bipartidismo.
Ninguno de los partidos presentes en el hemiciclo «pateó el tablero»
El PSOE resurgió de las cenizas en las pasadas elecciones, aun así, el gobierno fuerte y estable que exige el bloque imperialista de la Unión Europea sigue en la nebulosa. Los empresarios tienen pánico a que un vacío de poder afecte sus negocios y el curso de la economía, las autoridades en funciones vislumbran un tembladeral si la sentencia del juicio a los presos políticos y la próxima Diada se dan sin presidente investido. A muchos se les arruinaron las vacaciones en agosto.
Las dos investiduras fallidas acentúan la crisis del régimen del ´78, cuyo andamiaje monárquico-parlamentario no puede brindar respuestas progresivas a las necesidades sociales y políticas de las grandes mayorías. La crisis es importante, pero los de arriba tienen margen de maniobra por dos cuestiones: cuentan con la colaboración de los dirigentes políticos y sindicales que no llaman a movilizar y con la instalación de la creencia que la única posibilidad de actuación se rige por la máxima “optar por el mal menor”.
El accionar PSOE-Unidas Podemos y el peso político del “Trío de Colón” induce a reflexionar sobre el ciclo de ascenso-caída de los reformistas y su relación con el auge de la derecha. En muchas ocasiones amplios sectores de la sociedad deciden cambiar y depositan expectativas en expresiones críticas, supuestamente de “izquierda”, como sucedió con SYRIZA en Grecia y el PT en Brasil, sólo para tomar dos ejemplos. Cuando estas fuerzas ajustan, no cumplen lo prometido ni producen cambios significativos, defraudan las esperanzas sembradas y, lo que en su momento fue apoyo, se transforma en rechazo y abono para los reaccionarios. La socialdemocracia del PSOE y la centroizquierda de Unidas Podemos transitan por esa ruta reformista ya que, aún con matices y diferencias, sólo proponen cambios parciales que se mantienen en los marcos del régimen y del sistema.
Por estos motivos, hay que construir algo nuevo, una alternativa de izquierda, anticapitalista, que llame a la movilización y a la organización de los trabajadores y el pueblo, de los estudiantes, del movimiento feminista y los inmigrantes, que no le ceda al gobierno, al régimen y al sistema. Los problemas en España son profundos, tanto los actuales como los de arrastre, anclados en el franquismo. No se resolverán sólo eligiendo presidente dentro de un régimen agotado al que es necesario derrotar, en lugar de ponerle parches.
Hay otra salida urgente y necesaria: que las grandes mayorías populares ganen las calles por la convocatoria a una Asamblea Constituyente, Libre y Soberana para debatir democráticamente y decidir su propio destino económico, político y social. Para definir si hay que priorizar las necesidades sociales sobre los negociados bancario-empresariales, la autodeterminación sobre las imposiciones, la libertad sobre la cárcel a los presos políticos, la democracia sobre el autoritarismo, los derechos humanos sobre el recorte a las libertades democráticas y la vida de las mayorías sobre las ganancias capitalista para un puñado de privilegiados. Todo en el camino estratégico de un gobierno de los trabajadores y el pueblo y una libre Federación de Repúblicas Socialistas Ibéricas.