La ideología determinante en el “Primer Mundo” defiende la
liberalización de los movimientos de mercancías y capitales pero
excluye enfáticamente la posibilidad de que la fuerza laboral disfrute
de esa misma libertad. Condena toda acción gubernamental en los países
pobres para proteger sus producciones de los efectos de un
enfrentamiento desigual en el mercado externo pero rechaza la
posibilidad de que se desplace internacionalmente la mano de obra
según la misma ley de oferta y demanda que ellos reclaman para sus
mercancías, capitales y demás factores de la producción.
En condiciones de absoluta libertad de movimiento de las mercancías en
el mercado mundial, vence quien produzca a menor costo y eso solo se
logra con una productividad más elevada, que es siempre aquella a la
que acceden las grandes corporaciones de los países desarrollados
mediante una tecnología más eficiente nacida de su superioridad
financiera, dejando a los países pobres el único recurso de competir a
base de una fuerza de trabajo más barata.
Una globalización económica genuinamente liberal, que enarbole el
principio de competitividad y fije en el mercado las posibilidades de
todas las partes, debía incluir la libertad de movimiento de todos los
factores de la producción, incluida la fuerza de trabajo, pero esta
posibilidad ni siquiera es mencionada en el discurso neoliberal.
En América Latina, el polo receptor fundamental de los intercambios
comerciales, Estados Unidos, cierra sus fronteras a la inmigración
espontánea que promueven las leyes del mercado y proyecta programas
destinados a captar inmigrantes con calificaciones específicas o
refugiados políticos (reales o simulados) que convengan a sus
propósitos políticos de dominación, obviando que es evidente que la
economía de Estados Unidos necesita objetivamente de mano de obra, en
especial la no calificada.
Tal inconsistencia refleja la voluntad de evitar los conflictos
derivados de la competencia entre los inmigrantes y sus propios
trabajadores, sin olvidar las manifestaciones de xenofobia y
discriminación de las minorías que se manifiestan en esa sociedad, por
múltiples factores históricos.
Desde el punto de vista de los empresarios estadounidenses que
explotan la mano de obra inmigrante, si bien sus intereses por la
proscripción legal de los ingresos de inmigrantes son afectados, la
continuidad del ingreso de trabajadores indocumentados -con derechos
deprimidos- resuelve sus necesidades. Los grandes perdedores resultan
los inmigrantes indocumentados, perseguidos, maltratados y súper
explotados. La emigración a Estados Unidos pasa a ser el hecho
dominante del panorama migratorio regional.
Pero, a partir de las últimas décadas del siglo XX, el proceso
migratorio latinoamericano y del Caribe, que desde la época de la
conquista hasta entonces había dejado un saldo positivo, pasa a ser
negativo. Es decir, más emigrantes que inmigrantes.
En los años 80, con el auge del neoliberalismo impulsado por el
gobierno de Ronald Reagan en los Estados Unidos, América Latina se
sume, como todo el Tercer Mundo, en un período caracterizado por los
efectos de una deuda externa impagable que frena su desarrollo,
agravado por el auge de la corrupción, la malversación y el descrédito
de los políticos tradicionales.
El desmoronamiento de la Unión Soviética y del sistema socialista de
Europa oriental privó a los países subdesarrollados del mundo de una
alternativa de asistencia económica y técnica, así como de mercados
relativamente seguros y ventajosos.
Los países ricos aprovecharon la coyuntura para imponer una
orientación neoliberal a la objetiva tendencia a la globalización que
los avances tecnológicos determinan para la economía de las naciones:
Aminoraron la asistencia al desarrollo, forzaron el debilitamiento de
los aparatos estatales, la desestatificación de los recursos naturales
y la privatización de las empresas estatales, preferentemente por
adquisición de éstas por corporaciones estadounidenses.
Fue así que América Latina, que por siglos fue receptora de migración
se convirtió en región de flujo emigrante.
Decenas de millones de latinoamericanos se han visto forzados a
emigrar en los últimos 20 años.
Todo ello ha conducido a un fuerte incremento de las desigualdades y
la concentración de las riquezas en un reducido número de personas y
entidades en los países del Tercer Mundo.
Así como Inglaterra, cuando su flota era la mayor y más eficiente del
mundo, reclamaba libertad de los mares sin medidas de protección que
elevaran la competitividad a las flotas de otros países, hoy los
países altamente desarrollados reclaman libertad para el movimiento de
sus mercancías y capitales, sin barreras que protejan las
producciones de los países de menor desarrollo económico. Pero no
incluyen esa libertad para la mano de obra.