Yo también soy español

Tengo ya una edad, y estoy muy acostumbrado a ver y a oír a individuos que a lo largo de mi vida decían estar muy orgullosos de ser y sentirse español. Y cuando yo les he preguntado qué motivaba ese orgullo, no creáis que ha habido muchas diferencias por nivel social, económico o cultural. Todos me han respondido de forma similar. Pero al final no se sabía muy bien en qué se basaban, como no fuese la virtud de solidaridad, la alegría y cosas por el estilo relacionadas con el carácter y con la idiosincrasia del pueblo, con el inventor del autogiro, del Talgo o cosas por el estilo. Al final, por rasgos del pueblo español en conjunto y por atributos de genialidad de terceros de otro tiempo. Como cualquier país del montón. Pues hasta el mismo Descubrimiento hoy no se considera precisamente un mérito, sino un avatar más de la Historia en el que el foco ya no se pone en los descubridores ni en la hazaña, sino en el exterminio de los pueblos Indígenas por culpa de la gesta.

No obstante, a eso quizá nada habría que objetar, aunque semejante asunto es demasiado complejo como para explicar un sentimiento que recuerde el orgullo personal. En todo caso, ninguno aludía, más que vagamente, a hombres o mujeres notables por su inteligencia, ni tampoco a hombres o mujeres notables de Estado que propiamente no han existido, ni a gobernantes lúcidos y prudentes que no fueran reyes piadosos o libertinos. Sea como fuere, un Imperio en siglos pasados ¿es un motivo de orgullo para un ciudadano del siglo XXI? Un imperio, si acaso, es para pedir perdón por tantas víctimas sobre las que todos han sido levantados...

Pero es que en los últimos tiempos y a propósito de las aspiraciones no tanto secesionistas de una gran parte de la sociedad catalana, como reivindicativas de un referéndum que debe autorizar el gobierno y ninguno de los que han ido desfilando a lo largo de estos 43 años de libertad nominal pero no efectiva, ha llegado siquiera considerar, "lo español", el "españolismo" y el "ser español" son ideas casi envenenadas. Parece que estuviéramos en guerra y que el enemigo, velando armas, ahora se encontrase en el nordeste, como antes lo tuvo en el norte peninsular, en el euskaldún. Justo dos naciones que nunca han conseguido zafarse de las garras de un Estado que no ha hecho otra cosa que apoyarse en la fuerte economía de sus pueblos y rentabilizar sus virtudes: seriedad, rigor y honestidad, por encima de todas, tan difícil de apreciar varios paralelos geográficos para abajo. Virtudes que no empañan el famoso 3 por ciento y el supuesto enriquecimiento ilícito de alguno de los gobernantes catalanes, con toda seguridad destinados a la causa costosísima de la independencia que persiguen...

Y es que como España no tiene enemigos exteriores desde la guerra de la Independencia con Francia a principios del siglo XVIII, y como no participó en ninguna de las dos guerras mundiales, los españoles a los que yo he ido preguntando han terminado reconociendo que "necesitaban" un enemigo a toda costa. Y así es cómo comunistas, nacionalistas vascos y nacionalistas catalanes, que no sienten la españolidad de los nacionalistas españolistas dominadores de la vida pública y política, cumplen el perfecto papel de enemigo declarado a fulminar...

Pero es que el asunto no viene de ahora ni de ayer. Veamos. Hace casi quince años que empecé a frecuentar Segovia por tener allí un amigo, conspicuo por su oficio de juez, y tanto él como parte de sus relaciones sociales respiraban anticatalanismo por los cuatro costados, sin que los catalanes hubiesen dicho nada, ni nada hubiesen todavía reivindicado en esta fase histórica que atravesamos. Semejante visceralidad y mezquindad, semejante estrechez de miras e intolerancia, me ponía enfermo. Y aquella ciudad me pareció un foco castellano de medieval intolerancia. Pero la soportaba. La soportaba, porque mis visitas eran esporádicas. Y cuando se experimentan malas sensaciones, mal rollo, como ahora se dice, pero se compensan con la benevolencia que se dispensa a quien entonces era un buen amigo, aquellas sensaciones se desvanecían en la medida que toda visita ocasional puede ofrecer otros atractivos. Sin embargo, a medida que los acontecimientos se iban sucediendo, aquella hostilidad envuelta en pretendida corrección y finura propias del estatuto social de un juzgador a sueldo, se declaró en los precisos términos que todos esos intolerantes rabiosos que conocemos se vienen manifestando desde que saltó la espita de la marmita. Desde que, una vez convertido el Estatut en un panfleto por la mentalidad franquista de un Tribunal del Estado, y pedida la autorización de un referéndum por el gobierno catalán, el gobierno de la derecha extrema mezclada con la derecha moderada nunca respondió a la demanda, después de haber arruinado su Estatut. A partir de aquí, ya os podéis imaginar las mareas de agresividad y belicosidad que salen del centro de la península hacia, no sólo el catalán sino también hacia quienes compartimos su causa. Desde luego yo, como tantos que no contamos en el desconcierto de esta sociedad española, me resisto a que el mundo vea en mí un ejemplar que tenga algo en común con un ejército de ladrones, de mafiosos, de embusteros y de tramposos que vienen mangoneando en este país desde tiempo inmememorial, al nivel de los facinerosos de esas contrahechas repúblicas caribeñas de toda la vida. Razones por las que siendo y sintiéndome tan español como el que más: hijo de madrileña y de celta de puras cepas, nada comparto acerca de ese chabacano modo de ver a la patria, el último refugio de los canallas, y de tratarla como el proxeneta trata a su ramera... envuelto, además, en banderas, y sobre todo en una agresividad y una intolerancia que me regresa al oscuro siglo de la inquisición y a las décadas de la dictadura. Con estos ingredientes, y comparada España con cualquier otro país de la Vieja Europa, España me parece un lugar tosco, asilvestrado, primario que pese a pertenecer a la CEE, todavía su sociedad, sus políticos y sus dirigentes, en su inmensa mayoría, se encuentran en la fase anal...

Soy español y me siento español cuando recuerdo a Cervantes, a Ramiro de Maeztu, a Azorín, a Miguel de Unamuno, a Rosalía De Castro, a Emília Pardo Bazán, a María Moliner, a Américo Castro, a Ramon y Cajal, a los hermanos Machado, a Clara Campoamor, a Federica Montseny, a Ortega y Gasset, a García Lorca; a Falla, a Albéniz, a Turina, a Rodrigo, a Arriaga o a Granados; a Dalí o a Picasso... y a un largo etcétera de mentes despejadas, que se vieron precisadas a luchar contra la corriente general ñoña, pacata e intransigente. Y también, a tantos y tantos que tuvieron que huir de un país que, salvo excepcionales y escasísimos tiempos de calma, ha parecido siempre un reducto de malhechores que se dedicaban a sojuzgar mental, espiritual, política y materialmente a millones de españoles del montón. Como yo...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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