La pandemia COVID 19 no quiebra a las grandes corporaciones y empresas capitalistas, ni a escala global ni en los espacios nacionales. Hasta la gran banca privada, que estaba al borde de una crisis financiera, tiene sus fondos bien guardados.
Una parte importante de los mili-millonarios y multimillonarios puede que estén dejando de ganar, pero tienen sus fortunas y sus bienes bastantes protegidos.
Otra parte, tales como los dueños de grandes laboratorios farmacéuticos, consorcios del negocio de la salud, empresas del complejo militar-industrial-financiero y de la industria de la micro-electrónica, están ganando más que antes; mientras las mineras se aprestan a dar nuevos zarpazos.
Los ricos nunca son suspendidos, ni despedidos sin sueldo.
Sus escandalosas pensiones y alcancías no sufren los impactos de la crisis. Ésta tiende más bien a ser una gran oportunidad para los empresarios más fuertes engullirse a los pequeños y medianos, y para hacerles pagar a los asalariados y a los pueblos empobrecidos todo el costo del desplome de la economía.
Incluso, eventuales quiebras de determinadas empresas capitalistas, nunca conducen al empobrecimiento de sus dueños. Continúan ricos, aunque quizás con menos beneficios que antes.
Pasa esto también con el contagio, riesgos y secuelas de la enfermedad, y con su impacto en cuanto a mortalidad.
En ese plano la diferencia no solo se da respecto a sus efectos sobre las personas de edad avanzada o con determinado problemas de salud.
Cierto que el nuevo corona virus puede infectar a cualquiera. Pero no menos cierto es que por su condición socio-económica las familias ricas están más preservadas y tienen mil veces más medios de protección y curación.
No es lo mismo "quedarse en casa" en una suite o en una mansión (urbana, sub-urbana, de montaña o de playa, o hacerlo en medio del hacinamiento.
No es igual resguardarse en la abundancia, que tenerlo que hacer bajo amenaza de hambre.
Es muy diferente protegerse rodeado de un ambiente sano, que intentarlo en medio de inmundicias.
Los resultados sanitarios son abismalmente distintos en cuanto a contagio, enfermedad y riesgo de muerte se trata según los recursos que se detentan. En medio de la abundancia y la optimización de las atenciones médicas, es una cosa; y cuando éstas se aplican en circunstancias de precariedad, de baja o pésima calidad y hasta de abandono, es otra.
· CONTRASTES.
El nuevo Corona Virus no pertenece a una clase social, pero si golpea en forma diferente a las diferentes clases sociales, tanto en materia económica como de salud.
Algo distinto a lo que le pasa a los grandes consorcios capitalistas, acontece con la mediana, pequeñas y micro-empresas, a las que literalmente se la "está llevando el diablo" en muchas partes del planeta.
Peor, en este contexto de agravamiento de crisis sanitaria y desplome económico, es el cuadro existencial de los/as cuentapropistas y de toda la gama de negocitos informales.
Ni hablar lo que le sucede a la enorme fuerza humana asalariada suspendida o despedida, o a quienes reciben salarios disminuidos, o se ven forzados a suspender las actividades que precariamente le permiten sobrevivir. Peor en lo económico y peor en cuanto a posibilidades de contagios, enfermedad y muerte.
Las cifras oficiales vertidas a lo largo de esta en la tragedia social y humana, terminan estableciendo claramente las enormes desventajas de las víctimas de la explotación, sobre-explotación, exclusión y discriminación; esenciales al dominio de un capitalismo patriarcal, racista y adulto-céntrico.
· GRADOS DIFERENCIADOS DE EXPOSICIÓN AL CONTAGIO Y A LA MUERTE: LAS PARTICULARIDADES DEL PERSONAL DE SALUD Y LOS MILITARES.
Si en cuanto a la pertenencia a determinadas clases sociales esta multi-crisis golpea en forma dramáticamente diferenciada, esta realidad se agrava cuando se trata de actividades profesionales más expuestas al contagio y a la muerte.
Del caso de los trabajadores y trabajadoras de la salud se ha hablado mucho, sin que su sacrificio y heroísmo hayan sido debidamente reconocidos y compensados.
En cuanto a ese componente de la fuerza del trabajo, el talento y la inteligencia humana, ha sido imposible ocultar el costo en vida y salud de quienes velan por la salud y la vida de los demás. Tampoco la maquinaria mediática del sistema ha podido disimular la negligencia e insensibilidad de los responsables de su desprotección, especialmente respecto a sus contingentes proletarios.
Los trabajadores y trabajadoras de la salud por lo menos han tenido la posibilidad de que se conozca su entrega. Han podido contar con defensores/as consecuentes y han podido pelear por sus derechos.
No pasa así con militares y policías, especialmente oficiales subalternos, clases, rasos, reclutas y soldados colocados en el segundo nivel más peligroso en cuanto a la respuesta estatal a la pandemia se refiere; sin la protección, alimentación y asistencia integral que merecen en su rol, si bien represivo, ahora con un componente de sacrificio y humanidad.
No tan corporalmente cerca de contagiados/as sintomáticos como el personal de salud, pero sí próximos al pueblo de a pie y a infectados asintomáticos, que por la miseria material y espiritual tienden a desacatar las órdenes que los uniformados son obligados a ejecutar, por absurdas que sean.
Viven y sufren, en fin, jornadas tensas y agotadoras, maltratos de sus superiores, discriminaciones, contagios y muertes ocultas tras un manto de miedo y misterio. Todo esto en silencio. Amordazados. Sin derecho a denunciar, organizarse y protestar.
Pasa aquí, en nuestra América y en todo el mundo en medio de una gran censura que procura que no se generalice el conocimiento de lo que realmente acontece.
Que procura que la injusticia en el seno de esos instrumentos coercitivos no sea percibida a nivel nacional y global.
Que la imponen para que la rebeldía civil no contagie la vertiente militar de la sociedad humana. Para impedir que pueblos sin uniforme y pueblos uniformados se abracen, como ha pasado tanta veces en la historia de la humanidad, cuando las opresiones se hacen insoportables para quienes soportan las peores cargas.
Vano empeño en el empleo de un secretismo impuesto para yugular insubordinaciones.
Vano porque no tardará en saberse también cuántos son los contagiados, ingresados y muertos entre uniformados; y los por qué.
Porque en fin de cuentas habrá no pocos militares que decidirán casarse con la gloria en esta promisoria ruta por plasmar en la realidad que otro mundo es posible.