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Para las grandes mayorías populares del mundo, para quienes, por lejos, somos más: la amplia clase trabajadora, los oprimidos, excluidos, los olvidados pueblos originarios, para quienes viven de un salario que nunca alcanza o sobreviven en la informalidad, para todas y todos aquellos que con nuestro trabajo alimentamos la riqueza de un minúsculo grupo de poderosos, la guerra no nos trae nada positivo. Para los civiles ucranianos traerá muerte y destrucción; para los mortales de a pie del resto del mundo, seguramente nada nuevo, quizá aumento en los precios del petróleo, por tanto más inflación de la que ya está trayendo la crisis del sistema desde antes del inicio de la pandemia del Covid-19, potenciada ahora por el cierre general de la economía dado por los confinamientos.
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Si alguien se beneficia de los conflictos bélicos son siempre los grupos de poder dominantes, y en este contexto actual, más que nadie los fabricantes de armamentos (que se frotan las manos con cada nueva guerra).
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En ese sentido, por supuesto que toda guerra es condenable. De todos modos, con una visión sopesada y crítica de la realidad humana (subjetiva y social), no puede menos que decirse (la experiencia lo demuestra en forma indubitable) que la historia se escribe con sangre. Si el socialismo representa la esperanza de escribir otra historia ("saliendo de la prehistoria", como dijera Marx), ese es el desafío que nos sigue convocando, aunque hoy nos hayan querido hacer creer que la historia había terminado llegando a su culmen con las "democracias de mercado".
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Lo que está sucediendo hoy entre Rusia y Ucrania (proceso complejo, con una larga y tortuosa historia) evidencia una lucha de poderes a nivel global entre proyectos enfrentados. Siempre en los marcos del capitalismo (Estados Unidos hegemónico arrastrando tras de sí a la Unión Europea), se asiste al choque de ese polo de poder con otro eje igualmente poderoso. Para el caso: contra la potencia militar de Rusia y el gigantesco poderío económico-científico-técnico de China.
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En concreto, como un elemento principal en juego (no el único, pero sí determinante) está el negocio del gas. Europa es un gran mercado para ese energético, disputado por Rusia y por Estados Unidos. Para los europeos es mucho más conveniente negociar con su vecino ruso, con precios más accesibles, pero la clase dominante estadounidense impone su propio gas licuado (más caro). Como el que manda es quien tiene el mayor poder militar, económico y político, Europa va a dejar de comprar el gas de Rusia. No olvidar nunca que esta guerra, como todas, en definitiva, tiene como telón de fondo profundos intereses económicos.
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La actual Federación Rusa no es la Unión Soviética. Esto significa que el país que emergió en 1991 luego de la desintegración del primer Estado obrero y campesino, la primera experiencia socialista del mundo, ya no representa los intereses de los trabajadores. Es una nación capitalista, con un fuerte capitalismo de Estado y con grupos empresariales privados similares a los de cualquier otro país capitalista. Muchos de los antiguos jerarcas de la Nomenklatura pasaron a ser los nuevos capitalistas exitosos (y mafiosos, por cierto). El socialismo, de momento, debe seguir esperando.
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Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, Estados Unidos quedó como la principal potencia capitalista. Gracias al Plan Marshall pasó a controlar en muy buena medida la economía de una Europa devastada. Para evitar la alternativa socialista cercando a la Unión Soviética, creó la OTAN. Europa pasó a ser un rehén nuclear de las dos superpotencias que disputaban la Guerra Fría. El dólar fue la única moneda dominante, y por largas décadas, la clase dirigente expresada por la política de Washington se sintió dueña de buena parte del mundo, manejándolo con 800 bases militares. Pero últimamente eso está cambiando.
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Con la desintegración de la Unión Soviética, el capitalismo occidental, liderado por Estados Unidos, trató por todos los medios de impedir el renacimiento de Rusia, intentando desarmar lo más posible el anterior proyecto socialista, desgajando las antiguas repúblicas soviéticas con las infames "revoluciones de colores". De todos modos, en el medio del unipolarismo que dejó a Washington como única potencia por algunos años, surgieron nuevos elementos: China comenzó a alzarse como gran poder económico, y Rusia renació militar y políticamente.
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Durante la Guerra Fría todo acto antiimperialista, fundamentalmente contra el imperialismo estadounidense, era visto por el campo popular del mundo como un avance en la larga guerra contra el capital, como acción emancipatoria ("Crear uno, dos, tres Vietnam" dijo en su momento el Che Guevara). Hoy asistimos a una guerra entre potencias capitalistas, ambas con pretensiones imperiales. Aquella consigna de "el enemigo de mi amigo es mi amigo", aquí no aplica. Rusia ya no es socialista.
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Estados Unidos desde hace ya largos años viene perdiendo dinámica en su crecimiento (consume más de lo que produce), dedicándose a un parasitario capitalismo financiero. Su deuda externa es inconmensurable, apoyando su poderío en sus monumentales fuerzas armadas. Pero recientemente la conjunción de China y Rusia como nuevo eje de poder se le enfrenta.
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Ante esta pérdida geohegemónica, la Casa Blanca busca por todos los medios contener el avance de estas dos naciones. Para ello militariza en forma ininterrumpida todo el mundo. En Europa, bajo su dirección, la OTAN cerca cada vez más a Rusia. Eso fue lo que hizo responder a Moscú desarrollando una incursión militar en Ucrania ("invasión" para algunos, "recuperación" para otros).
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Ucrania, ex república soviética, ahora manejada por una ultraderecha neonazi títere de Washington, pasó a representar un peligro para la seguridad rusa. Cuando se habló de la posibilidad de que poseyera armamento nuclear y pudiera integrarse a la OTAN, Moscú respondió con toda la fuerza, atacando militarmente (Ucrania quedó sola para su defensa, lo que evidencia que fue utilizada arteramente por Estados Unidos para implementar un maquiavélico plan). Ello produjo la reacción del capitalismo occidental, acusándose a Rusia de invasora, sancionándola con duras medidas económicas que aún no se sabe qué repercusiones traerán, pero que, lo más probable, golpearán básicamente al pueblo ruso, al ciudadano de a pie.
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Como siempre, en toda guerra la primera víctima es la verdad. Por tanto, la gran maquinaria mediática del capitalismo occidental presenta las cosas según su versión, demonizando la figura del presidente ruso, Vladimir Putin, a quien llama "zar", llegándolo a comparar con Adolf Hitler. La matriz de opinión pública que se ha ido creando lo presenta como un asesino, mientras Occidente representaría la "democracia" y la "libertad". No debe olvidarse que son igualmente asesinas las invasiones de cualquier poder imperial, y la lista de tropelías cometidas por el capitalismo noratlántico es interminable. ¿Alguien osaría calificar a algún presidente de la Casa Blanca, o a la reina de Inglaterra, como asesinos? Lo son tanto como Putin.
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La República Popular China, que se establece como el otro polo de poder en esta dupla Pekín-Moscú, de momento está expectante. No ha condenado la acción militar rusa, y tiene ante sí un enorme desafío en la edificación de un nuevo tablero geopolítico. Su particular "socialismo de mercado" le ha funcionado a lo interno, logrando convertir al país en una superpotencia, resolviendo ancestrales problemas de pobreza crónica para su población. De todos modos, su proyecto de Nueva Ruta de la Seda con el que está ocupando crecientes espacios en la escena internacional no es, exactamente, un posicionamiento socialista. "Socialismo a la china" sigue siendo aún una incógnita.
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Se instituye con todo lo que está sucediendo ahora un escenario que podría llevar a una guerra mundial. Ello es muy remoto, pero no descartable. Lo cierto es que se abre un nuevo orden internacional, donde Estados Unidos pierde la supremacía absoluta. De momento no está claro por dónde discurrirán los hechos. El gobierno ruso dice estar en condiciones de resistir todas las sanciones económicas, dado sus enormes reservas (producto de la superproducción de energéticos), la cuarta en el mundo, tras China, Japón y Suiza. China y Rusia se vislumbran como grandes potencias desafiando a Washington, quien sigue manejando la economía y las fuerzas armadas de la mayor parte del mundo. El nuevo orden empieza a dibujarse.
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La causa del socialismo como liberación de los oprimidos del planeta sigue esperando. El socialismo chino no es, al menos de momento, un referente para los pueblos y clase trabajadora de todo el orbe. Rusia, que abandonó el socialismo, se constituye como poder capitalista con presencia global, pero los problemas eternos del capitalismo no se resuelven. Como dijo Fidel Castro: "Las bombas podrán terminar con los hambrientos, con los enfermos y con los ignorantes, pero no con el hambre, con las enfermedades y con la ignorancia". Si habrá ahora un nuevo orden internacional, de momento eso para el pobrerío mundial no significa ningún cambio real en términos positivos. Por tanto, el socialismo (ese que se empezó a construir en la Rusia bolchevique de 1917) sigue esperando.