Los congresistas cubanoamericanos de ultraderecha, Mario Díaz Balart, Marco Rubio, Bob Menéndez y María Elvira Salazar, se opusieron con una enorme sarta de mentiras contra Cuba, a la propuesta de enmienda presentada por la congresista Rashida Tlaib (demócrata por el Estado de Michigan) para que se levantara la enmienda 137 a la ley H.R. 8294, que financia el Departamento del Tesoro y su Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC).
La propuesta suspendería la prohibición de financiar las ventas agrícolas a Cuba, pero no prosperó debido a las presiones y diatribas contra la Isla, expuestas por el lobby anticubano y sobre todo por Mario Díaz Balart.
Un día antes se había aprobado en el Comité de Reglas de la Cámara de Representantes la enmienda No. 84 promovida por Tlaib la cual fue anulada por la votación general de 260 congresistas en contra y 163 a favor.
Si se hubiera aprobado la enmienda promovida para facilitar ventas de alimentos a Cuba, sería más fácil y existirían mejores condiciones de pago, hoy imposibilitadas por las restricciones leoninas medievales (desembolso al contado y por adelantado) con las que transcurren esas ventas fuera de las normas del comercio internacional.
Los representantes Gregory Meeks (demócrata de Nueva York), presidente de la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara Baja, y Jim McGovern (Massachusetts), presidente de la Comisión de Reglas, se habían manifestado a favor de la enmienda, por levantar la prohibición de su gobierno de otorgar financiamiento a las exportaciones agrícolas a Cuba y abogaban por expandir el comercio en ese sector.
En un comunicado Meeks y McGovern explicaron que "esa legislación de sentido común, crearía miles de puestos de trabajo agrícolas en Estados Unidos, al tiempo que proporcionaría alimentos tremendamente necesarios a menor costo para el pueblo cubano".
Mario Díaz Balart y sus hermanos Lincoln y José, han sido eternos actores en Miami a favor de agresiones, políticas coercitivas y de bloqueo contra Cuba, ideología en concordancia con las acciones desarrolladas por su extinto padre, Rafael Díaz Balart, político cubano que trabajó para la dictadura de Fulgencio Batista y que en 1959 huyó a Estados Unidos donde mantuvo estrechos vínculos con grupos terroristas anticubanos.
A Rafael, fundador del Partido Acción Unitaria (PAU) en 1949, Batista lo nombró subsecretario de Gobernación tras dar el golpe de Estado de 1952.
En ese cargo repartió numerosas "botellas" (cobro de personas sin trabajar) de las que se benefició toda su larga parentela y además incrementó sus relaciones con represores del pueblo como Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, Manuel Ugalde Carrillo, asesino de guajiros indefensos y con el mafioso Rolando Masferrer.
Tras llevarse millones de dólares para Estados Unidos, creó allí la organización terrorista La Rosa Blanca para lanzar ataques contra Cuba. En este grupo estaban también, Pedro Alomá Kessel, su amigo desde la Juventud Batistiana y notorio narcotraficante, y Merob Sosa García, reclamado por la justicia cubana por grandes crímenes contra civiles.
Los hermanos Díaz Balart, que siguen el derrotero de su padre, quieren que la Isla del Caribe vuelva a ser la Cuba de antes de 1959 la cual mostraba peyorativos índices, según varias revistas e informes de la época.
La revista Carteles del 18 de marzo de 1956 publicaba: "El 55 % de todas las viviendas campesinas carece de inodoro o siquiera de letrina, lo que explica, en parte, el espantoso apogeo del parasitismo que les roe las entrañas a nuestros campesinos".
La monoproducción azucarera y la producción ganadera se habían sustentado en una agricultura extensiva que hizo proliferar el latifundio hasta llegar a convertirlo en el más agudo problema estructural de la sociedad cubana. Según datos de 1952, los propietarios de latifundios azucareros-ganaderos se extendían sobre el 75 % de la superficie agrícola del país.
Un millón y medio de cubanos, mayores de seis años, de una población de 6 000 000, no tenían aprobado ningún grado de escolaridad. En 1958, 600 000 niños carecían de escuelas y 10 000 maestros no tenían trabajo. Solo el 55,6 % de los menores entre 6 y 14 años estaban matriculados en las escuelas. El 23,6 % de la población mayor de diez años era analfabeta. La situación de las escuelas públicas resultaba deplorable, mientras los gobernantes se robaban el presupuesto asignado a la educación.
La revista Bohemia señalaba en un reportaje: "Niños que hasta 1958 vivían en las calles y que dormían donde les cogía la noche, se veían obligados a trabajar para ayudar a la empobrecida economía de la casa; vendían billetes de lotería, periódicos y revistas; limpiaban zapatos o improvisaban cantos en los ómnibus para después rogar por unas monedas".
El índice de mortalidad infantil era de 60 por cada 1 000 nacidos. La esperanza de vida al nacer llegaba solo a los 58 años. El precio de las medicinas estaba fuera del alcance de la población humilde; ausencia de vacunas, de médicos, de enfermeras.
El último embajador de Estados Unidos en Cuba durante la dictadura de Batista, Earl. T. Smith, en un testimonio ante el Senado norteamericano, declaró: "Hasta Castro, Estados Unidos era tan abrumadoramente influyente en Cuba que el embajador americano era el segundo hombre más importante, a veces más importante que el presidente cubano".
O sea, Cuba aparecía como un país que no era dueño de su destino, sin soberanía ni autodeterminación, dependiente de Estados Unidos.
Eso es lo que quieren reeditar los Mario Díaz Balart, Marco Rubio, Bob Menéndez y María Elvira Salazar. Pero Cuba y su pueblo no creen en cantos de sirena ni olvidan esas historias.