La hora del sindicalismo

La victoria de Lula en las elecciones presidenciales brasileñas es decisiva en el panorama político internacional. Consolida una tendencia antiautoritaria en América, incluidos los EE.UU., en la confrontación contra el ascenso del fascismo. Sólo a través de golpes de estado judiciales puede esa política democrática ser combatida por los reaccionarios: Honduras, Paraguay, Ecuador, Bolivia y Brasil, en las décadas pasadas y los más recientes casos de Kirchner en Argentina y Castillo en Perú. La victoria de Lula además nos plantea la cuestión de cuál es la táctica adecuada de la lucha obrera por la justicia social.

La izquierda brasileña nos muestra el camino: es la hora del sindicalismo. Lula proviene de los sindicatos, lo mismo que Maduro en Venezuela, ambos presidentes con una clara pertenencia de clase. También Yolanda Díaz en el Estado español comparte esa característica profesional en la gestión de los intereses de los trabajadores. En efecto, da la impresión de que el proyecto Sumar de Díaz, uniendo a la izquierda en un frente único, puede salvar el sistema democrático en nuestros países ibéricos; democracia que con todas sus limitaciones ofrece un marco para la vida pública de la ciudadanía consciente. Enfrentarse a una marea negra de extrema derecha en España, aupada por una marea mundial del mismo signo, exige fortalecer la clase obrera protegiendo sus niveles de vida. En caso contrario, la desmoralización obrera pavimentará el camino del fascismo en las instituciones del Estado.

En ese sentido, el sindicalismo es hoy por hoy el representante más significativo de las fuerzas sociales que apuestan por los bienes públicos destruidos por el saqueo capitalista de la riqueza colectiva –incluidos los recursos naturales esquilmados por el desarrollo económico-. Representa la defensa de los trabajadores frente a las agresiones de la patronal. Eso es lo que reprochaba Lenin al movimiento obrero, su tendencia a sostener una lucha defensiva dentro de los límites estructurales del modo de producción capitalista, sin plantear una alternativa al estado burgués. Hace un siglo, el leninismo trajo para la historia una nueva perspectiva del desarrollo humano frente al imperialismo liberal. La respuesta de las fuerzas conservadoras ante ese desafío fue la violencia fascista para conservar el orden existente, provocando la Segunda Guerra Mundial. Esa coyuntura vuelve a repetirse en nuestros días elevada exponencialmente: ante la crisis civilizatoria del capitalismo liberal estamos bordeando el abismo de la guerra nuclear y la destrucción de la biosfera. Y esto nos pone ante la cuestión de cuál sea la mejor manera de combatir la reacción conservadora.

Cada cosa tiene su tiempo. En este año 2023 que comienza se hace difícil pensar en una revolución. Hace tan sólo 12 años la revolución pasó a nuestro lado con el 15M, sin que nuestros políticos hayan sabido aprovechar esa fuerza social para realizar los cambios estructurales que requiere la coyuntura histórica. Esa movilización enorme que se puso en marcha con la crisis capitalista, no nos ha traído unas relaciones de producción más justas. Ni siquiera han sobrevenido cambios de orden político significativos: la monarquía liberal sigue siendo la forma del Estado. Sabemos que no es fácil introducir cambios estructurales que mejoren las relaciones sociales; las lecciones de la historia están ahí para recordárnoslo. Y esa impotencia de las fuerzas transformadoras debe reconocerse críticamente ahora que la correlación de fuerzas ha cambiado drásticamente.

Lo que nos ha dejado ese movimiento ha sido un cierto empoderamiento del movimiento obrero, que ha conducido a políticas económicas y sociales más equilibradas, sin cambiar el fondo de la cuestión. No es poco, dadas las limitaciones estructurales en las que se desarrolla la historia contemporánea. Es necesario sostener ese avance, y para ello es necesario recoger el apoyo de los trabajadores al gobierno de coalición. De ahí la importancia de las negociaciones de Díaz con la patronal desde el Ministerio de Trabajo, su reconducción de la Reforma Laboral de Rajoy, y las consecuencias positivas de esa negociación para la clase obrera. Ese éxito del gobierno de coalición puede sostener el voto obrero a favor de la política progresista durante cuatro años más y, según cómo evolucione el panorama histórico, alejar el fantasma del fascismo de nuestro país, o al menos retrasar su victoria.

Si alguien piensa que es mejor preparar la posible revolución futura antes que negociar con la patronal, está en su pleno derecho. No se puede abolir el capitalismo sin destruir el estado burgués, y sabemos que es necesario abolir el capitalismo. Pero los esfuerzos de los revolucionarios deben dirigirse en primer lugar hacia la derrota del fascismo. Hay que aprender las lecciones de la política brasileña: las manifestaciones contra la política de Dilma Rousseff, fueron aprovechadas por la derecha para dar un golpe de estado judicial; facilitaron que la extrema derecha tomara la calle y a la larga trajeron a Bolsonaro. Ahora los revolucionarios brasileños apoyarán a Lula críticamente desde afuera del gobierno: es una buena decisión. Eso mismo hemos de pedir a los críticos en el Estado español: no que abandonen la crítica, sino que la empleen con oportunidad y acierto, constructivamente para el desarrollo del poder obrero. Esa crítica es en este año que comienza más necesaria que nunca. O bien la extrema derecha ocupará la calle y desplazará al pueblo trabajador de la vida pública. Lo que no debe suceder bajo ningún concepto.

La historia del siglo XX nos muestra cómo se venció al fascismo a través de los Frentes Populares. Y esa táctica es la que inspira la victoria de Lula, cuyo vicepresidente es un político moderado del centro político brasileño. No se trata de apoyar a esa falsa socialdemocracia, en realidad liberalismo de izquierda, que ha gobernado el Estado español durante décadas, sino de respetar al movimiento obrero, sus opciones políticas y su lucha por la justicia. El gobierno progresista, con sus aciertos y sus errores, está conduciendo al PSOE hacia posiciones más democráticas. Frente a las propuestas utópicas, la clase obrera mantiene un buen sentido práctico, lleno de prudencia y razonabilidad, que necesita fortalecerse mediante victorias concretas en la mejora de las condiciones de vida. Hay que clarificar la conciencia popular acerca de los peligros del momento actual y la necesidad de superar el capitalismo.

El leninismo para este momento de violenta ofensiva burguesa consiste en fortalecer la unidad de la clase obrera, sobre la base de un programa de reformas que apunten a democratizar el sistema político y nos permitan superar el capitalismo. El rechazo de la guerra imperialista y el fomento activo de la paz internacional, la sustitución de la monarquía liberal por un sistema político republicano, que abola las posiciones privilegiadas que todavía subsiste en la estructura social española, la protección de los bienes públicos mediante la legislación, incluyendo la nacionalización de sectores clave de la producción económica, deben ser los ejes de ese programa de unidad. Y sobre la base de este programa realizar las negociaciones que permitan revalidar el gobierno progresista capaz de detener la ofensiva de la extrema derecha.



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Miguel Manzanera Salavert


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