Estos días de verano han traído una nueva noticia que confirma la hegemonía económica de China a nivel mundial: la República Popular China supera a los EE.UU. en avances tecnológicos. Según el ASPI (Instituto de Política Estratégica Australiano), China lidera 37 de las 44 tecnologías críticas y emergentes consideradas en su Informe, incluidas la inteligencia artificial, la robótica, la biotecnología y las manufacturas avanzadas. Además China es dominante en investigación para la defensa, la seguridad y el espacio exterior. Esto confirma su posición hegemónica en el terreno económico, y es prioritario extraer las consecuencias políticas de la nueva situación mundial.
Teniendo en cuenta que el capitalismo de estado chino está dirigido por el Partido Comunista Chino, controlando los sectores fundamentales de la economía, nos encontramos ante una nueva formación social, que podemos catalogar como capitalismo por el desarrollo industrial y tecnológico, fundamentado sobre la plusvalía arrancada a los trabajadores chinos; pero que no adopta la forma típica del capitalismo liberal fundada en la propiedad privada de los medios de producción. Por otro lado, aunque tiene rasgos monopolistas, no es un imperialismo al servicio de la burguesía financiera, ni su estructura de clases sigue la pauta de ese modo de producción. La clase dominante es la burocracia del estado, que ha permitido el desarrollo de la burguesía china, hasta ahora siempre en una posición subordinada.
Frente a esa nueva potencia económica china y su proyecto transformador de las relaciones internacionales, el imperialismo liberal no ha sabido ofrecer más que una presión militar continuada, que ha generado la destrucción de Oriente Medio, además de varios estados africanos y europeos. Ante la crisis económica, la burguesía liberal ha vuelto a sus vicios tradicionales, incrementando la tensión bélica a nivel mundial y favoreciendo el crecimiento de los movimientos fascistas. Es decir, ese imperialismo sigue mostrando los rasgos que descubrió Hilferding en su investigación publicada en 1910.
Sin embargo, ese proceso bélico nos ha mostrado que los ejércitos de la OTAN ya no son capaces de imponer su superioridad militar sobre el bloque asiático, cuyo eje está constituido por la Federación Rusa, la República Popular China y la República Islámica de Irán. Aunque el proceso bélico va a continuar aun por largo tiempo, ha sido especialmente admirable la defensa de Rusia de sus posiciones internacionales, que ni siquiera la propaganda occidental ha podido ocultar para importantes sectores de la opinión pública mundial. Esa humillante incapacidad de la OTAN para imponer sus condiciones, a la Federación Rusa apoyada por el bloque asiático, ha significado un alivio para el resto de los estados a nivel mundial.
El proyecto que China ofrece al mundo es la multipolaridad, sustituyendo la hegemonía unipolar del imperialismo liberal hasta ahora dominante –constituido por el capital financiero con la OTAN como brazo armado-, cuyo centro hay que situarlo en los EE.UU., como heredero del viejo imperialismo europeo arruinado tras la Segunda Guerra Mundial. La multipolaridad es un proyecto pacifista de entendimiento entre las potencias mundiales, con la ONU como centro de diálogo y toma de decisiones consensuadas internacionalmente. Con todos los defectos que puedan achacársele, ese proyecto es mucho mejor que el imperialismo belicista de la OTAN, que ha sembrado el mundo de cadáveres con sus continuados genocidios. Y aunque todavía no se ha completado el proceso, podemos entrever hacia donde se dirige: el final de la globalización imperialista de los últimos treinta años, sustituido por un nuevo sistema de relaciones internacionales.
Esa multilateralidad está ya constituida en ciernes en los numerosos tratados económicos, tanto internacionales como regionales, fuera de las normas impuestas por el imperialismo y su sistema de imposiciones legales, creadas para sostener la supremacía económica de los centros financieros capitalistas. El crecimiento económico del comercio mundial, en la etapa de la globalización que acaba de terminar, se hizo sobre la base del dólar como moneda de intercambio y las normas impuestas por la presión militar de la OTAN. En esta nueva fase del desarrollo capitalista –la ‘post-globalización’ con el establecimiento de relaciones internacionales multipolares-, las principales potencias mundiales emergentes han decidido prescindir del dólar en sus intercambios comerciales; lo que augura grandes dificultades para las antiguas potencias imperiales. No olvidemos que el euro se apoya en el dólar, y esto explica la política de los estados europeos subordinados al capital financiero, esto es al imperialismo militar coordinado por la OTAN. La depresión económica que comenzó con la crisis del año 2008 va a continuar en estos países, y su superación vendrá de otros continentes y otras latitudes.
El imperialismo financiero no puede imponerse ya al bloque asiático que sigue la estela del Estado chino en el terreno económico, con importantes aliados en el terreno económico, agrupados en el Tratado de Cooperación de Shanghái, compuesto por China, India, Kazajstán, Kirguistán, Rusia, Pakistán, Tayikistán y Uzbekistán. A nivel mundial los integrantes del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) forman una asociación comercial en auge, que además cuenta con numerosos países asociados en diferentes tratados comerciales con estos cinco y quieren entrar a formar parte de la misma asociación.
Para interpretar esta nueva situación mundial desde la perspectiva comunista, podemos recordar lo que dijo Lenin al respecto: los monopolios capitalistas, con su concentración y centralización del proceso productivo, son un paso hacia el socialismo una vez que son estatalizados. Cuando una vez consumado el proceso revolucionario soviético en Rusia, Lenin se dio cuenta que no se había logrado la dictadura del proletariado por el fracaso de la revolución europea, definió la nueva formación social como un capitalismo de estado. Se dio cuenta, como muestran sus textos de los últimos años, que la estructura social que comenzaba a desarrollarse tenía en la burocracia un elemento central. Y observó que la oposición del proletariado contra la burocracia era la contradicción principal en la nueva era que nacía con el capitalismo de estado. También predijo que esa contradicción exigiría una larga lucha política y estableció las tácticas proletarias para desarrollarla.
Una vez que el capitalismo de estado acabe asentándose como modo de producción dominante por la hegemonía china estamos entrando en una nueva fase de la historia. El viejo mundo del imperialismo capitalista se muere de viejo. El nuevo mundo ya está naciendo. No es la dictadura del proletariado, pero tal vez sea el camino para llegar a ella.