Fruto de acuerdos y compromisos, la izquierda ha conseguido crear una coalición para presentarse unida en las elecciones generales del 23 de julio. Gracias a esa maniobra política, el gobierno progresista podría volver a reconstituirse tras las elecciones generales, siempre que el bloque de la derecha, incluyendo a PP y VOX, no alcance los votos suficientes para formar gobierno en el Estado español. Esa perspectiva es plausible hoy en día al comienzo de la campaña electoral; eso podemos deducir de los sondeos electorales publicados estos días por el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), con el PP (30,7%) y el PSOE (31,2%) empatados prácticamente en la primera posición, mientras que SUMAR (14,3%) aventaja a VOX (10,6%) con cierta holgura.
Sin embargo, no parece que juntar a unos cuantos líderes progresistas sea suficiente para parar la ola conservadora –por no decir ‘reaccionaria’-, que invade la Unión Europea y el resto de mundo, y se ha manifestado en España con las pasadas elecciones municipales. Quizás la causa más determinante de la actual situación política puede situarse en una coyuntura histórica desfavorable para las actitudes racionales, sustituidas por las pasiones nacionalistas reaccionarias en las motivaciones de la ciudadanía. Como sucede un poco en casi todas partes tras el derrumbe de lo que se llamó ‘socialismo real’ –la URSS y demás aliados del Bloque del Este-, la izquierda española carece de una perspectiva clara del futuro y un proyecto emancipador que sea coherente y plausible a largo plazo. Como parte de una civilización liberal que está en bancarrota, los progresistas españoles se contentan con vagas declaraciones en defensa de los valores democráticos y del medio ambiente, sin un análisis serio de los problemas que tiene que afrontar la humanidad presente.
El posicionamiento programático de Sumar, la nueva opción política de la izquierda, muestra una trayectoria errática, que no es la mejor vía para consolidarse como fuerza significativa dentro del Estado español. En primer lugar, todavía no se ha hecho un análisis serio del fracaso electoral de los partidos que han conformado el gobierno de progreso. Voy a apuntar a dos factores que me parecen decisivos. Por un lado, ha sido muy grave la ruptura del movimiento feminista, provocado por las posiciones maximalistas y probablemente equivocadas de la ministra de asuntos sociales, Irene Montero. La expulsión de Lidia Falcón y el partido feminista fuera de Izquierda Unida, provocada por las presiones del área LGTB –un auténtico grupo de presión con intereses económicos-, se fundó en modernas teorías de género, que una parte importante de la ciudadanía considera poco probadas. Además la ley del ‘Sólo sí es sí’ generó una grave fractura interna en el gobierno, debilitándolo de tal modo que sería una de las causas del adelanto de las elecciones generales. Montero ha sido una mujer valiente a la hora de confrontar a la derecha española, pero ha fracasado como ministra y política, cuya misión habría de ser conciliar posiciones de izquierda, más que provocar rupturas y conflictos. No es lo mismo ser la líder de un partido político radical, que formar parte de un gobierno reformista; esa diferencia no ha sido percibida por los progresistas de Podemos, lo que ha llevado a contradicciones y movimientos políticos intempestivos e inadecuados –como también lo fue la dimisión del viceministro Pablo Iglesias, líder de Podemos-. Han dilapidado así la herencia del 15M, y es normal que Montero haya quedado fuera de las listas de diputados para las próximas elecciones.
Por otro lado, el posicionamiento de la izquierda europea a favor de la guerra en Ucrania, animando la carrera de armamentos y soportando al dudoso gobierno de Zelenski –que tiene apoyos en organizaciones de extrema derecha-, no hace sino favorecer el desarrollo del fascismo, que gana posiciones cada vez más fuertes a nivel mundial y especialmente en las sociedades europeas. El seguidismo respecto de la política belicista de la OTAN constituye una ceguera sobre la coyuntura política del actual momento histórico, debilitando a las fuerzas socialistas que apuestan por la paz y la justicia en las relaciones internacionales.
Por otra parte, el mejor activo de esa nueva alianza de izquierdas, que es la excelente labor realizada por Yolanda Díez como ministra de trabajo, aparece difuminado en el programa tras el velo del ecologismo y el democratismo liberal. Seguramente, esto es consecuencia de los compromisos que la líder de izquierdas ha tenido que adoptar para construir su plataforma electoral, y es un síntoma más del despiste de la izquierda española y europea. No es que las tareas ecologistas no sean importantes; es que son incompatibles con el capitalismo y sus diferentes formaciones políticas, ya caigan estas bajo la normalización democrático-liberal, ya sean expresión de un permanente estado de excepción fascista.
Para ser justos, hay que señalar, no obstante, que la clase obrera europea, transformada en una ‘aristocracia obrera’ al servicio del imperialismo, ha abandonado la conciencia de clase; y el nuevo proletariado, constituido en Europa por la inmigración africana y asiática, permanece anclado en las identidades nacionales y religiosas de sus lugares de proveniencia. El abandono del marxismo por la intelectualidad europea está en relación con esta característica de la coyuntura histórica.
Con estos mimbres es difícil tejer un programa político consistente, que impulse una fuerza de izquierda transformadora, permitiéndonos avanzar hacia sociedades más justas. A pesar de los buenos augurios del CIS, es de temer que los resultados en las elecciones generales repitan las cifras de los últimos comicios. La duda que subsiste es si la derecha sumada a la extrema derecha va a conseguir la mayoría absoluta –gobernando como le plazca-, o no la consiga de modo que pudiera repetirse un gobierno de coalición sumando a todas las fuerzas restantes. Hace falta una buena campaña electoral para evitar un gobierno de derechas que sería nefasto para los intereses de los trabajadores y la ciudadanía democrática.
Conviene reflexionar sobre la siguiente realidad: Bildu ha sido la única fuerza socialista que ha aumentado sus votos y su influencia social en estas elecciones municipales pasadas –descontando al PSOE catalán por no ser una fuerza socialista consecuente-. Las constantes apelaciones a la violencia de ETA por parte de la derecha y la extrema derecha, ha favorecido la presencia de los abertzales vascos en el panorama político, apareciendo como la única fuerza que se confronta seriamente contra las clases dominantes reaccionarias, ya que estas se sustentan sobre el nacionalismo español. Bildu se posiciona como primera fuerza dentro de Euskadi –donde los conservadores tienen muy poca influencia-, lo que constituye un importante punto de apoyo para el desarrollo de la lucha obrera en Euskadi.
Es claro que la dinámica política de la sociedad vasca es completamente diferente al resto del Estado. Bildu es un oasis en el desierto europeo, solo acompañado por la fortaleza del Sinn Fein en Irlanda. Sus mejores alianzas se encuentran en América Latina y es ahí donde encuentra respaldo, por las simpatías que despierta su causa entre los Estados latinoamericanos nacidos con la lucha por la independencia contra la corona española. La intensidad de la lucha de clases en aquel continente, tiene en Euskadi su reflejo más significativo. En el resto del Estado español, la clase obrera se alinea con las posiciones del imperialismo, que le regala las migajas del banquete capitalista. Sin embargo, solo un empoderamiento de los trabajadores a partir del desarrollo de la conciencia de clase, puede darles la victoria en la contienda política. Es claro que el bloque de fuerzas políticas que constituye Sumar no tiene el fortalecimiento de la conciencia de clase entre sus objetivos prioritarios. Pero eso no significa que IU y PCE abandonen sus señas de identidad, para sustituirlas por un vago e insuficiente populismo democrático, que es otra influencia latinoamericana.
Precisamente en el continente latinoamericano han surgido fuerzas políticas que se oponen a la guerra de Ucrania y apuestan por la paz –en sintonía con la prepuesta de diálogo que ha presentado la República Popular China-, ponderando la responsabilidad compartida de ambos contendientes. En efecto, la victoria de la OTAN en su confrontación con la Federación Rusa sería desastrosa para Latinoamérica, prolongando la subordinación del subcontinente al imperialismo americano. No parece posible en el Estado español hacer una campaña electoral al estilo de Bildu, denunciando la subordinación del Estado español a la OTAN y su proyecto belicista. Pero al menos sottovoce, tanto como un reconocimiento de las dificultades en la problemática de género –abandonando el apoyo incondicional al movimiento LGTB, y buscando la reconciliación del movimiento feminista-, habría de mencionarse la perspectiva de una solución pacífica para este conflicto, que nos presenta la grave amenaza de una guerra atómica.