El pueblo judío como pueblo-testigo (pueblo–de-Dios) (I)

"Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, el señor es uno"

(Deuteronomio 6:4)

"Analizar y leer la Biblia (Torá) es abrir un cofre de significados y significaciones, lecturas posibles y conceptos que, por su vastedad, pueden convertirse en un laberinto imposible de atravesar"

Emmanuel Taub

"Pueblo es un concepto polar que indica un doble movimiento y una compleja relación entre dos extremos"

Giorgio Agamben

Si bien la Biblia nos ha conservado toda una serie de "vocaciones" fuertemente personalizadas, nos revela también que el conjunto del pueblo de la Alianza ha recibido una vocación específica y esta ha hecho de su historia una verdadera "historia santa". Y sólo a través de los acontecimientos, dichosos y desgraciados, es como Israel tomará conciencia de su vocación como pueblo "llamado" a una misión profética en el seno de la humanidad.

Aunque un pueblo tomado en su conjunto no pueda ser comparado con una persona en el sentido estricto de la palabra, podemos decir que el pueblo de Israel, con sus reacciones individualizadas a la lectura de los textos bíblicos, recibe una "vocación" específica. Dios se comporta con él de una manera bastante parecida a la con que trata a aquellos a quienes llama por su nombre. Dialoga con el pueblo a través de mediadores como Moisés. De hecho, el pueblo de Israel respondía al Señor que le llamaba. "Cuando Israel era niño, lo amé, y desde Egipto llamé a mi hijo" (Os 11, 1).

La Alianza puede ser considerada como una expresión privilegiada de esta Llamada de Dios que afecta al conjunto del pueblo bíblico.

"Habla así a la casa de Jacob, diles a los hijos de Israel: Vosotros habéis visto lo que hice a los egipcios, os llevé en alas de águila y os traje a mí; por tanto, si queréis obedecerme y guardar mi alianza, entre todos los pueblos seréis mi propiedad, porque es mía toda la tierra. Seréis un pueblo sagrado, un reino sacerdotal" (Ex 19, 4-6).

El libro del Deuteronomio recupera este tema insistiendo en la gratuidad de la elección de Israel, en el carácter gratuito de esta llamada que lo "pone aparte".

"Porque tú eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te eligió para que fueras, entre todos los pueblos de la tierra, el pueblo de su propiedad. Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió no fue por ser vosotros más numerosos que los demás -porque sois el pueblo más pequeño-, sino que por puro amor vuestro, por mantener el juramento que había hecho a vuestros padres, os sacó el Señor de Egipto con mano fuerte y os rescató de la esclavitud, del dominio del Faraón, rey de Egipto" (Dt 7, 6-8).

¿Por qué eligió y llamó Dios, de entre todos los pueblos, a estos semitas nómadas, a los hebreos, para hacer progresar su revelación? ¡Misterio de la libertad divina! Ahora bien, si Dios entabló un diálogo privilegiado con Israel no fue para convertirlo en un pueblo superior a los otros, en una elite privilegiada, sino para ser un pueblo- testigo de su Designio de amor y de su Llamada universales. Su "vocación" constituye el signo de la "con-vocación" del conjunto de la humanidad. Esta llamada le confiere una cierta responsabilidad. La llamada de Dios crea un vínculo entre él y este pueblo. El contenido y las exigencias de la Alianza se irán renovando, ahondando e interiorizando a lo largo de toda su historia.

"Tú, Israel, siervo mío; Jacob, mi elegido; estirpe de Abrahán, mi amigo. Tú, a quien tomé en los confines del orbe, y llamé en sus extremos, [...] No temas, que yo estoy contigo; [...]te he llamado para la justicia, te he tomado de la mano, te he formado y te he hecho alianza de un pueblo, luz de las naciones. Para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión [...] Y ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob; el que te formó, Israel: No temas, que te he redimido, te he llamado por tu nombre, tú eres mío. Cuando cruces las aguas, yo estaré contigo [...] Yo predije, y salvé; yo anuncié, y no teníais dios extranjero [...] Vosotros sois mis testigos-oráculo del Señor-y mis siervos, a quienes escogí, para que supierais y me creyerais" (Is 41, 8-10; 42, 6-7; 43, 1-12; Is 49, 1-6).

Estas palabras nos orientan ya hacia estas otras que dirá Jesús a sus apóstoles: "No me elegisteis vosotros; yo os elegí y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca" (Jn 15, 16). Esta revelación de la Llamada gratuita de Dios ya no es más propiedad de los judíos que de los cristianos. Esta "llamada-elección" no es un privilegio, sino un don del Señor destinado a todos los hombres.

Ahora bien, haber sido llamado es también recibir una invitación a "seguir" a Alguien. Israel marcha en el desierto detrás del Señor, que le guía desde la columna de nube y la columna de fuego.

"El Señor caminaba delante de ellos, de día en una columna de nubes para guiarlos; de noche, en una columna de fuego, para alumbrarles; así podían caminar día y noche" (Ex 13, 21; . Ex 23, 20.23).

Seguir, caminar detrás, expresa una adhesión y una confianza total en Aquel que guía a su pueblo, es decir, una fe y una obediencia amorosa. En adelante, el ideal del fiel será siempre seguir "los caminos del Señor", como repiten con frecuencia los salmistas.

  • Porque seguí los caminos del Señor y no renegué de mi Dios (Sal 18, 22).

  • Indícame, Señor, tus caminos, enséñame tus sendas (Sal 25, 4; Sal 119, 33-35).

Israel oye incesantemente esta llamada a seguir al Señor, como la novia sigue al novio. "Así dice el Señor. Recuerdo tu cariño de joven, tu amor de novia, cuando me seguías por el desierto, por tierra yerma" (Jr 2, 2).



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Luis Antonio Azócar Bates

Matemático y filósofo

 medida713@gmail.com

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