Todos los venezolanos, y el mundo, observamos a través de los medios de difusión el gran espectáculo mediático del proceso electoral de la hermana República del Brasil para la reelección del supuesto “mandatario” presidencial Luis Ignacio Lula da Silva. A la vez, todos vimos también, como la genuina izquierda, los mismos quienes habían sido aislados del gobierno y defraudados por quien creían representados los intereses del pueblo, se vieron obligados a refrendar con sus votos a favor de Lula, en la segunda vuelta electoral, persuadidos en el entendimiento del “Mal Menor” que representaría esta opción frente a su contendor de derecha Geraldo Alckmin, claro está, sin antes expresar con el simple y significativo gesto de taparse las narices, su inconformidad.
Basta solo con pasearse breves días por las veredas de las ciudades y los campos del Brasil para descubrir la inequívoca posición de esa genuina izquierda (representada en los dirigentes del Partido Socialismo y Libertad) quien aseguró, con enormes reservas, la victoria de Lula, aun en conciencia de su manipulabilidad por los verdaderos mentores y orquestadores de las políticas económicas y sociales del hermano país, la “burguesía nacional”. Ella misma, el capital brasilero transnacional, quien ya comienza a mostrarnos clara señales de su disolución y sumisión al capital transnacional norteamericano.
Quienes ilusamente aun albergan la idea de la perpetua contradicción entre burguesía nacional y transnacional, el filosofo Antonio Gramsci, les abofetea con su letra encendida al necio ciego y tarado recordando que “el capital no tiene patria, solo bolsillos”; y que el ineludible camino del capital es la acumulación y concentración. Pues, el dilema del Brasil, y del éxito de cualquier economía capitalista “nacional”, no solo se decide con la acumulación del capital, sino, fundamentalmente con la reproducción ampliada y permanente, de lo contrario colapsaría. Es pues, el Brasil fiel ejemplo de ello. Vemos porqué.
Recientemente, tuve la oportunidad de visitar al Brasil, tierra y pueblo cuyas semejanzas nos hacen recordar al Ché Guevara cuando revela en sus discursos sobre “las ilusorias fronteras que separan a nuestros pueblos”. Por otro lado, mis impresiones recogidas sobre la dinámica político-económico interna en el hermano pueblo brasileño no fueron del nada alentadoras. Son los magnates del capital brasilero quienes hacen de las suyas y son los trabajadores, los obreros y campesinos del Brasil uno de los más explotados del mundo. Paradójica situación, cuando los curanderos (los economistas del sistema del capital) colocan al Brasil en la posición de 8va economía mundial y la ejemplifican ante el mundo como el camino correcto, aun cundo realidad golpea a los sentidos. El Brasil no representa más que el ejemplo vivo de la caducidad de un sistema que se resiste a morir. Su imposibilidad de mantener el desarrollo productivo constante, de mantener dentro del país los capitales que se acumulan y reproducir el anhelado “sueño americano”, amenaza como detonante de futura crisis.
Aunque Brasil obtuvo un crecimiento económico para el año 2006 de apenas 3,7% PIB (valga decir, muy por debajo de Venezuela y Cuba), su desarrollo económico no marcha a la par del desarrollo social. Contrario a este, no menos, alentador dato económico, si consideramos el tamaño de su economía y su continuo incremento en referencia a los años anteriores, la fuga de capitales rompe el equilibrio permitido por el sistema. Para Brasil, como ocurre al igual en el resto del continente, las inversiones extranjeras coinciden con las privatizaciones. Pero pudiéramos aquí llenar varia páginas, mostrar datos acerca de la realidad preocupante del pueblo hermano; decir que Petrobras, su mayor empresa petrolera, y una de las grandes de la región, yace casi privatizada; que el resto de las empresas del Estado, como las empresa de generación eléctrica, la hidroeléctrica, funcionan bajo la infame y saqueadoras figuras similares a las de los extintos Convenios Operativos de PDVSA con el capital privado nacional y transnacional; o decir que el salario hambreador de un obrero simple apenas alcanzan los 400 Real/mes (200 $ aprox.), apenas alcanza para comer; dar algunos ejemplos de los elevados precios de los productos de primera necesidad, etc., pero un taxista sintetizó para nosotros, la alarmante realidad: “La privatización de los servicios públicos avanza; la seguridad social empeora; el pueblo vive hipotecado al comercio y al capital; y Lula cree comprarnos con una bolsa de comida ¡Está equivocado!”.
Lula aboga por un capitalismo humanizado; por la amistad entre Dios y el Diablo. Lula pretende utilizar los mismos mecanismos del capital para “salvar” a su país. Lula ha sido sincero al admitir públicamente que sus ideas de izquierda habían sido una enfermedad de su juventud, enterrada con ella. Lula se define como socialdemócrata; representa la continuidad del pasado, ahora, con diferente ritmo. En definitiva, Lula es una estafa y su realidad comienza a sorprenderlo. Es por estas razones que podemos entender el porqué de su ambigua posición frete Venezuela, y su pugna contra Bolivia por su Gas. En Brasil manda el capital.
Mientras se profundizan las diferencias sociales, la explotación y el neoliberalismo en Brasil avanza; mientras sigan disminuyendo las respuestas (efectividad) del Estado a las exigencias y clamores populares; mientras sigan cayendo las caretas, la lucha de clases hace de su alarde en el hermano pueblo y avanza su conciencia. Igualmente, de la inercia y el sueño van saliendo, los partidos de izquierda. La lucha de clases también se declara en su entorno; cuestión que manifiesta su vitalidad y buen sendero.
La más grata de todas mis impresiones fue el percibir que las esperanzas del pueblo de Brasil se mantienen; en gran medida, gracias a la Revolución Bolivariana.
En pocos años Lula formará parte del basurero de la historia al que integran otros tantos arribistas y oportunistas que alcanzaron sentarse sobre la silla presidencial, sin intentar acercarla a la mesa del pueblo. A él, como a sus semejantes, muy pocos preferirán recordarle; a menos, como una lección a la izquierda, sobre la imposibilidad de humanizar al capitalismo y de utilizar sus herramientas melladas para bien de nuestros pueblos.
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