El legado de Allende

Allende, el demócrata, el hombre que soñó con hacer una revolución
pacífica; la esperanza frustrada de los pueblos de América; aquél en el que
el pueblo humilde de Chile cifró sus esperanzas de un futuro digno; cumple
hoy treinta y cuatro años de haber caído en combate defendiendo su gobierno
ante el ataque sanguinario ordenado por la CIA y ejecutado por uno de los
peores gorilas que se recuerde en este continente.

Estas tres décadas y algo más no han sido suficientes para sanar las
heridas. Chile tiene una democracia boba, cuyos dirigentes no han tenido el
coraje para juzgar a unos genocidas que actuando por instrucciones de una
potencia extranjera y defendiendo los intereses de la oligarquía apátrida,
asesinaron a miles de ciudadanos y enviaron otro tanto al exilio.

El Chile de hoy es un país construido por unos asesinos a la medida de una
oligarquía neoliberal y entreguista. Ninguna similitud con los sueños de
justicia, igualdad e independencia de Allende.

Los indicadores macroeconómicos, mostrados con orgullo por los defensores
de la herencia pinochetista, son precisamente el reflejo de la criminal
injusticia que existe en el país austral.

Ningún país del continente tiene una distribución de riqueza más injusta
que Chile. Allí, crecimiento económico significa fabulosas ganancias para
un pequeño grupo y miseria para las inmensas mayorías.

Treinta cuatro han transcurrido y siguen siendo insuficientes para olvidar
como los grandes medios de comunicación, la alta jerarquía eclesiástica,
los sindicatos corruptos, los partidos de derecha, los traidores de la
izquierda y poderosos empresarios se confabularon para frustrar la
esperanza de un pueblo.

Sin embargo, esos años y ese sufrimiento han servido a los movimientos
revolucionarios latinoamericanos, para entender que esos intereses sólo
pueden ser enfrentados con organización y participación popular.

Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador reviven hoy la esperanza que en el
corazón de los latinoamericanos sembró Allende, y aunque se enfrentan
exactamente a las mismas fuerzas que derrocaron al insigne chileno, hoy se
tienen en claro que el pueblo organizado y hermanado con las fuerzas
armadas es la mejor defensa contra aquellos que sumieron a Chile en la
oscuridad.

No fue en vano, entonces, el sacrificio del camarada Allende. Se frustró su
gobierno y se le asesinó cobardemente, pero no pudieron impedir que se
convirtiera en lección inolvidable y orgullo de pueblo valiente. Quienes no
justificamos la mentira, los que alimentamos la esperanza de que nuestros
pueblos serán redimidos, los que perseveramos en la lucha contra la
injusticia, los que rechazamos la mentira y la manipulación de quienes por
siglos nos han gobernado, llevaremos por siempre el recuerdo de un Allende
que prefirió morir en la defensa de sus sueños, que rendirse al gorila y al
imperio.

Bien lo decía el panita Alí: "los que mueren por la vida, no pueden
llamarse muertos". Allende sigue en el corazón de millones de hombres y
mujeres y su ejemplo marcará nuestras luchas por muchos años más.



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Alexis Arellano


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