El primero de Enero del 2009 se cumplirá medio siglo del triunfo de la Revolución Cubana. Este acontecimiento se celebrará con una revolución victoriosa, a pesar de asedios, amenazas, agresiones y planes públicos y secretos de la potencia más poderosa de la historia, Estados Unidos, que para materializarlos se coligó con todos los poderes y fuerzas reaccionarias que en el mundo rendían pleitesía genuflexa a la nueva Roma americana, como la calificara Martí.
Una pequeña isla del Caribe, realmente un archipiélago pequeño, se empeñó en una empresa histórica, contra viento y marea, en esta parte del mundo occidental, integrado por potencias que consideraban como su “destino manifiesto” en el siglo XX la obediencia servil al nuevo amo que fue capaz de derrotarlas durante los siglos XVIII, XIX o XX, según los casos particulares.
Surgió así una especie de “santa” alianza, de grandes y pequeñas naciones, que bajo las órdenes de la gran inquisidora, desarrollaron maniobras y estrategias, verdaderos complots de rufianes, que les asignaron para destruir a la Revolución Cubana, esgrimiendo como motivación este o aquel pretexto o subterfugio, en distintos períodos de estos cincuenta años.
En esta cruzada contra Cuba y su Revolución participaron enemigos naturales, internos y externos, y muchos otros obligados o no, en circunstancias determinadas de los acontecimientos nacionales e internaciones de un mundo en que los países poderosos y engreídos en vez de regirse por la Carta de las Naciones Unidas, parecían –y aún parecen- guiarse por una Pancarta con un código elemental de violaciones estúpidas de las normas y principios de derecho internacional reconocidos en la bendita Carta de la ONU. Esta Carta que merecía y merece respeto, y que constituye la norma de las relaciones esenciales entre los Estados, ha sido irrespetada no sólo en el caso de Cuba, sino en cuantos casos consideraron necesario aplicar el principio bárbaro del ejercicio de la fuerza.
Así que contra Cuba se ensayó todo y se proclamó aquello, vaya Ud. a saber cuantas veces, de que “el fin justifica los medios”. Sin embargo, en estos casos, tanto los fines como los medios fueron siempre espurios, ilegales, inmorales, deleznables, despreciables, condenables, y todos caben ser calificados como criminales.
Esta es la verdad, y si hoy Cuba revolucionaria existe y si la Revolución Cubana sigue victoriosa, es porque indudablemente en estos cincuenta años siempre se han sabido defender consecuentemente y en todos los terrenos. Ha sido de tal magnitud la defensa de todo un pueblo de su Revolución, su obra más acabada a lo largo de siglos de historia heroica, que causa asombro esta epopeya homérica de la contemporaneidad, pero que también causa rabia, mucha rabia, a sus recalcitrantes e inveterados enemigos.
Si existe la Revolución es porque el pueblo cubano aprendió de su historia pasada que la división en política es la derrota y la muerte, mientras que al instaurar una nueva política revolucionaria tuvo la convicción de que la unión era lo contrario: la victoria y la vida.
Si existe la Revolución hoy es porque dirigentes y dirigidos, con Fidel al frente, jamás traicionaron el juramento de no ponerse de rodillas ni inclinarse servilmente ante los enemigos, por poderosos que fuesen.
Si existe hoy la Revolución con su fuerza moral intacta es porque no sólo proclamó a voz en cuello que la defenderían con una consigna de patria o muerte, sino que todo el pueblo estuvo dispuesto a morir en su defensa como demostraron miles de cubanos caídos en combate en todos los momentos en que fue preciso defenderla con la vida.
Si existe la revolución a pesar de toda la ofensiva desatada por el imperio y sus aliados contra ella, fue porque ante cada plan de ataque se le enfrentó con un plan de resistencia superior y concebido para vencer sin hacer ninguna concesión de principios, sin sentir ni mostrar miedos ante sus reales intenciones destructivas, sin ninguna vacilación en la consecución de los sueños y realidades que eran la razón de su existencia.
Si la Revolución fue, es y será una fuerza impulsora de los hombres y del pueblo, ha sido porque su obra demostró y demostraba que era posible realizar en bien del pueblo lo que históricamente siempre pareció imposible, porque así lo había establecido la despiadada injusticia social, la ignorancia y el engaño prevalecientes desde siglos.
Si hoy existe una garantía de la perdurabilidad de la Revolución, es porque más allá de sus propias limitaciones y de las muchas más impuestas por sus enemigos, se mostró creadora, fecunda, generosa, y repartió lo mucho y lo poco al pueblo cubano y a la humanidad a los que pertenecía. Esa solidaridad desbordante, nunca antes vista en la práctica política internacional, la acercó e hizo más íntima al alma de las naciones del mundo que recibieron el abrazo y la ayuda fraternos. Por eso la defensa de la Revolución rebasó la frontera propia y tuvo un firme bastión dentro de las fronteras de los otros pueblos del mundo, que reconocieron en su momento la disposición de Cuba a realizar cualquier sacrificio y a defender como propios los intereses y causas legítimos de todos ellos, hermanados en una lucha y destinos comunes como integrantes de la humanidad.
Si hoy existe Cuba y su Revolución es porque no aceptó ni dejó ofensas a su dignidad sin responder a cualquier precio, ni creyó en cantos de sirenas, ni permitió que les introdujeran caballos de troya como parte de ofrecimientos aviesos.
Por estas y muchas otras razones, hoy existe la Cuba revolucionaria y su Revolución triunfante desde hace cincuenta años, “cuando la bestia fuera derrotada por el bien del hombre”.
Y nadie podrá negar jamás que entre las razones principales para tantas certezas de la existencia y victoria de la Revolución Cubana, se encuentra en lugar prominente el liderazgo, la personalidad, la ejecutoria, la grandeza de la vida y la obra de Fidel Castro, que logró lo que pocas veces se logra o se ha logrado: una plena identificación entre el líder y el pueblo, entre el líder y la obra de la Revolución.