Estados Unidos se presenta como el paladín de la democracia en América Latina pero la historia demuestra lo contrario. En la última década hemos visto cómo Washington y sus aliados oligárquicos han intentado impedir el triunfo electoral de los candidatos populares a la presidencia al sur del río Bravo mediante feroces campañas de terror mediático, trucos jurídicos o el fraude electoral. De la misma manera, el despliegue de planes desestabilizadores cuando estos candidatos logran llegar al gobierno e instrumentan la defensa de la soberanía, la democracia participativa, el rescate de los recursos naturales y bienes públicos, programas sociales redistribuidores de la riqueza y la proclamación de nuevas constituciones antioligárquicas.
Es el caso de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador. En Venezuela y Bolivia se ha comprobado la intervención de Estados Unidos en la subversión golpista contra sus presidentes, al extremo que las embajadas yanquis ofician como estado mayor de las fuerzas reaccionarias opositoras. Ello llevó a Morales a expulsar al embajador Phillip Goldberg, luego a la oficina de la DEA y recientemente de otro diplomático estadunidense mientras Chávez hacía lo mismo con el embajador en Caracas. El vecino del norte se ha convertido en refugio de los golpistas venezolanos y de ex gobernantes como Carlos Andrés Pérez y Gonzalo Sánchez de Losada, contra los cuales hay procesos judiciales abiertos en Venezuela y Bolivia sin que Washington se dé por enterado. En Ecuador se verificó la infiltración de la CIA en los servicios de inteligencia militar a la sazón del ataque yanqui/uribista a ese país y este año Correa ha expulsado a dos diplomáticos estadunidenses por injerirse en la policía.
Estados Unidos dio todo su apoyo al candidato democristiano Eduardo Frei Montalva para obstaculizar el triunfo de Salvador Allende en las elecciones de 1964 en Chile, que hizo afirmar a la Comisión Church del Senado de Washington: “…la Democracia Cristiana(DC) no necesitó desarrollar un trabajo con las bases. La CIA le hizo en gran parte esa labor”. Frei recibió de Washington alrededor de 20 millones de dólares sólo para esa campaña puesto que la CIA estuvo canalizando fondos para la DC entre 1962 y 1974, ya bajo la dictadura militar. Pero esto se quedó corto comparado con la descomunal injerencia de la Casa Blanca, para impedir la llegada de Allende a la presidencia en las elecciones de 1970 y luego al organizar el golpe de Estado que lo derrocó, de lo cual existe abrumadora evidencia en la parte no censurada de documentos oficiales estadunidenses desclasificados.
Lo que muestra la historia latinoamericana desde el siglo XIX es que la devoción de Washington por los “valores democráticos” no fue óbice para que desestabilizara a los gobiernos democráticos que no se le sometían y aupara y defendiera a las dictaduras. Sin ir más atrás, en el siglo XX, regímenes sangrientos como los de Trujillo y Balaguer(República Dominicana), Martínez y sucesores(El Salvador), Machado y Batista(Cuba), Pérez Jiménez(Venezuela), Stroessner(Paraguay), los Somoza(Nicaragua), Castillo Armas y sucesores(Guatemala), Duvallier(Haití), Onganía y Videla(Argentina), los de Uruguay, Bánzer(Bolivia), Pinochet(Chile) o las dictaduras de “seguridad nacional” en Brasil, figuraron entre sus mejores amigos al sur del río Bravo y se establecieron bajo su auspicio directo. Con frecuencia fueron implantados a consecuencia de la intervención de los marines o de golpes de Estado fraguados desde la Casa Blanca.
Los gobiernos latinoamericanos elegidos según las formalidades de la democracia representativa también pueden gozar de la amistad y hasta de la simpatía de Washington… siempre que se plieguen a sus designios imperiales de dominación económica y política.
Las “transiciones” a la democracia, de las que Chile fue el modelo, se hicieron a espaldas del pueblo pero ni ese modesto avance se hubiera podido conseguir sin la ola de luchas populares precedentes –armadas y de masas- desencadenada por la revolución Cubana. El precario espacio político abierto entonces, después de una guerra sucia sin precedente auspiciada por Washington contra las fuerzas populares, es lo que les permitió movilizarse y rebelarse por vía electoral contra las políticas neoliberales y realizar los importantes cambios políticos que experimenta la región.
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