Lo he dicho muchas veces y seguramente lo diré muchas más. Porque me parece fundamental para dinamizar la conciencia, para revolucionar la siquis, el pensamiento. Sin lo cual no hay verdadera revolución posible. O como dicen, sin revolucionarios no hay revolución. Nosotros somos la revolución, el espíritu, el principio de todo cambio.
Si no nos reconocemos el verbo de todo sujeto y adjetivo, si no nos revolucionamos no hay posible revolución. ¿Quién haría la revolución? ¿Las instituciones, el dinero, las máquinas, la burocracia y los negociantes, la inercia de los hábitos y creencias que solo quieren seguridad, continuidad de sus privilegios y por tanto se oponen y resisten a todo cambio, a toda justicia, a toda igualdad?
“Todo es y vale según con qué lo comparemos”. Creo que no hay mejor demostración de eso que la ecuación de la relatividad, donde masa, energía, velocidad, espacio, tiempo, son totalmente interdependientes entre si. Si alteras cualesquiera de esos componentes, variables o elementos, alteras todos los demás.
En consecuencia, ninguno de esos elementos es un principio, ninguno es en y por si mismo, no pueden definirse sino en relación, relativamente a los demás. Por lo tanto todos son simultaneidades, concomitancias, ninguno es el originador, la causa de los demás, ninguno puede autodefinirse. Todos son manifestación de un principio aún desapercibido, no reconocido.
Y en el mismo sentido la revolución bolivariana, boliviana, ecuatoriana, son simultaneidades de una misma causa estructural. El Alba, los tratados de justo comercio entre los pueblos, Petro Caribe, y todas las iniciativas de complementación, son importantes o intrascendentes según con qué los compares y el momento en que lo hagas.
Si miras por ejemplo el intercambio comercial del primer mundo, o inclusive el de Argentina y Brasil en términos cuantitativos económicos puramente, de seguro que toda la iniciativa de complementación solidaria entre pueblos parecerá muy pobre, escuálida. Sin embargo en un segundo momento, resulta que la economía de los países desarrollados se ralentiza, comienza a desmoronarse, las fábricas quiebran y los trabajadores se quedan en la calle.
Mientras que en Venezuela continúa disminuyendo el desempleo, se mantiene y aumenta en algunos casos la inversión social y los sueldos, se decreta inamovilidad laboral, se continúan las obras de infraestructura. Y no es que Venezuela no sea afectada por la crisis económica global. ¿Cómo podría no serlo si el petróleo en pocos meses ha pasado de 150 dólares a 30, y es su principal fuente de ingresos?
Se trata de que las pérdidas por desvíos y creciente concentración en cada vez menos manos del capital productivo, por explotación y especulación, no se socializan, no las pagan los trabajadores, los pobres. Por el contrario el capital se reorienta crecientemente hacia su verdadera función, financiar fuentes productivas para satisfacer las necesidades esenciales de quienes producen. Empresas sociales.
Para un pensamiento orgánico un hecho es un hecho y punto. Las variables que en él participan ya son miradas construidas histórica y generacionalmente, con los elementos que cada época cree reconocer en un fenómeno que percibe y de algún modo experimenta. Con las relaciones lógicas o analógicas que luego establece entre las variables que cree reconocer.
Por ejemplo hablamos de energía y siquis desde hace siglos, no son términos modernos. Sin embargo hasta hace muy poco no disponíamos de aparatos, de apéndices que ampliaran nuestros sentidos, hasta el punto de poder comprobar nuestras concepciones o creencias en los hechos.
Por eso, esas cualidades se asignaron a los dioses, a la naturaleza y a los seres humanos alternativamente. Pero los hechos siguen siendo los hechos y el creer que suceden de un modo u otro no cambia nada. Lo realmente importante es poder reproducir las condiciones en que ellos suceden y reiterarlos a voluntad.
Porque entonces se convierten en herramientas operativas que mejoran nuestra calidad de vida, en eficiencia que ahorra esfuerzo, que multiplica nuestro poder de acción, de transformación de las relaciones económicas y culturales. En los hechos entonces, trascendemos nuestros hábitos y creencias. En los hechos trascendemos los determinismos naturales y humanos a que estábamos sujetos y ejercemos, ampliamos nuestra libertad de elegir entre alternativas.
Los aparatos anticonceptivos nos dieron muchas más alternativas, cambiaron y dinamizaron mucho más la organización, instituciones y las relaciones sociales, que todas las creencias y hábitos ancestrales al respecto. Podremos opinar que antes o ahora es mejor o peor, pero a nivel de hechos, eso ya es una alternativa posible y opera cambios, sobre todo para la mujer.
Ahora bien, en medio del desmoronamiento de nuestras creencias y hábitos ancestrales, centenarios, milenarios, ¿cuánto vale, cual es la dimensión de una dirección de acción social que está demostrando en los hechos que es viable, que complementa el hacer y las capacidades de los pueblos en lugar de enfrentarlos en interminable violencia destructiva?
Porque nuestra historia parece un juego cíclico de construcción y destrucción. De hecho parece que no supiéramos cambiar sin destruir todo lo trabajosamente edificado primero. Aunque también es cierto que para el desconcierto de nuestras creencias y apegos a las cosas, han sido accidentes trágicos los que han activado y desplegado verdaderas capacidades de pueblos. Como el de Japón tras la destrucción inimaginable de la bomba atómica.
Hoy los hechos ponen al descubierto, al desnudo para que podamos ver a través de nuestras creencias, un modelo estructural que colapsa y se destruye a si mismo desde dentro. Un tropismo cuya misma inercia acumulada en una dirección, pone inevitablemente en evidencia sus contradicciones, limitaciones y alcances inherentes.
Su arquitectura interna, mental, no permite ya su viabilidad, sus resultados lo hacen ahora visible para todo el que mira sin anteojeras. Tanto la nueva sensibilidad que aflora y se hace reconocible en la voluntad para llevar a los hechos, las siempre postergadas ideologías también centenarias de justicia, paz, hermandad.
Como la resistencia del viejo mundo, (llamado desarrollado), que se desmorona, son diferentes caras del mismo modelo o paradigma mental, del mismo hecho estructural y sus posibilidades implícitas que ya han llegado a su máxima expresión. Y no me refiero solo a la economía. Las variables en acción desbordan toda imaginación de resultados posibles.
La aceleración de hechos desencadenada va por delante del conocimiento disponible, de la imaginación lanzada a aprehender posibles consecuencias o futuros. Tenemos la alteración irreversible de los llamados elementos naturales, climáticos, que implican también la de la producción de alimentos, que solo es posible dentro de un marco estacional estable.
Tenemos los múltiples virus en continua mutación, más allá de la especulación del tratamiento mediático que se les de. Tenemos las hambrunas y muertes, no solo en los países subdesarrollados. Porque los desarrollados ya emprendieron ese camino también, además de que no están libres de las devastadoras catástrofes naturales.
Todas estas variables interactúan simultánea y estructuralmente, haciendo imposible imaginar no ya el futuro distante, sino las novedades con que despertaremos cada día, no solo colectiva sino también personalmente. Por tanto la alternativa no es si el ecosistema y nosotros como función suya que somos, vamos a cambiar.
Ya estamos en pleno cambio sin importar con que tipo de ante o tapa ojeras, pesimistas u optimistas, temerosas o alegres lo estemos observando, interpretando. El viejo modelo ya se está desintegrando, muriendo, estamos viviendo y experimentando sus estertores. El tema, la alternativa entonces, parece más bien ser si estamos dispuestos y en capacidad de despertar de las viejas creencias y hábitos, que se apoyaban y sustentaban en, que eran el correlato de condiciones ya inexistentes.
Para comprender estos fenómenos sicológicos, de los que tanto hablamos sin entender ni poder en consecuencia hacer demasiado, hace falta preguntarse por ejemplo, ¿por qué el imperio nos parecía un gigante invencible, y de repente hace agua por todas partes, surgen y se implementan múltiples visiones alternativas, y por mucho que grite desaforadamente o haga gentil show mediático, cada vez se le nota más su impotencia y menos asusta?
Esa es justamente la secuencia de las creencias desbordadas y desgastadas por la fuerza de los hechos, que impactan y afectan directamente, sin intermediarios, sin importar lo que creamos o digamos, nuestras formas de vida. Obligándonos a reaccionar adaptativa o desadaptativamente, aflorando una dormida y soterrada sensibilidad.
Esa secuencia se aprecia claramente si prestamos atención al interés, al deseo sexual. Hay un momento donde el sistema de tensiones creciente se traduce a imágenes de intimidad sexual. En esos momentos experimentamos sensaciones que no tienen un correlato en sentidos externos. Sentimos un enorme y poderoso pene que cual espada o columna puede atravesar lo que sea. Una cálida, húmeda y prometedora de todos los placeres caverna en la cual penetrar. Casi como volver al paraíso perdido, al hogar infantil.
Estaríamos dispuestos a hacer cualquier barbaridad, a dar la misma vida por concretar ese sueño. Pero consumado ese acto, descargadas las tensiones, en un segundo momento, todo el sueño desaparece y solo queda la percepción externa, tal vez acompañada por la frustración de la enorme y ya desinflada expectativa anterior. Algo similar nos sucede cuando magnificamos a un imperio, o lo que es lo mismo, cuando proyectamos nuestra sensación de pequeñez e impotencia como su grandeza y poder.
Por eso decía que, todo es según con qué lo compares y el momento en que lo hagas. Abusando de las analogías, podríamos entonces tal vez decir que el imperio es como una muñeca inflable, y por tanto también desinflable según cambie el trasfondo sicológico y fáctico. Podríamos decir que no es la fuerza del imperio quien decrece o cede, sino la nuestra la que se incrementa.
Pero digamos lo que digamos, los hechos siguen siendo los mismos. Hoy en día nos dicen que somos una civilización materialista, apegada a los objetos, consumista. Tal vez sea así, pero a mi me surgen serias dudas cuando veo como destruimos todo lo que tanto esfuerzo nos ha costado edificar.
Tal vez sea destruir para volver a construir lo que nos apasione. Tal vez sea la libertad de elegir entre alternativas, reconocer y superar los determinismos ancestrales, cambiar las aburridas rutinas entre las que quedamos desapercibidamente atrapados, lo que realmente nos guste y deseamos. Solo que aún no hemos logrado descubrir como hacerlo sin violencia.
Como yo lo veo, sin importar demasiado lo que unos y otros creamos, estamos todos montados en un tren de hechos que avanza acelerándose inexorablemente. Mas que de mirar cada cual en la dirección que nos imponen nuestras anteojeras, se trata entonces de mantener la dirección y el equilibrio del movimiento para que no se descarrile.
Despertar de los hábitos y creencias, abrir los ojos o deshipnotizar nuestras miradas de las imágenes que las seducen, implica volver a proporcionar la minusválida o discapacitada imágen de nosotros mismos, de lo humano. Es un poco como el cuento del genio atrapado por largos siglos en una botella, cuya fuerza creativa es capaz de complacer todos los deseos de quien lo libere.
¿Quién concibe, crea, cree y queda atrapada luego dentro de sus propias concepciones? ¿Quién siente la fuerza de los dioses o de la naturaleza y les da forma, les pone nombre, les construye imágenes a su propia semejanza? ¿Quién se arrodilla luego y adora la grandeza o pequeñez de sus propios sentimientos y creaciones externalizada?
Como dije al principio, nosotros somos la grandeza o pequeñez de nuestras concepciones y obras. Si el creador no se reconoce a si mismo se convierte en esclavo de sus creaciones, si el revolucionario no se reconoce motor de todo acontecer, si no se reconoce en las consecuencias de sus propios hechos, entonces no puede haber revolución.
Porque la revolución no solo es la aceleración del ritmo evolutivo habitual, sino el deseo de realizarlo intencionalmente. De ampliar su conocimiento y manejo, es decir su conciencia. Ya el Ché Guevara hablada del nuevo hombre y de la revolución continua, que no dependiera de circunstancias externas que van y vienen.
Es en la conciencia, según los niveles que operen y las funciones que estos cumplan, que se organizan formas, objetos de conciencia, con las sensaciones o información de sentidos internos y externos. Es en la conciencia que se produce esa particular alquimia.
Así por ejemplo, defendiendo la inercia del sueño, el mismo sistema de tensiones e imaginería que en la vigilia se dispara cual acto o conducta sexual, con sensaciones de cuerpos y materia resistente al tacto, en el sueño se expresa cual “sueños húmedos” que cumplen la misma función de descarga y sin los inconvenientes de los objetos fijos e intenciones vigílicas.
Pero también en la conciencia se organizan los ideales de El-Ella, ya los llamemos Adán-Eva o Lilith-Abraxas. Intangibles modelos que caminan delante de la humanidad guiándola a futuro, hacia su destino.
También en la conciencia se organizan los mitos, sueños o ideales de hermandad, justicia y paz, que tras cientos, a veces milenios se conductualizan en pueblos que no tienen relación aparente con aquellos que los plasmaron en formas, pero que comparten de algún modo sus sistemas de tensiones y los modos de traducirlos a imagen.
Y aquél principio desapercibido o aún no reconocido de toda manifestación y variables posibles, de que comencé hablando, no es entonces sino el ser humano que se busca e intenta conocerse midiendo, pesando, extendiendo en el tiempo las secuencias de objetos que su conciencia organiza y a las cuales termina creyendo sin embargo “cosas externas” existentes por si mismas, deseando poseerlas para completarse.
Es justamente por eso, que con la acumulación de carga apropiada los eventos pueden extenderse o contraerse, acelerarse o volverse difusos en vitalidad en ese otro intangible que llamamos espacio tiempo. Es justamente por eso que una experiencia puede extenderse en miles de años y llamarse historia, pero también revolucionarse y sintetizarse en décadas y hasta en instantes, despertando del tiempo cual categoría organizadora de eventos.
Creo que están llegando los tiempos en que habremos de atrevernos a aceptar nuestra grandeza, dejar de proyectarla y pretender luego encontrarla y atraparla cual atributos de las cosas que organizamos y manifestamos. Creo que está siendo ya el momento de que reconozcamos que así como somos la revolución somos también la paz.
No hay otro modo de llegar a ella que reconociendo serla y manifestándola. Todo otro camino es su postergación y por tanto generador de un estado, de una atmósfera de tensión y violencia interna, que se traduce a múltiples paisajes y caminos que no hacen sino conducirnos de frustración en frustración, de desilusión en desilusión, evidenciando finalmente su raíz.
Una vez más. Nosotros somos la revolución, nosotros somos la fuerza del acontecer. Pero para la conciencia que queda atrapada en sus creencias y hábitos, ese acontecer puede sumirla en la total frustración. Al perder su dinero o simplemente sentir que toda su visión de vida se vuelve imposible, no ver más camino que el suicidio personal y/o la muerte de otros.
Pero, para quien siente y asume esa fuerza y grandeza, para quien siente la posibilidad abriendo su conciencia al mundo como el ábrete sésamo de Aladino, para quien con fe se atreve a plasmar su intangible sentir cual dirección creciente, generosa de acción.
Para quien desobedece sus viejos temores, hábitos, fantasmas, y emprende alegremente el ilimitado futuro, la calidez de un nuevo sol amanece en el horizonte. Somos herederos de la historia, dejemos atrás ahora la prehistoria y pongamos los cimientos del nuevo acontecer. Esos cimientos no son sino una radiación de conciencia ampliada de lo que somos y podemos.
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