Estábamos a punto de creer que en Nuestramérica había pasado ya el tiempo de las dictaduras militares. Que los borrascosos tiempos de barbarie y vergüenza de las décadas de los 60 y 70, que nos dejaran el luctuoso saldo de miles y miles de muertos a lo largo de todo el continente, habían quedado atrás.
Pero las derechas no descansan.
Las clases dominantes latinoamericanas han visto perder efectividad desde el principio de este nuevo siglo a su herramienta de la democracia representativa bi(o tri) partidista, que les sirviera por décadas para mantener el control de nuestros estados y la dominación sobre nuestros pueblos. En la medida que estos pueblos han ido perdiendo la fe en los partidos políticos tradicionales y han descubierto progresivamente que el arma de los votos les sirve para elegir outsiders (o por lo menos políticos progresistas) cuya preocupación y acción esté centrada en la justicia social, en el combate a la pobreza y la atención a los excluidos, es en la misma medida en que las oligarquías locales han ido dejando de tener el control sobre sus mecanismos tradicionales y naturalizados de acceso al poder.
Han intentado entonces, para recuperar los sitiales perdidos, nuevas estrategias basadas ahora en el control hegemónico de los medios de comunicación, en la creación de matrices de opinión, en el financiamiento y promoción de “movimientos civiles” desestabilizadores y en definitiva han desarrollado la técnica del “golpe suave” (soft) que se inaugurara con éxito en Ucrania, con la “Revolución Naranja”, donde utilizando estas herramientas lograron hacer caer a un presidente electo (que era de orientación pro-Rusa) para sustituirlo por un presidente pro-occidental. Esta técnica de golpe suave no sólo fue creada y afianzada por las clases dominantes locales, sino que ha contado desde su inicio con el asesoramiento y la financiación del poder hegemónico (léase gobiernos del Norte y/o grandes corporaciones).
El primer intento de utilizarla en América Latina se dio en 2002 en Venezuela y resultó un rotundo fracaso. Luego se intentó implantar en Bolivia, en Nicaragua y en Ecuador, allí dónde aparecieron gobiernos elegidos por sus pueblos, tampoco lograron concretarla. Los nuevos y complejos factores que determinan nuestra actual situación histórica, han enfrentado con éxito el “soft”.
Entonces, como no hay descanso, como la necesidad no sólo de recobrar el poder perdido, sino de no perder ni un ápice del que se sustenta, es un motor constante, aparece hoy desde el proceso social de Honduras, una forma diferente de ataque al poder. Podríamos llamarla el “golpe suaviduro”.
Desde el día jueves 25 de junio el poder concentrado de los medios de comunicación de masas a nivel mundial (y el hondureño en particular) comienzan a crear la matriz de opinión de que el presidente Zelaya está tomando orientaciones perjudiciales a su país. Un general desobedece la orden presidencial de repartir el material de consulta a utilizarse el domingo 28, el presidente lo destituye y la Corte Suprema y el Congreso desautorizan al presidente. Mientras tanto, la muerte de un ídolo pop permite al sistema de información mundial ignorar por omisión todo lo que está sucediendo en Honduras. Entre viernes y sábado la OEA y los gobiernos latinoamericanos dan su opinión apoyando al presidente Zelaya, quien acompañado de movimientos sociales toma una base militar y recupera el material electoral. Un juez condena la actitud del presidente. Hasta aquí los acontecimientos se suceden siguiendo el guión del golpe suave.
Pero el domingo 28 en la mañana aparece nuevamente la mano militar gorila en nuestro continente. Comandos encapuchados secuestran al presidente y lo llevan a Costa Rica. Igualmente lo hacen con los ministros. En el caso de la Canciller, en el mismo operativo maltratan a los embajadores de Nicaragua, Cuba y Venezuela que se encontraban junto a ella para darle apoyo. El poder militar corta la energía eléctrica y el agua, cierra el canal de televisión del estado y prohíbe la transmisión de medios alternativos. Persigue y reprime a dirigentes sociales y a políticos vinculados a Zelaya. Controla toda la información desde y hacia el exterior, suspende el Internet. Decreta un toque de queda. Vuelve a escena el coup d’ètat tradicional con toda su fiereza.
Claro que ahora se siguen utilizando a la vez las técnicas desarrolladas en las últimas décadas. Los canales de televisión locales transmiten dibujos animados hasta que los poderes controlados por las oligarquías, una vez consumado el golpe, reaccionan para legitimarlo (El Congreso destituye a Zelaya, y aparece, tal como sucediera en Venezuela, una “carta de renuncia” apócrifa).
Aquí entonces, por primera vez se conjugan las herramientas que se venían utilizando para desestabilizar, con la técnica más tradicional de tomar el poder por la pura fuerza de las armas.
No tengo dudas de que este golpe de estado es producto esencialmente de la situación particular de Honduras, un país pobre y pequeño de Centroamérica, con una historia demasiado reciente de muerte y desolación y dónde la influencia y el poder de las grandes corporaciones (bananeras y demás) están aún muy vigentes. Es muy probable que un Departamento de Estado liderado por Obama no sea esta vez el apoyo directo del golpe, sino que la oligarquía local haya sido financiada y promovida por intereses corporativos.
Sin embargo, lo que allí está sucediendo no deja de ser un globo sonda para desarrollar nuevas políticas hegemónicas. Henry Kissinger planteó en los 60 la teoría del Dominó, y todo el apoyo de los EE.UU. fue hacia la instauración de dictaduras de derecha en el continente (acción de contradominó), para evitar que los pueblos de América Latina siguieran el ejemplo de Cuba.
El siglo XXI nos va dejando en América Latina crecientes procesos (impulsados desde abajo por sus pueblos) de liberación y autonomía. Se cumple la teoría del Dominó. Venezuela es la primera ficha de un movimiento cada vez más acentuado de los pueblos latinoamericanos hacia la izquierda. Y las derechas no descansan. Necesitan crear, promover, desarrollar, impulsar en el continente sistemas y movimientos contraprogresistas para mantener su dominio.
Por eso es imprescindible para todos colaborar para detener este proceso. Las acciones del pueblo hondureño son fundamentales. En la medida que se vuelque a la lucha en la calle para defender al presidente que legítimamente eligió, es en la medida en que podrá combatir el golpe de estado. Pero en los casos como éste, en que el poder decisorio es el militar, la historia nos dice que no existe ningún empacho en reprimir cruentamente y sin medida, y eso puede derrotar la lucha en las calles.
Entonces el otro factor fundamental será la solidaridad y el peso político de los otros gobiernos de Latinoamérica, y las acciones colectivas concretas que puedan tomarse desde todo el continente para aislar y derrotar el golpe.
Este golpe de estado va más allá de la toma del poder en uno de los países pequeños de nuestra región. Por todo lo expuesto, aquí no sólo nos estamos jugando el futuro colectivo de Latinoamérica, sino que se están poniendo a prueba la realidad del movimiento de integración, la efectividad de nuestros nacientes organismos conjuntos y la validez de un destino común.
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