Con las armas se hace imposible crear la paz, el mantenimiento de ejércitos, dotados de las armas más modernas que el hombre haya podido crear, se han convertido para las naciones durante la historia “democrática”, aun para los imperios, en peligros evidentes para su ansiada tranquilidad.
La pregunta que viene surgiendo en este siglo XXI es esta: ¿Por qué las Fuerzas Armadas, creadas para defender a un país de las amenazas externas, se convierten, en algún momento, en ejércitos de ocupación de su propio territorio?
En los momentos de crisis, de descontento, de irresponsabilidad política, o en situaciones creadas por la manipulación de la realidad por los dueños de los medios de información, se ha hecho creer que la solución solo está en la mano dura y atropelladora de los militares. Otra entelequia bastante extendida y que se ha mantenido a través de los siglos es el creer que los militares detentan el monopolio del patriotismo.
La historia ha demostrado y sigue demostrando que todos esos elementos (civiles y militares) que tan altisonantemente se declaran nacionalistas y defensores de los "sagrados intereses de la patria" tienen la tendencia a confundir esos intereses con sus propios intereses. Igualmente ocurre con la corrupción que para muchos ingenuos se terminará entregando plenos poderes a los militares, en circunstancias que se ha comprobado reiteradamente que ésta aumenta, cuando los militares detentan el poder.
Estas y muchas otras reflexiones deben llevar a los países democráticos a fundamentar una solución, entre las que se encuentran la disolución de los fuerzas armadas nacionales o la verdadera transformación de estas en entes defensores de la patria y no de intereses foráneos aunados a la recalcitrante burguesía que para nada les importa el futuro y la paz de la nación.
Si se estudia la historia de los países latinoamericanos, en seguida se verá que si las confrontaciones internacionales han sido felizmente escasas en el período de su independencia, los golpes de Estado protagonizados por los ejércitos propios, en cambio, han sido numerosísimos. Es decir, que, para evitarse de un peligro hipotético, y en muchos casos inexistente, todos estos pueblos han estado alimentando un peligro real y reiterativo. Sin contar con que, si se examinan de cerca esas guerras exteriores, pronto se echa de ver que, por lo menos, en su mayoría, se han emprendido en beneficio de intereses extraños. Un elemental cálculo de probabilidades nos dice que las fuerzas armadas, en esta parte de América, no sólo no son necesarias sino que son, más bien, perjudiciales.
Las fuerzas armadas en el mundo solo sirven para mantener y alimentar el lucrativo comercio de las armas de destrucción, ya es hora de cambiar el paradigma y usar otros como aquel que dice:
“Un arbitraje siempre resulta menos costoso, y con buena y mutua voluntad, todos los litigios pueden ser resueltos”.
(*)Ing.
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