Esta oligarquía pordiosera es arrogante, ve con desprecio a la inmensa mayoría de los hondureños, tal como lo hace con sus obreros en los centros de explotación.
No quiere reparar en la repulsa de la que es objeto diariamente. Entierra la cabeza como el avestruz. Se autoengaña pensando en que los hondureños viven una paz definitiva.
Este desprecio a las acciones multitudinarias de la resistencia lo pagará caro la oligarquía, más temprano que tarde. Su arrogancia se revertirá como un bumerang. Creen que la aparente calma que se vive en los interregnos del accionar del pueblo, se debe al éxito de la aventura golpista. Pero cuan equivocados están.
En realidad, aunque no lo quieran aceptar, en Honduras existe paz por que la resistencia así lo ha querido. La violencia existente es generada por los golpistas. Antes del golpe, lo que existía era un intenso debate público, sobre el destino de la pétrea constitución que nos desgobierna. Pero ellos, trogloditas opuestos a todo cambio, abandonaron el debate, la vía electorera de acceso al poder, y lo tomaron mediante la violencia de las armas, utilizando el ejército como brazo de asalto.
Ahora, contrario a lo que piensan algunos, los espacios para resolver la crisis por la vía pacifica continúan achicándose. Los golpistas jamás han manifestado una mínima muestra de acercamiento a la resistencia, a sabiendas de que este movimiento, cuando asuma otras formas de lucha, que no sean las movilizaciones, arrasará con todo obstáculo que se interponga, entonces la oligarquía perderá lo que guarda con celo: sus inmensas ganancias, obtenidas mediante la explotación del trabajo ajeno.
La presión hacia los golpistas por mantenerse en el poder es externa, se lo exigen las alianzas políticas con los sectores de ultraderecha del continente americano, pero también existe una fuerte dosis de ignorancia política como para analizar la coyuntura y buscar salidas negociadas a la crisis. Esto explica su engreimiento insulso. Ellos creen que han ganado la batalla; se sienten eufóricos, y seguros de que tienen la razón. Pero este espejismo no les permite apreciar con pragmatismo el creciente protagonismo de la resistencia, el que ya amenaza con desbordarse en la medida en que se acercan las elecciones previstas para el 29 de noviembre.
Es cierto que la resistencia, no por engreimiento si no que por táctica, tampoco admite acercamiento con los golpistas, lo que genera, también, el cierre a los escenarios de negociación política y pacífica, como anhelan aún muchos hondureños, en la creencia de que la tiranía golpista caerá por desgaste en el corto plazo.
Otro foco del que se vale la oligarquía para mantener aquel engreimiento de clase, radica en que la resistencia aún no desarrolla, se supone también que por razones tácticas, un contundente bloqueo a la producción de bienes materiales y de servicios, de tal forma, que se agote el avituallamiento del poder económico y militar.
La oligarquía, por lo que se aprecia, cayó en la trampa de la resistencia: imponerle la lucha pacífica. Las cañoneras y fusiles del ejército oligárquico se han acallado, por el momento.
Esta táctica, aplicada con inteligencia, como es lógico, ha permitido a la resistencia acumular fuerzas democráticas, populares y revolucionarias, logrando, consecuentemente, el aislamiento nacional e internacional de los golpistas.
Ahora bien, ante un virtual agotamiento de estas formas de lucha política y pacifica, ¿Se tienen previstas nuevas formas y escenarios de lucha para derrotar definitivamente ese engreimiento que hoy falsamente exhiben las clases dominantes? La respuesta la brindará, por supuesto, en el corto plazo, el desenvolvimiento de la dinámica propia de la lucha social.