Si existe en Nuestra América una clase o casta social con conciencia sobre su papel histórico en una sociedad y que ha sido consecuente con esa visión a lo largo de 200 años, esta ha sido la oliburguesía santanderiana que gobierno desde el Palacio de Nariño, de Bogota.
Todos los grupos del mantuanaje criollo de los diversos países en que se fraccionaron las viejas posesiones coloniales españolas del continente americano, no resistieron la fuerza destructiva de la guerra de independencia, o se extinguieron en medio de sus conflictos fraticidas de la era republicana, o fueron disminuidos o desplazados totalmente del Poder por otros grupos económicos y sociales, al influjo de los cambios sufridos por nuestras sociedades por la penetración de los capitales imperialistas europeos y norteamericanos y las revoluciones sociales que han estremecido nuestro continente y el planeta en los siglos XX y XXI.
Solo la rancia godarria colombiana, formada de cafeteros, azucareros, mineros y comerciantes de Bogota, el Cauca, el Magdalena, y los Santanderes y la Costa Caribe, ha mantenido inconmovibles su dominio sobre ese lacerado país, aunque para ello haya tenido que cambiarle el color marrón de las aguas de sus innumerables ríos por el rojo de la sangre de sus campesinos y lo hayan tenido que hacer, pactando ayer y hoy con la bestia imperial que le ha servido de manto protector de cuánto ha necesitado para explotar y reprimir, con sevicia criminal, el alegre pueblo de ese hermoso manto verde llamado Colombia, que apenas cambia al blanco en sus estribaciones de la Sierra Nevada y sus volcanes de la Sierra Central.
Mantuvieron la servidumbre indígena hasta dando les fue mejor pagar salarios de hambre para no tener que mantener a los de la familia que no trabajaban. Les dieron libertad a los esclavos para que pelearan sus causas y, los que sobrevivieran, se vendieran al mejor postor por jornales de miseria. Heredaron por la pluma o el Poder las tierras de los bárbaros conquistadores y cuando ya se acabaron, se robaron las que el Libertador les reservó a la Nación para construir la felicidad de su pueblo. E igual lo hicieron con las minas, yacimientos de petróleos y cuanta riqueza hubo abajo y arriba de su hermosa tierra.
Pocos han sido los nacidos en esa tierra que han perturbado semejante dominio: Bolívar, el primer atrevido, cuya osadía la pagó con la traición de septiembre, Jorge Eliezer Gaitán, cuyas ideas sociales y encendidos discursos estremecieron su geografía social y política agotada de hambre y guerras, El general Rojas Pinilla, quien intentara en vano imponer la fuerza de su mando para subordinar a los promotores de las viejas rencillas godas. Las FARC-EP, el ELN, las EPL, el “Quintín Lame” el M-19, sacudieron los cimientos durante cuarenta años, disputándole su hegemonía, pero no alcanzaron el sueño de enterrar el “Reinado Perfecto” de la republicana oligárquica colombiana.
Quizás se pueda decir que el “turco” Turbay rompió la maldición goda al ser elevado a la presidencia en momentos de agotamiento de las viejas canteras liberalconservadoras. Lo demás han sido Ospinas, Lleras, Michelsen, Valencia, León, Trujillo, Gaviria, Pastrana, López, Betancourt, Camargo; solos o combinados, abuelos, hijos, nietos, criados, apadrinados, emparentados; en fin, de sangre, afectos o negocios, pero siempre de la maldita godarria.
Por eso se trajeron a su "Restaurador", Alvaro Uribe Velez, desde su Antioquia de rancheros y matones, de traficantes con linaje de oligarcas y oligarcas con tradición de traficantes, De la Antioquia donde su oligarquía quedo encerrada entre montañas y no pudo sino que ensañarse con el peonaje para construir su Colombia de desiguales con el látigo de sus capataces y el fuego de sus guardias convertidas en Cooperativas CONVIVIR, que le dieron el dinero y el terror para llevarlo, desde su lejano lar, hasta el mismo Palacio de Nariño, donde quiso quedarse más allá del tiempo permisible por sus amos de la godarria colombiana.
Pero, se acabo el doctorcito, se acabó Varito, se acabo el No. 82, se acabo Uribe, sin cumplirle la tarea a la godarria colombiana. El Gran Pacificador termina muy lejos de triunfar en su guerra. El Supremo Arquitecto de la Seguridad Democrática solo alcanza a proteger zonas comerciales, industriales y residenciales del Gran Capital y bombardear al resto del país, el Reformador Social acaba con la Seguridad Social, el orgulloso “Patriot” es saludado por las tropas invasoras en las siete bases hipotecadas al imperio. El Demócrata creó partidillos basados en el “Estado de Opinión”, acabando con los viejos partidos Liberales y Conservadores, los viejos Poderes, los viejos líderes. Por eso lo echan del palacio de Nariño, dejando a la oligarquía con sus sueños de ver exterminada la insurgencia, pero con una entina a cocaína pura, super-mariguana y heroína reforzada, que inunda cuanto espacio de su Poder exista.
Ya no tiene mayor valor. De él se extrajo el máximo provecho y nunca lo aceptaran en la exclusiva Cofradía de los Caballeros de la oligarquía, porque no es ni será uno de ellos. No tiene su linaje. Para él solo quedan deudas por pagar: las de las licencias de vuelo de su primo Pablo Escobar y Rodriguez Gacha, las de la Masacre del Aro, la de los falsos positivos, las del perdón a los narco-paramiliares, los del cementerio acuático del Río Magdalena, las de las masacres impunes de Mancuso, Don Mario, Don Berna, Jabón, Cuchillo, los Castaños, Jorge 40 y sus otros antiguos aliados. Y a su lado, en lúgubre procesión, le seguiran los generales, Naranjo, Padilla, Ospina, Del Río y tantos muchos que, luego de su gloriosa carnicería, buscaran un lugar oscuro e inaccesible para burlar la Justicia de la Historia, que no es otra que la Justicia de los Pueblos.