Toda negociación política supone la existencia de un conflicto que no ha sido posible resolver por la declinación de aspiraciones e intereses de una de las partes o, por la confrontación de fuerzas entre los contendientes, quienes en éste último caso, se estancan en el desarrollo de sus esfuerzos y terminan desgastados en sus propuestas, lo que los conduce a considerar la búsqueda de otra forma de resolver el contencioso..
Las negociaciones requieren de la voluntad política de los contendientes, convencidos que por esa vía pueden alcanzar más en la mesa, que lo que le ha sido posible obtener en el escenario de la guerra; por lo que, planteado el escenario y iniciado este, se abre una dinámica que condiciona el comportamiento de las partes, conduciéndolos hacia un obligado acercamiento en sus posiciones, aún cuando por momentos y por causas, motivos y razones reales o imaginarios, una de las partes o ambas, parecieran romper el proceso, o estancarlo momentáneamente o, por largo tiempo.
Un proceso de negociación puede ser anunciado o encubierto, ser secreto o público, con facilitadores y testigos o, solo entre las partes, en el mismo sitio de la confrontación o, muy lejos de el, con comunicados o silencios, pero en estos tiempos de expansión mediática, es imposible que pueda avanzar, sin que la opinión pública llega a enterarse de su existencia, sus progresos y retrocesos y sus posibilidades en el tiempo.
El tiempo de las negociaciones es un factor extremadamente difícil de determinar, aunque alguna de las partes o ambas presionen con el fin de colocar al contrario en una situación incómoda ante quienes reclaman resultados efectivos y definitivos del conflicto en el menor tiempo posible, por lo que su manejo impulsa la dinámica del proceso, acelerándolo, estancándolo o retrasándolo, dependiente de las circunstancias en que se desarrolla el escenario que motiva tales negociaciones.
Las negociaciones son un teatro en donde se vive un drama de vida real, el cual no tiene como pre-rrequisito la inacción de las partes, ni la omisión de iniciativas en el campo del contrario, ni esta sujeto a contraprestaciones que se relacionan con la solución definitiva del conflicto, por lo que los actores, hasta casi el final del proceso, seguirán declarando lo que favorece sus posiciones, sean para afirmar el acuerdo o negarlo, para reconocer su contraparte o negarla, sea para valorar el esfuerzo de la contraparte o descalificarlo con los mas duros términos.
Los resultados de las negociaciones, luego de iniciada ésta, no depende de exclusivamente de las parte contendientes sino también del comportamiento de otros factores exógenos y endógenos actuantes en el escenario de la confrontación que se quiere superar, el cual puede, deliberadamente o de manera circunstancial, influir sobre el curso mismo del proceso, independientemente de la voluntad de los factores principales.
En fin, las negociaciones son hoy, mecanismos imperfectos pero necesarios, de solución de conflictos, en los que la cultura de la tolerancia y de la convivencia, resiste a las fuerzas que en el seno de las sociedades y desde fuera de ellas, han promovido y seguirán promoviendo la guerra como medio de afirmar su poder sobre los pueblos y toda la Humanidad.
En la Colombia de hoy, para cualquiera que llegue al Palacio de Nariño o se encuentre al mando en las selvas del Caquetá o, en la Sierra Nevada de Santa Marta, las negociaciones son una necesidad inaplazable para su pueblo y Nuestra América. “O inventamos o erramos”.
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