En forma aplastante y definitivamente intolerable el capital está invadiendo, bombardeando, asesinando e imponiendo gobiernos en todo el mundo. Puede verse como las democracias no son el producto de la voluntad popular sino un requerimiento del poder hegemónico. Ni siquiera son los estados al servicio de este poder hegemónico sino virtualmente el mismo poder plutocrático quien pasa a la ofensiva y actúa. Unas pocas transnacionales lo controlan todo y lo determinan todo a su voluntad. Las elecciones terminan siendo la continuación por medios políticos de aquello que ya poseen por medios económicos. Detrás, por encima y en el centro de la invasión a Libia está ese poder hegemónico, calculando, sacando cuentas y ordenando.
Esta nueva plutocracia global va tras la disolución de los Estados-nación; unas veces haciendo propuestas ideológicas que tiendan a su reingeniería reduciendo su autoridad, su radio de acción y sus funciones, en otras –como en el caso Libia- destruyendo el Estado. En última instancia atándolo a los intereses de la estructura económica global. Colocando al Estado a su servicio más allá de lo que fue imaginable hace apenas unas décadas.
Globalización, superpoder económico y democracia representativa forman parte de este modelo promovido por las grandes centrales plutocráticas del poder económico mundial. El objetivo es alcanzar una gobernabilidad bajo sus designios en todo el planeta. Un itinerario planificado hacia un Nuevo Orden Global donde las nacionalidades y los estados no tienen cabida. Tampoco las especificidades culturales. Ese Nuevo Orden requiere de consumidores uniformizados. La producción a escala planetaria choca con las costumbres particulares de los pueblos del mundo. En otras palabras, el negocio global requiere de consumidores de hamburguesas o coca-cola –por sólo mencionar dos iconos del mercado- sin mayores hechos diferenciales que compliquen la homogenización.
Cuando vemos que cualquiera de estas transnacionales factura en un mes sumas mayores que el presupuesto de un año de más de la mitad de las naciones del mundo, no debería sorprendernos de qué lado está el poder de decisión en el mundo. Luego, cuando vemos como este poder inmenso va privatizando estados y reformando sus instituciones hasta ponerlas a su servicio, tampoco debería sorprender a nadie como usan su dinero para colocar en el poder a sus mercenarios o cómplices políticos.
En este momento, más el 75% del comercio mundial está bajo el control de unas 500 transnacionales. Este dato es aún más terrorífico en las economías de los países del llamado tercer mundo. No llegan a diez las transnacionales que controlan la mitad de las inversiones extranjeras en estos países. Preguntarse quién tiene el poder en el mundo es poco menos que estúpido.
Las conspiraciones que vemos contra nuestra patria no son sino signos de este poder plutocrático en acción. Ocurre que a veces sus acciones se hacen más de bulto. Se notan más. Tienen que salir a esa luz que tanto les disgusta. Sin embargo es la acción planificada, invisible y muchas veces inaudible de un poder altamente organizado que se empeña en sustituir el Estado-Nación por el Estado-Administrador a su servicio.
No es extraño que en el ojo de la tormenta el árbol no permita ver el bosque. En Venezuela -por ejemplo- el pueblo en forma intuitiva pero ingenua, mira hacia los agentes visibles de este poder omnímodo. La mayor parte de las baterías y esfuerzos revolucionarios están dirigidas hacia los payasos del circo y se obvian los dueños. Diariamente respondemos a los ataques grotescos de estos malos payasos de feria. Se colman los medios y espacios de que disponemos, de respuestas a las triquiñuelas de un Miguel Henrique Otero, Leopoldo Castillo o un Roberto Giusti. Lo mismo ocurre con los espacios televisivos o radiales. Muchas veces le hacemos propaganda a sus agotados espacios, otras tantas terminamos ofreciéndoles audiencia. En pocos casos -quizás ninguno- se reflexiona que estos payasos existen porque hay quienes les pagan, porque hay unos dueños del circo.
Detrás de la algarabía conjunta –la de los payasos de ellos y la nuestra- están los verdaderos amos del circo sin recibir siquiera el leve roce del pétalo de una rosa. ¿Existiría Aló Ciudadano sin las pautas millonarias de Movistar, El Palacio del Blummer, Banesco, Laboratorios Lilly o Automercados Gamma? ¿No puede decirse lo mismo de los grandes medios que tanta atención nos merecen? ¿Alguna vez se les ha identificado ante el pueblo? ¡No!
Lamentablemente hemos basado nuestras comunicaciones en ser reactivos, sólo atendemos a responder con relativo éxito el concierto de los canes ladrando. Detrás de ellos, tranquilos, plácidos y maquinando, están los verdaderos enemigos. No porque estos payasos miserables no lo sean, sino porque lo son en virtud del excelente negocio que les resulta el serlo. ¡Más nada! ¡Qué buen negocio es el antichavismo! ¡Sólo Leopoldo Castillo factura más de un millón de bolívares mensuales! ¡Este miserable sólo hace lo que le mandan! ¡Cuántas energías positivas perdemos embistiendo el trapo que la plutocracia marrullera nos mueve! Entre tanto, los amos medran agradecidos en las sombras porque -como los murciélagos- le tienen pavor a la luz!
Están llenos de dinero que usan para financiar conspiraciones; para sostener periódicos como el Nazional o El Uniberzal; televisoras como Globoterror; decenas de emisoras de radio y centenares de medios regionales. Con esa plutocracia asesina y grosera no puede haber compasión ¡No seamos pendejos! Estos a quienes atacamos cada día, acaso para satisfacer algunos egos o espacios mediáticos caracterizados por eso mismo, no son los verdaderos amos del circo. Ninguno de estos enemigos aparentes –los que dan la cara- lo serían sin los recursos que reciben. Sin esos mecenas no habría Globoterror ni MUD, ni muchachos de las universidades privadas haciendo bailoterapia, ni nada de nada. La inmensa mayoría de ellos desaparecerían como las sombras cuando el sol se levanta. Olvidarlo equivale a no tocarlos.
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