La última telenovela

Me parece perfecto salir de la telenovela que nos habían instalado en lo real, digo en la Avenida Francisco de Miranda, dominio de la derecha venezolana, tan sensible y excluyente que desde 1953 no pudo crear un vínculo con el pueblo sino modos y maneras aviesas de mentirle, manipularlo y mantenerlo allí, afuera, en los cerros, donde en 40 años lo aprendió todo sobre resistir, todo sobre sí mismo, todo sobre aquello que nunca lo representó. Qué bueno ir de manos de Lyl Rodríguez en este momento en que Venezuela cada día impone un nuevo horizonte.

Se acabó la telenovela de Granier y la insondable sabiduría del Concurso Millonario. Se acabaron los close ups matutinos de la Bicha. Se acabó la mediocridad de escritores sometidos a unas estructuras predeterminadas para sus historias, que más que censura fue pura puesta en escena del mal gusto y la discriminación social e histórica. Se acabó la arrogancia de este niño, Miguel Ángel Rodríguez, suerte de Zelig sin inteligencia, es difícil imaginar un ejercicio del periodismo con esas características, pero, no cabe duda, este es el personaje más logrado de la telenovela de Granier, cuyas huellas dactilares están plasmadas, tatuadas, fijadas en las del que te conté del Doctor Granier que de tanto ver a la OEA y la Comunidad Europea se quedó como los buenos soberbios sin sombrero y a pie.

Uno ve a Roberto Hernández Montoya y las cosas empiezan a estar mejor. Uno ve la capacidad creadora de nuestro pueblo y fuera que seamos bárbaros y caribes, ahí, en eso con un alma insurrecta e igualitaria nos atraviesa, reside nuestra fuerza, y acaso nuestro poder. Esta ultima telenovela de Granier no salía al aire, no era considerada ficción sino realidad, real. Sus más requeridos protagonistas, de lo que va del 2000 hasta hoy, en su despliegue mediático son Alfonso Pérez, que nadie sabe de dónde salió, otros que conocemos demasiado; otros más resistentes, Marquina, Antonio Ledezma, otros olvidados por las nieves del tiempo Pompeyo, Américo... En los momentos más dramáticos, en los extremos de la resistencia, aparece el siempre inefable Timoteo Zambrano, sin olvidar al candidato Manuel Rosales, que cual capo de la frontera rodeado de cavilleros o no sé quien, porque López Sisco está como las suplicantes esperando el visto bueno de Oscar Arias, sendo premio noble de la paz que está pensando en proteger uno de los personajes más siniestros de la policía venezolana. Mutatis mutandi, como dijo algún sabio.

Hubo una generación que decidió emerger en el espacio de los intelectuales sin quebrar un plato, siendo el primer niño de la clase del instituto Champañan o el Santiago de León Caracas. Estos intelectuales, curiosamente, aún siendo reproducidos con mezquindad, se plegaron a una relación con los grandes medios.

Muy cerca casi al lado casi confundiéndose con las vocecitas murmuradoras del Circo de Ferdinand entraron en escena y ahora se mantienen soberbios o ciegos, obcecados, defendiendo aquello que creyeron destruir. Van en fila ante Roberto Guisti, cuyo talento e inteligencia llegó a confundirme un poco, y van todos encorvaditos a rasgarse las vestiduras por Marcel Granier, o por la propiedad de sus empleadores.

Pero, como de costumbre, los intelectuales están en el último vagón, y aparecen al final de la escena cuando no queda más remedio.

Escritora


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Stefania Mosca


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