Lo real

Antes, acaso fue culpa de las ánimas benditas.

Antes, cuando el centro del relato fue el libro sagrado.

Pero hoy, sin ley ni centro, vivimos sumidos en un enlace de mensajes, en un simulacro de otros simulacros, donde debemos enmarcar nuestras angustias, nuestros deseos, en el espacio que desarrolla la matriz mediática del momento.

Antes, memoria y tradición eran contenidos inevitables para conformar y figurar lo real. Hoy, son ilusorios y cambiantes límites que aceptamos.

Pues es real lo que vemos. Lo que vemos y qué vemos: el reflejo de un reflejo.

Qué es lo real. Cómo es lo real, cuál es el relator, hasta dónde llega mi discernimiento, fuera del elemental ejercicio crítico de la comparación.

Adónde está el reflejo, el mapa de mi identidad, mis rasgos, mis particularidades. El espejo parece haberse roto y en cada fragmento vuelve a verse una parte casi imposible del reflejo único, del espejo primero.

Lo real, su reducto, su prueba más inmediata, es el cuerpo.

La crisis del espacio y de los contenidos crea una vuelta a la memoria y al cuerpo. Pero dolencias como la bulimia revelan el poco contacto con nuestra imagen que necesariamente diferirá de la modélica. Luego, debemos haber apreciado, que el cuerpo es aislado y coaccionado a través de las mediaciones que promueven el mundo del miedo, la soledad, la ilusión individualista: autoayuda, autofelicidad... etc...

No soy la primera en cavilar por estas señas, en Venezuela, poseemos la conciencia, con excepción de la clase media que muchos clasifican de disociada, de discernir entre las representaciones y preguntarse qué representa lo que representa.

Ya sabemos las probabilidades del juego. Somos libres porque hemos dejado de creer en el mundo mediático, en su dictadura banalizadora de tragedia o morbosa especuladora de catástrofes.

Lo real está aún tan lejos de los pueblos, que hace un año fue elegido Hamas con 70% de la voluntad expresa de los palestinos y, sin embargo, el empeño de Israel, su diplomacia preventiva que llaman, logró quebrar esa representación y darnos una fachada de lo real: la de un poco de fanáticos que, si a ver vamos, no sólo deberían encerrarlos tras un muro, sino olvidarlos de la humanidad.

Peligrosa convicción desde donde se ejerce el poder y se lo inscribe a través de la dictadura mediática en nuestras conciencias. Somos superiores, somos demócratas, somos los elegidos... No sé que son, pero han logrado volver a la guerra. Estamos lejos de lo real y lo que vemos es la banalización y tergiversación de los hechos. Y nos parece familiar, pero lo real: la conciencia de ser explotados y manipulados hasta llevarnos a la justa temperatura del consumo, eso hay que descubrirlo.

Reales son los sentimientos, pero esa es la materia más preciada de la dictadura mediática. Hoy, en el mundo global, ya no es necesaria la realidad, basta con la enunciación mediática para que revivan los odios o los fervores. Hay que ver lo que han sufrido lo ingleses con Lady D. Es el poder como espectáculo argumentando desde las zonas más sensible de lo humano, allí, es donde mejor se expresa la dictadura mediática y sus filiaciones.

La experiencia de lo real, la nueva experiencia de lo real la tenemos al masticar el chicle bubaloo, un huracán de sabor.

El espacio y el tiempo poco se consideran, se explaya el instante. Hacer del sexo o de la psicosis un evento cotidiano debe tener su heroicidad pero sobre todo, tratándose de los EEUU, es una buena ganancia.

La muerte, al parecer, es de lo más productiva.

Escritora


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Stefania Mosca


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