Carta a William Echeverría: ¡ Eso no se hace, William !

Pocas, muy pocas veces me refiero a nadie por su nombre, en tal medida cuido el respeto por el buen nombre y la imagen de la persona. Cuando lo he hecho es porque realmente su conducta hace inevitable su señalamiento. Hoy, realmente sorprendido, he asistido a uno de estos casos en los que se hace obligatorio señalar con nombre y apellidos al responsable de tal conducta.

Que una persona rechace la entrega de un premio entra dentro del derecho que cada quien tiene. Rechazar el premio Metropolitano al periodismo “Aquiles Nazoa” ha podido hacerlo cualquiera y eso no le resta ni le añade absolutamente nada al premio, aunque el sólo nombre de Aquiles o Matías haya debido causar profundo respeto. Hacerlo del modo en que lo hizo William Echevarría es repugnante y me perdona William. Siempre he tenido por él un gran respeto. Siempre he pensado que su ejercicio del periodismo –a pesar de que su actitud política no sea la mía- ha mostrado más profesionalismo que vísceras. Lo que hoy hiciste da mucha pena, amigo William.

Presentarse en el salón donde se entregaba el premio acompañado del equipo de cámaras de Globovisión para que la humillación –no al premio, William, no al premio, sino a tus colegas, a la viuda de Aquiles y al pueblo que allí estaba- fuera teatral y completa es inaceptable. ¿Rechazar el premio?, ¡vale!, humillar o intentar hacerlo con tus colegas es detestable. ¿Sabes por qué, William?, porque previamente acordaste con tu patrón (por más que seas Productor Nacional Independiente) el montaje del show. Porque tu maquiavélico patrón, Alberto Federico Ravell, te escribió el guión y a ti te importó un comino la dignidad de tus colegas.

Si tu renuncia al premio hubiese sido por iniciativa propia y no parte de un show, habrías comunicado tu voluntad al presidente del jurado y listo. Una llamada telefónica habría bastado, William. El jurado habría comunicado tu voluntad y aquí no ha pasado nada. ¡Total, ya Jean Paul Sastre, lo hizo nada menos que con un Nobel!, pero, no me jodas, William, tu no renunciaste al premio, tú te llenaste los bolsillos y el corazón de excremento y fuiste allá a tirarlo a la cara a tus colegas.

¿Dónde queda tu discurso de “reconciliación”, William?, ¿dónde tu “equilibrio”?, ¿fuiste a celebrar con tu patrón luego del “éxito” alcanzado?, ¿estabas enterado de que tu patrón –autor de libreto- le montó la musiquita horrible esa parecida a la de la película “Tiburón” a tu actuación por Globovisión?, ¿hasta que punto te has enfermado, William?, ¿o es simple cálculo lo que te impulsó a darle esta bofetada a tus colegas?

Aprovecharse de un momento para asestar una puñalada trapera a tus colegas dice muy poco de tu condición humana. Terminaré esta triste carta con unos versos del poeta Rafael De León, con alguna palabrita aquí y otra allá para que tenga sentido: “vive cien años contento y que a la hora de tu muerte, Dios no te lo tenga en cuenta, que si por cuatro reales, mi nombre se te olvidó, ¡por la gloria de mi madre que no te guardo rencor!. Ve con Dios, William, ve con Dios.


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Martín Guédez


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