Los mecanismos de control del imperio operan por medio del lenguaje. Erróneamente se ha creído que son los medios de comunicación los principales instrumentos para la dominación transnacional cuando en realidad estos son meros portadores y difusores de mensajes construidos estratégicamente para la dominación ideológica.
Si ya Ramonet nos había advertido en 1998 que vivimos bajo una “tiranía de la comunicación”, esta opresión mediática no sería posible sino a través del lenguaje. Nuestro país, como muchos del llamado Tercer Mundo, fue sistemáticamente intervenido a través de la más sutil y efectiva forma de intervención: la dominación discursiva. Desde muy pequeños a través de la televisión y el cine, principalmente, recibimos una buena dosis de intervencionismo lingüístico. Ello, pues la “macdonalización” del mundo ha operado gracias a los grandes medios de comunicación y la industria del entretenimiento, pero fundamentalmente a través de los discursos contenidos en sus soportes.
Hoy en día, nos hemos percatado de otra terrible y efectiva forma de intervencionismo y dominación: las grandes corporaciones trasnacionales. Tradicionalmente se creía que su objetivo era “el gran público” a través de sus productos masivos: desde pastas dentales hasta películas de acción. Sin embargo, la experiencia del boom petrolero venezolano de principios del siglo pasado nos enseñó que su primer objetivo fue establecer una sutil tiranía ideológica (lingüística o discursiva) sobre sus trabajadores.
El capitalismo salvaje y el expansionismo imperial de empresas transnacionales norteamericanas permitió a través de la historia la intervención primaria de los trabajadores, a sabiendas de que estos incidirían en sus áreas de influencia: familia, amigos y comunidad. Por eso los grandes centros de trabajo (industrias, comercios y el campo) fueron sitios de lucha revolucionaria, no sólo para reivindicación de sus empleados y empleadas sino también de liberación ideológica de los pueblos, a sabiendas de la opresión que los grandes capitalistas ejercían sobre su masa trabajadora.
El propio presidente Chávez denunció esta situación con el caso de la transnacional Exxon, la cual, durante sus operaciones en Venezuela, exigía a los trabajadores “hablar inglés”.
Pero un caso realmente lamentable ocurrió con la otrora Compañía Nacional Teléfonos de Venezuela, Cantv, la cual luego de su privatización inició un vertiginoso proceso de “norteamericanización” entre su personal.
Este terrible intervencionismo cultural recibió un gran revés cuando el Estado venezolano, en una decisión soberana, emprendió la recuperación de la empresa Cantv.
No obstante, nos damos cuenta de que no bastó el esfuerzo financiero y político que significó salvar “nuestra” Cantv, sino que también nos percatamos de los efectos nocivos que tuvo la ideologización que se emprendió sobre sus trabajadores durante el proceso de “empresa” dominada por una corporación transnacional.
Cuesta pensar que trabajadoras y trabajadores de Cantv, en su gran mayoría venezolanas y venezolanas, rechacen abiertamente la campaña emprendida por la nueva administración al intentar, en un gesto tal vez ingenuo de nacionalismo, rescatar el uso de la lengua castellana en el proceder cotidiano de la corporación. Una empresa recuperada por el Estado que intenta insertarse en el proceso revolucionario que vive el país, luego de largos años de explotación financiera, pero también de intervención ideológica.
“Dilo en castellano, dilo con orgullo” es el leit motiv de una campaña que intenta entre su personal recuperar el uso de la lengua materna en la empresa. No se trata simplemente de sustituir mouse por “ratón” en el lenguaje informático de los trabajadores. Eso además es imposible. Se trata de recuperar una identidad nacional perdida entre las redes del intervencionismo corporativo transnacional.
Por ello, no debe extrañarnos que medios de comunicación nacionales e internacionales (El Nacional y Reuters, por ejemplo) se hagan eco de esta medida y la tilden de amenaza, estupidez o cualquier cosa que esté lejos del espíritu para lo cual fue diseñada. Las empresas transnacionales andan juntas, se entienden y, por supuesto, se defienden ante las amenazas que atentan contra sus intereses o los de sus lacayos.
El nuevo reto que habrá de enfrentar el gobierno no es sólo la recuperación de empresas sino el rescate de la identidad nacional totalmente perdida entre sus trabajadores.
*Antonio Núñez Aldazoro es profesor de Lengua y Literatura de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Central de Venezuela (UCV)
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