En estos días, recordamos las sublevaciones militares con apoyo civil de 1962, probablemente los hechos históricos recientes menos analizados, quizás porque fueron dirigidos en contra de un estamento partidista que dominó el escenario político durante cuatro décadas y del cual aún existen reminiscencias o destellos de lo que fueron y, también, porque una gran parte de sus participantes civiles desertaron; asomaron sus rostros revolucionarios, pero lo ocultaron apenas la realidad les exigió firmeza y desprendimiento.
El Carupanazo y el Porteñazo fueron apoyados por una izquierda civil, en su mayoría, sin contextura moral revolucionaria, como se demostró en el transcurrir del tiempo en que se convirtió en pasto de la derecha; de no haber sido así, habría triunfado también con las rebeliones de 1992. Hoy anda como fantasma dando traspiés en la oscuridad de la política cenagosa. Los militares de esas dos rebeliones, por el contrario, siguen simbolizando la pureza de aquellas gestas revolucionarias.
Si algún momento excitante podría producir el triunfo de la derecha en Venezuela, sería presenciar cómo devoraría a sus ocasionales aliados de hoy como un gavilán engulle a una culebra en el llano. La derecha en ninguna parte del mundo perdona, su instinto conservador o destructor la hace inconmovible, su único socio real posible es la extrema derecha, como están unidos hoy en la Israel de Netanyahu, es la fusión de dos almas afines y sensibles, como las de Jack el Destripador y Augusto Pinochet.
La posición de derecha de parte de la sociedad venezolana se debe fundamentalmente a la influencia de los medios de comunicación social, cuya tergiversación de la realidad responde a un sistema de información ordenado. Una parte importante de la clase media, por ejemplo, ignora lo que está ocurriendo en Venezuela y no se detiene a pensar que el fenómeno de transformación del sistema político y económico no es solamente venezolano, sino de la gran mayoría latinoamericana, que está siendo observada por muchos países en el mundo y mantiene aterrada a la derecha universal, como la española, donde Franco dejó un panel de hiel fascista que se niega a sucumbir.
Abogado