La suerte de las emisoras que el Gobierno
Bolivariano ha por fin decidido montar en ley, no las determina la casualidad
ni tampoco la “intensión de acallarlas”, ellos son los principales
responsables de su destino porque no han cumplido con lo establecido
en la legislación vigente. Entonces es cuando el virus de la desinformación
se riega en la atmosfera viciada del espectro a las que las empresas
privadas de comunicación nos tienen acostumbrados colocando esa circunstancia
en la banal idea de la “violación a la libertad de expresión”.
Nos acostumbraron a escuchar pasivamente
la voz de lo que mejor pensaron los dueños de las empresas de comunicación
bajo una velada y supuesta libertad de expresión, siempre se negaron
a abrir esos micrófonos al pueblo, nos habituaron a escuchar una radio
pasivamente enunciativa y denunciativa, escudadas muchas veces sobre
los “supuestos hechos” eludiendo responsabilidades activas.
Ante ello la comunicación comunitaria
se propone la posibilidad que las comunidades sean actores activos donde
los protagonistas del hecho comunicacional no sólo asuman responsabilidades
frente al micrófono sino de una realidad transformadora en la
acción comunal. En términos sencillos que lo denunciativo adquiere
un asunto concreto de responsabilidad social cuando los denunciantes
de un problema se encuentren en medio de las soluciones a ese problema
y ayudan a resolverlo y no en una actitud meramente enunciativa. Es
lo que llamamos intermediación activa.
Esa es la gran diferencia de la comunicación
comunitaria que es esencialmente una radio o una televisora con vocación
local en la que los actores del hecho comunicacional son agentes
activos de esas comunidades y están conectados a los usuarios no sólo
a través de las transmisiones sino en las propias localidades haciendo
labor comunal.
La comunicación comunitaria transita
un proceso donde algunos se han contaminado con el hecho “politiquero”
en la que algunos actores sociales han intentado utilizarlas como negocio,
para hacer proselitismo a favor de una u otra corriente, en algunos
casos bajo la escusa de la “libertad de expresión” como aldabón
de la democracia. Es una situación que deben entender con claridad
directivos y dirigentes a hora de establecer debates políticos
éticos y discusiones de altura sobre temas políticos y no sobre la
base del oportunismo, la descalificación personal, la demagogia que
es lo que prevalece en la contracultura generalmente usada por el oposicionismo
de derecha
Recordemos que estamos saliendo de un
modelo de país en la que las empresas privadas de comunicación han
formado dañinos hábitos en la audiencias públicas, que el modelo
socialista de comunicación debemos hacerlo desde una nueva visión
ética, ese modelo democrático tenemos que construirlo desde nuestra
propia experiencia trascendental.
La pregunta que nos hacemos,
como reflexión es sobre el movimiento de medios comunitarios y alternativos
en Venezuela pasa por interrogarnos críticamente si hemos avanzado
en el camino de darle la palabra al pueblo, si hemos ampliado nuestras
audiencias de usuarios y usuarias para hacerle frente al terrorismo
mediático que a diario las élites comunicacionales privadas
someten al país en los más oscuros y crónicos propósitos demenciales
por socavar las bases de la Revolución Bolivariana.
Una tradición de sobre 80 años de práctica comunicacional en la que los distintos gobiernos entregaban a las empresas privadas de comunicación, desde las tímidas concesiones de Juan Vicente Gómez hasta la repartición de licencias para operar frecuencias radioeléctricas a los “amigos” (empresarios privados) del partido o de los partidos de la Cuarta República, para administrar y controlar el espacio radioeléctrico.
Durante casi un siglo
se ha formado una casta de negociantes y mercaderes que trataban de
sostener las estructuras políticas de un estado en franco deterioro,
corroído por la corrupción y la desidia, a veces de manera descarada
otras veces veladas escondidos tras una supuesta cortina de independencia
política para sostener los pedazos de gobiernos que se desmoronaban
bajo la tutela del imperio, actuando siempre de manera solapada y soterrada.
Ese modelo debe terminar
no sólo para dar paso a un nuevo y más digno modelo de comunicación
sino para permitirle al país un espectro radioeléctrico donde circule
información veraz y oportuna, donde la crítica responsable y constructiva
sustituya la de no asumir responsabilidades hasta por hacer silencio
antes realidades de facto que deben ser reflejadas en las realidades
simbólicas de hechos constatables.
Es difícil creer que
las empresas privadas de comunicación vayan en algún momento
a asumir posiciones justas y dignas, cónsonas con la Constitución,
porque sus condiciones originarias y las doctrinas políticas que las
guían están en contradicción con los valores que nuestra carta magna
propone. La confrontación se hace más ejemplar cuando se aplica la
ley y la letra constitucional se hace viva realidad, mientras que con
las Constitución del 1961 durante los años de su vigencia fue letra
muerta y solo se aplicaba cuando favorecía los intereses de los
grupos de poder económico y a los cogollos del poder político.
En fin es devolverle
al pueblo venezolano el derecho de tener un espectro radioeléctrico
sano donde circule información edificante y se haga crítica responsable
bajo el criterio de una intermediación activa que de manera sostenida
irá construyendo una nueva y mejor comunicación en esta República
Bolivariana de Venezuela