El debate que se ha dado o se está dando con centro en el camarada Mario Silva, es en sí pertinente. Tiempo atrás, escribimos dos o tres artículos acerca de lo que llamamos “la estrategia comunicacional del gobierno”. En ellos opinamos que nos parecía tácticamente desacertado dedicar programas diarios y bastante largos, casi exclusivamente a comentar cuanto se decía en el canal de Ravell. Aparte de publicitarlo y hacer de nuestra gente como usuario obligado del mismo, era un colocarse detrás del enemigo. Siempre a la defensa de lo que aquel inventase o tergiversase. Ellos marcaban el ritmo y esencia de los asuntos a discutirse. Eran lo original y los nuestros la comparsa.
Vladimir Acosta, en una oportunidad dedicó parte del tiempo de uno de sus programas a hablar sobre eso mismo. Del mismo modo en algún momento otros hicieron iguales observaciones.
Pasado el tiempo, pese la ágil, fresca y valiente participación del grupo de periodistas y camarógrafos de Ávila TV, reaparece el debate sobre el qué hacer de los programas a favor del proceso revolucionario.
En estos días, de repente comenzaron a aparecer artículos en Aporrea.Org, objetando el formato del programa “La hojilla”, estilo, lenguaje de su conductor, hasta la periodicidad y tiempo del mismo. Pero también, unos cuantos han escrito en defensa. Lo que revela que uno puede opinar pero no creerse propietario de la verdad. Mientras decimos lo que pensamos hay que dejar espacios para que ésta florezca y para ello a la duda.
Personalmente pienso que una discusión con participación de las bases, del común de la gente, aunque se escriba “de manera repetitiva”, como sentenció alguien, refiriéndose a quienes escribimos en Aporrea, ofendida porque Mario Silva se refirió equivocadamente a ella, sobre el asunto comunicacional, tomando como referencia un programa, es una cosa maravillosa y vale la pena celebrarlo.
Me parecería muy saludable que a uno no le tentasen los conductores, mientras ve un programa de los nuestros, a aferrarse al control del televisor para cambiarse al canal opositor donde tres personajes segados y sesgados por el odio y la mediocridad, hacen cometarios de mal gusto, porque se percibe que los primeros tienen sintonizados a los segundos y comentan lo que estos dicen.
Adecos y copeyanos, generalmente eran estoicos en aquello de ignorar lo que dijésemos. De esa manera nos hacían pasar desapercibidos, como invisibles.
Es natural que se atienda los debates que se dan en la calle y en todos los rincones; es mas, estamos obligados a impulsarlos. Informar sobre las bondades de Ley de Educación es obligación y necesidad. Como lo es desmontar los argumentos falsos o inventados sobre ella con el fin de predisponer la opinión; pero obsesionarse con un personaje, un programa o un canal de televisión, más que con la opinión y la verdad misma, es como un encadenarse a ellos y hacer de los nuestros sus obligados usuarios, escuchas o lectores.
Es lamentable además que el debate se deslice hacia lo personal, al intercambio de frases o conceptos que no contribuirán a corregir lo que creemos un error o fortalecer lo que nos luce acertado, sino a herir.
Este estilo generalmente conduce a romper la comunicación y cerrar toda posibilidad de diálogo. Debemos partir, de lado y lado, que a todos, siendo revolucionarios nos anima la buena fe, sobre todo en esto de mejorar el arsenal para el combate.
La presunción es ajena a quien está obligado a practicar la autocrítica y poner atención a las opiniones ajenas, sobre todo cuando ellas recogen el sentimiento colectivo. Pero quien critica, sobre todo a un compañero que convencido está que hace una eficiente tarea, debe hacerlo de manera respetuosa y atendiendo la esencia del problema, sin adornarse de rosas o espinas, que edulcoren o hieran la sensibilidad del criticado.
Todos los revolucionarios, sobre todo quienes tienen alta responsabilidad, incluyendo al presidente, deben estar en disposición de criticar con sensatez y respeto; pero también admitir que se les critique. Porque lo que dicen y hacen, como obra humana, de por sí es perfectible y las consecuencias que de ellas se deriven nos atañen.
Nuestros medios y conductores de programas tampoco deben sólo alumbrar hacia fuera, mientras que adentro nos atosigan de una densa oscurana.
El manejo de los medios, ahora cuando hablamos de guerra de cuarta generación, es de una importancia que va mucho más allá de lo que uno, pobre mortal con sus peculiares limitaciones, puede valorar. Si mal les usamos podemos convertirnos en algo más peligroso que mono con hojilla.
Los manejadores de Globovisión y de centenares de medios opositores, son eso, de manera muy conciente y deliberada, monos con hojilla.
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