Llegué a Barrio Adentro como quien tiene la suerte de equivocarse en
una calle y cruza a la izquierda solo para encontrarse con un paraje
bien bonito. El año pasado quedé embarazada de mi segunda y tardía
bebé. Una niña testaruda que tuvo la sabiduría y paciencia de esperar
que sus papás regresaran a esta tierra de gracia para venir al mundo.
No hay un mejor lugar para nacer que en un país joven, lleno de
esperanzas y con ganas de romper con antiguos esquemas opresivos y
valores desfasados. Mi bebé sabia eso antes de venir, por eso se demoró
ocho largos años en llegar.
Ya había parido a una niña preciosa en un lugar horroroso. Mi embarazo
y parto fueron de antología. Después de una serie de malos tratos y
negligencias, que no voy a enumerar para no parecer una madre necia y
quejica, nació Daniela, mi hija mayor, que ahora tiene ocho años. Nació
en los Estados Unidos, donde el derecho a la salud no es un derecho.
Donde aun pagando una pequeña fortuna en seguros privados, no puedes
comprar un trato digno y mucho menos humano.
La vida de mi bebé dependía entonces de que una gran empresa
aseguradora aprobara una cesárea de emergencia que nunca se hizo porque
la parí, contra viento y marea, una hora antes de que llegara la
aprobación, veinticuatro horas más tarde de que se hiciera la
solicitud, repito, de emergencia. A la compañía de seguros no le
importaba el destino de mi bebé. Para ellos nosotras éramos solo una
estadística más. A mi doctor tampoco parecía importarle, quien paga su
sueldo es la aseguradora y con eso el pagaba su BMW.
Eso si, fue en una clínica lujosa, con una habitación de princesa,
enfermeras de colores alegres y caras enfurruñadas; después supe que
más por frustración que por otra cosa. Ellas sabían el riesgo que
corríamos mi bebé y yo, incluso una de ellas, sejugo su puesto y le
gritó al doctor: ''mi paciente esta sufriendo mientras usted duerme en
su casa.''
Gracias a la vida, todo salió bien. Daniela es una niña normal. Más que
normal, es maravillosa. Se los dice su mamá.
Después de esa y otras experiencia menores en el sector salud mayamero,
salimos despavoridos de ese país de anime y cartón y nos mudamos a
España. Allí vimos como se empezaba a desmoronar el desenfadado estilo
de vida español. Observamos con tristeza, como a los españoles les han
ido desmantelando poquito a poquito, de una manera casi imperceptible,
su tan apreciado sistema de seguridad social. Todavía los médicos
tienen ética, aún son humanos, pero, sé porque ya lo he vivido antes,
que van irremediablemente hacia el modelo americano. Tomará algún
tiempo pero llegará. Ese es el precio a pagar por ser miembro de la
Comunidad Económica Europea. Por eso Gabriela, mi nueva bebé no quiso
nacer en otro país, por más primermundista que fuera.
Unos meses después de llegar a Margarita, los chipi chipis y guacucos
surtieron efecto y quedé embarazada por segunda vez. Como acababa de
llegar no tenia idea a donde ir con mi embarazo sorpresivo. Una amiga
me recomendó al Dr. Cogorno. Su consultorio quedaba en la Clínica
Libertad, en el tristemente abandonado centro de Porlamar. Al llegar
allí sentí ganas de salir corriendo; era un edificio viejo, en una
calle medio abandonada, las escaleras para el segundo piso eran de
madera inflada y pandeada por el sol y los años. Yo nunca había estado
en una clínica tan fea. Comparada con la de Miami, con sus palmeras
imponentes en la entrada, flores de todos colores y gramita demasiado
verde para ser cierta, portones de cristal, olor a nuevo, sala de
espera con cafetera expresso... Me dejé llevar por los prejuicios que
tenemos enquistados y que solo a trancazos van desapareciendo. Pensé
que el tal cogorno (con minúscula y sin doctor) debía ser un pirata.
¿Qué médico de prestigio iba a atender a sus pacientes en un lugar
listo para ser demolido?
Como no tenía muchas opciones, como estaba aterrada, como no sabía que
hacer con una barriga a los cuarenta y dos años; subí, me senté y
esperé. Desde mi silla plástica medio desvencijada, que crujía apenas
me movía, vi llegar a un ‘’muchacho’’, como de mi edad, que entró como
Pedro por su casa. Supe al instante que era el doctor. No llevaba bata,
nunca las usa, pero tenía manos de médico y cara de buena gente. Pensé
que quizá no sería tan malo. Pensé mal.
No era tan malo, era buenísimo. Tuve la inmensa suerte de caer en manos
del mejor doctor del mundo. Esto no lo digo por el ciego agradecimiento
de una madre víctima de sus hormonas, y en nada es mi afirmación
exagerada. . Me dedicó más de una hora examinádome, mientras me hablaba
como si fuéramos viejos amigos. Yo, que había llegado allí llena de
dudas, aterrada con mi nueva situación, salí de su consulta feliz de
volver a ser mamá; convencida que no había un mejor momento para tener
otro bebé y tranquila porque sabía que Arnaldo, ese es su nombre de
pila, pondría tanto interés en sacar mi embarazo adelante como yo.
Era tan buen doctor que no necesitaba el maquillaje del consultorio con
paisajismo en la entrada, alfombras mullidas, hilo musical y capuccino.
Además de doctor, descubrí que era chavista, rojo rojísimo,
revolucionario apasionado. Una persona honesta, consecuente con sus
ideas, muchas buenas ideas, que nos las regalaba en sus artículos en el
periódico y en su programa de radio. Me convertí en su paciente,
lectora y fan. Arnaldo, además, es es coordinador general de Barrio
Adentro en el estado Nueva Esparta.
Así entré en contacto con una de esas misiones que nosotros, los de
clase media, nunca consideramos que nos servirían de algo. Primero fue
mi mamá con mil dolores y mil consultas a cuestas pero sin ningún
diagnostico. Allí la trataron con cariño, paciencia y dedicación todos
y cada uno de los doctores que la vieron. Le hicieron sopotocientos
exámenes sin que tuviéramos que pagar ni un centavo. Y le dieron su
diagnostico, tratamiento y tranquilidad. Una señora mayor, sin muchos
recursos, agradece saber que tiene un servicio de salud humanizado al
cual recurrir cuando los achaques achaquen.
Después le tocó a mi bebé. No ha sido mucho, porque es una bebé sanita,
pero descubrí que en las clínicas bolivarianas los vacunan gratis, sin
tener que hacer colas agobiantes, en hospitales saqueados y ruinosos.
La Clínica Nueva Esparta de la Asunción es mas bonita y mejor dotada,
que cualquier centro privado de la isla. Los doctores y enfermeras son
personas dedicadas, eficientes y amables. Nunca me encontré con esas
malas caras de empleado público insatisfecho que solían ser la norma
años atrás.
Mis amigas y familiares del otro lado de la talanquera piensan que soy
una irresponsable, que Arnaldo un cubano que finge ser venezolano, que
los cubanos no son médicos, que son espías, que las vacunas son
defectuosas y que en algunos casos utilizan a nuestros niños como
conejillos de indias con drogas experimentales, Que nos lavan el
cerebro con técnicas cubanas cada vez que llevamos a las niñas allá,
que en fin de cuentas es mentira porque Barrio Adentro no existe.
Yo les digo que lo que no existe, por lo menos en mi casa, es la póliza
de seguros que tenía que pagar todos los meses. Que ya no pre-pagamos
posibles tratamientos para posibles enfermedades. Que ya nadie va a
negociar con la salud de mi familia.
Solo tienen razón cuando dicen que si voy a Barrio Adentro es que soy
una pelabolas, es verdad, y yo me alegro que haya un servicio de salud
digno para los pelabolas como nosotros y para todas las personas que
pelan mucho más que yo.
¡Salud!
tongorocho@gmail.com
carolachavez.blogspot.com