Nacionalización de las Ópticas Caroní ya!!!

Misión milagros para los escuálidos

La semana pasada celebré la octavita de carnaval en la Clínica
Bolivariana Nueva Esparta con mi bebé de cinco meses. Mi gordita se
disfrazó de enfermita y yo de mamá preocupadísima. La fiesta duró seis
días, hubo muchos invitados, doctores y enfermeras, terapeutas de
respiración, trabajadoras sociales, epidemióloga, señoras de
mantenimiento y vigilantes de seguridad. Jamás pensé que se podía
celebrar de esa manera tan extraña.

Me dirán desnaturalizada, por referirme con tanta alegría a una
situación tan difícil, pero es que no tengo otra manera de hacerlo. En
medio de todo fue una vivencia llena de felicidad.

Hace doce, cuando me fui de Venezuela, era impensable recurrir a un
hospital público y encontrar ayuda, no por falta de voluntad de quienes
allí trabajaban con las uñas, sino por la irresponsabilidad y egoísmo
de quienes gobernaban y administraban el dinero publico como si fuera
propio y en lugar de equipar hospitales, equipaban sus casas en Pompano
Beach.

Pues aquí estoy yo, doce años más tarde, pellizcandome para convencerme
de que no estoy soñando. Yo he vivido en diferentes países, en América
y Europa, en todos he tenido la ocasión de enfermarme y conste que no
soy hipocondríaca. Mi experiencia en los estados unidos solo se puede
calificar como pesadilla. En España fue mucho más humana pero con sus
limitaciones, debido a mi procedencia, que en muchos casos molestaba a
mis compañeros pacientes, y a uno que otro trabajador que consideraba
que yo, sudaca, le estaba quitando el puesto a algún enfermo nacional.

Enfermarse lejos de casa es terrible, no sabes si moco se dice moco,
tampoco como se llaman aquellas gotitas que todas las mamás conocen,
todas menos yo, que no soy de allí y que solo sé que en mi casa se
llamaban Atroveran. Enfermarse en Venezuela, según mi experiencia era
mucho peor: una entrada en emergencia requiere un desembolso que muy
pocos pueden cubrir, una hospitalización es una hipoteca a veinte años
y un seguro privado es una mesa con diablitos, sardinas enlatadas y
nada más.

Antes ir a la Nueva Esparta, pasé por una sala de emergencias privada,
porque el pediatra de mi gorda estaba haciendo guardia allá. Llegué con
los pelos parados, verde de la angustia con una bebé amoratada porque
no podía respirar. Amablemente me invitaron a pasar por caja primero;
mientras mi gorda se tornaba azulada, la encargada tomaba los datos de
mi tarjeta de crédito. Una vez verificado todo, por fin me dirigió una
sonrisa complaciente y me dijo: señora es niño está muy mal.- Niña, es
una niña y se esta ahogando mientras tu jurungas mi cartera- me provocó
gritarle pero no tenia tiempo ya que el pecho de Gabriela silbaba como
un turpial.

Salimos nebulizadas y desplumadas y con la certeza de que no podíamos
pagar un solo tratamiento más. Esa misma noche corrimos amoratadas a la
Clínica Bolivariana. allí tomaron a la bebé de mis brazos, la examino
pediatras y especialistas, decidieron hospitalizarla y curarla sin
revisar mis bolsillos, sin fijarse en mi apariencia de mamá clase media
que quizá puede pagar. Seis días, muchos millones que no tenia y que no
me iban a cobrar, tres comidas cada días, muchas medicinas, muchos
exámenes, una habitación para nosotras solitas, limpia, ordenada y
cómoda, todo cortesía de un hombre que comprendió que todos tenemos
derecho a la salud.

Mis amigos al enterarse de la noticia me llamaban preocupados, no tanto
por la bebé como por el hecho de que yo, irresponsable y loca, la había
internado en Barrio Adentro.
Mi comadre al enterarse de dónde estaban cuidando a su tocayita me dijo
con rabia: ojalá que se muera el coño de su madre ese. ¿Por qué no
habrá en Venezuela alguien valiente, como esos árabes, que se cargue de
dinamita y se explote al lado de ese hijo de puta? Yo como llevaba
varias noches durmiendo poco, solo supe responder que yo estaba
agradecida con el coño de madre ese y que votaría el resto de mi vida
por cualquier hijo de puta como él. No me llamó más...

Los padrinos de mi gorda vinieron a visitarla, entraron al hospital.
Tenían los ojos abiertos, lo se porque no se estrellaron contra ninguna
de las paredes, llegaron solitos a la habitación, supuse que habían
observado como cuidaban a su ahijada, pero no. Están ciegos, no vieron
nada. Salieron despotricando del gobierno sin hacer ninguna mención a
lo que acababan de mirar.

Recibí más llamadas de advertencias que de apoyo, mas reproches que
palabras amables. Entonces se me ocurrió una idea: misión milagros para
esos ciegos, nacionalización de las ópticas Caroní, transplante de
corneas traídas de Cuba y si sirviera de algo, transplantes de corazón.


carolachavez.blogspot.com
tongorocho@gmail.com


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Carola Chávez

Periodista y escritora. Autora del libro "Qué pena con ese señor" y co-editora del suplemento comico-politico "El Especulador Precóz". carolachavez.wordpress.com

 tongorocho@gmail.com      @tongorocho

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