Unas Fuerzas Armadas pajúas

Exigimos que se prohíba en radio y TV la lectura de la prensa escrita

¡Qué tal, camaradas! Como siempre pensando, escribiendo, tratando de aportar donde podamos y donde nuestro gobierno y nuestro partido nos lo permita. Ah, y que lo permita Aporrea y ustedes nos den el privilegio de leernos.

Si los camaradas de Aporrea me lo permiten apreciaría dejaran como cintillo superior en mis artículos, para ver si tiene efecto, este clamor: Exigimos que se prohíba en radio y TV. la lectura de la prensa escrita. Que sería un frenazo a la canalla mediática.

Me parece, y creo que para los revolucionarios, hasta para los escuálidos, que ha sido un éxito la propuesta del presidente Chávez para la interpelación en la Asamblea del Vicepresidente y los ministros.

Pero estaremos de acuerdo, sin pasiones, y en eso no nos acompañarán los escuálidos, que nos anotamos un exitazo con la participación de nuestros ministros y sobremanera el vicepresidente Jaua.

Para mí, ya lo destaqué en un artículo, me ha ido sorprendiendo la madurez política del joven Jaua. Se entiende que inteligencia le sobra y el presidente Chávez lo calibró dándole varias oportunidades de gobierno hasta que, tomando tribuna, se ha transformado en un excelente y claro orador.

Ante cada intervención agresiva –como es su característica– de los diputados de oposición, con una buena oratoria, se les opuso una contundente respuesta ministerial.

Lo único es que por más que se les explique lo que sea bueno jamás lo aceptarán.

Pero la cagada fue que, luego de escuchar una participación balanceada, un diputado de oposición y uno socialista, nuestros diputados –y la directiva– dejaron que participaran 6 diputados de oposición seguiditos. Y tuvimos que calarnos estupidez tras estupidez, sin pataleo. Hasta que por fin Aristóbulo cerró y anotó con un jonrón solitario… y ganamos.

Pero el motivo de este breve artículo, su título, es destacar que las Fuerzas Armadas venezolanas de la cuarta república era la negligencia del patriotismo, eran patrioteristas.

Era una casta aristocrática: cómo costaba que un militarzote viera a los civiles con respeto, con decencia. Había que “cuadrárseles” como se dice en el argot militar. La distancia era muy larga.

Ocurría con los meritócratas de la Industria Petrolera que, en el plano de la ingeniería, por ejemplo, donde me desenvuelvo, nos veían a todos por encima del hombro. Y lo cómico es que no hacían un carajo, no proyectaron nada, no inspeccionaron un coño.

Todos los proyectos y las inspecciones de las obras estuvieron en manos de Consultoras que se enriquecieron explotando ingenieros venezolanos y extranjeros que nos sustituyeron, porque era una suerte de tener un apellido extranjero –como los meritócratas– para los que pudieron participar en una obra importante.

Muchas consultoras hasta pasaron a grandes empresas del negocio petrolero. O en manos de un pool de empresas contratistas que negociaban entre ellas las licitaciones, amañadas con conchupancia meritócrata.

Aquellos militares, ya en los grados superiores, tenían que jalar bolas para los ascensos. Se cuenta de algunas sinvergüenzuras que pena en el recuerdo dan. Por cierto que a la mayoría, en especial de los estratos económicos superiores, les encantaba tener “una cachucha” de amigo para que, entre muchas cosas, les dejaran pasar sus contrabandos, de todo tipo, género y cantidad.

Alentaban aquella vejante opción del “servicio militar obligatorio” para capturar y avasallar a los pobres muchachos del campesinado o de las barriadas, en operaciones de captura. Y viendo su comportamiento elitesco de vida, usando jóvenes que maltrataban y que para disciplinarlos, y luego para que les pintaran las casas, le hicieran las parrilladas y actuaran como mesoneros.

Y por eso entendimos porque se llamaba “servicio” militar. ¡Eso se acabó!

Los militares forman parte de nosotros, son como los civiles.

Siempre recuerdo cuando comenzó el Plan Bolívar 2000 y unos colegas del proceso fuimos a ponernos a la orden para colaborar con la ejecución de obras, a conciencia de que esos militares no sabían nada de eso. El general que nos atendió –no habían dado el golpe– nos trató displicentemente hasta que tuve que decirle que yo era un general, ante su asombro le acoté que si el tenía 28 años de graduado y era general, yo tenía 32 años de ingeniero por lo que también era un general… de la ingeniería.


edopasev@hotmail.com

Luego, dicen que le detectaron un trajincito, o trajinzote con las contrataciones acompañado con su ayudante y su secretaria, pero en eso muy de militares –no sé si persiste– lo cambiaron de comando a otra ciudad. Pero como estaba amañado y coordinado se llevó para su nueva posición, y el Plan Bolívar 2000 en esa región, nada menos que a su ayudante y a su secretaria ¿pendejito, no?

Para los ascensos, con sus superiores y políticos debían desarrollar tres virtudes, sólo recuerdo dos: “quemarse el pecho” y “don de mando”. Que se traduce en “quemarse el pecho” haciéndoles parrillas y “dónde mando” el whisky o la lapa que le traje. O, en la era Lusinchi, ascensos de la generala que los hizo denominar generales ibáñez.

Y como no teníamos muchos equipos militares era puro lucir uniformes, cursos y rumbas. Ahora se ha invertido en necesario armamento y tienen mayor actividad militar para nuestra protección y defensa de la soberanía.

O sea que dejamos de tener unas fuerzas armadas pajúas, elitistas, para ser activas, patriotas y consustanciadas con el pueblo. Revolucionarias, pues.




Esta nota ha sido leída aproximadamente 2640 veces.



Eduardo Palacios Sevillano

Ingeniero Civil. Escritor y caricaturista. Productor radial y locutor. Miembro de la directiva de la Orquesta Sinfónica del Estado Anzoátegui. Miembro de la Junta Directiva de la Sociedad Bolivariana del Edo. Anzoátegui. Coordinador de la Red de Historia, Memoria y Patrimonio de Anzoátegui.

 edopasev@hotmail.com

Visite el perfil de Eduardo Palacios Sevillano para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter



Eduardo Palacios Sevillano

Eduardo Palacios Sevillano

Más artículos de este autor