Por la inseguridad que hay, mucho me preocupa salir. Pero no por la inseguridad esa que machacan los medios privados diariamente como queriendo significar que con un eventual gobierno de la MUD desaparecería. Pues sépase que no con un eventual, sino con un irrealizable gobierno de la MUD, más bien aumentaría, pero es posible que al mismo tiempo desapareciera de los titulares de los medios privados de comunicación, debido a que ellos formarían desgobierno de inmediato y por supuesto no deshonrarían su propia gestión dizque gubernativa aterrorizando a sus hipotéticos gobernados. Ellos los aterrorizarían a su muy conocido, viejo y particular estilo; al estilo “Escuela de las Américas”: amenazas, golpizas, torturas, saltos mortales de helicópteros y demás modalidades de desapariciones forzadas. Todos por supuesto muy democráticos y rigurosamente comprendidos dentro de los parámetros conceptuales de los muy taxativos y restrictivos derechos humanos de los que nada más pueden gozar los monstruos de la izquierda.
A la inseguridad que hago referencia es a la que representan las venerables mujeres que, en la calle me lanzan unos atentados (a mí, chico, que ya casi soy un despojo) que me ponen muy temeroso de verme en la situación de tener que retrotraerme a etapas de mi vida ya superadas festiva y afortunadamente… Pero bueno, no es ese el tema de este reportaje digamos que improvisado.
El tema es que salí y me metí en otro restorán tradicional en busca esta vez de un “cruzao”, porque aquí todos los restoranes son tradicionales, salvo los del Sambil, que son más bien “traicionales”… Nótese por tanto que tradicional no significa lo mismo que “traicional”. Traicional atiende fonéticamente a traición, y, desde el punto de vista penal, a Indepabis.
Pero cuando arribé al restorán tradicional, lo hallé también medio lleno o medio vacío, pero esta vez siendo víctima como de un barullo alcaldoso. Al ratico o ratito de haberme sentado, luego de hacer presencia encandilado y acalorado, comprobé que mi escrúpulo se confirmaba: en efecto, había allí un alcalde con su séquito. Y dicho alcalde, por cierto, era escuálido. Diría que atípicamente escuálido… Pero de no haber sabido de quién se trataba, igual lo hubiese identificado como tal, fundamentalmente, por la aparatosa comparsa que interactuaba jaranera en su derredor. Estaba compuesta como de doce personas donde casi todos eran hombres. Sólo dos mujeres que por cierto no sé si estaban armadas. Al menos no se le notaban protuberancias que no fueran las estándares y que tanto endulzan un varonil mirar. (Temo que el premajunche Capriles Radosnski no piense lo mismo). Pero los hombres sí que estaban todos impertinentemente “calzaos”… Tanto, que parecían conformar un auténtico piquete de chácharos gomecistas. Unos con pistolas Brownning 9 mm. parabellum metidas desnudas en sus bolsillos derechos, donde exhibían sus oxidadas cachas que quién sabe cuántas cabezas de chavistas aporrearían sanguinolentamente, o cuántos delitos graves con ellas se habrían cometido, bien por ejecución directa de sus poseedores, o por haber sido arrendadas por ellos a terceros operadores; y otros con Walters PPK 9 mm corto cuyas oscuras cachas emergían de sus respectivas zonas inguinales derechas.
La mesa era larga y por supuesto en uno de sus extremos hallábase muy bien sentado el alcalde presidiéndola. A su diestra estaba una de las dos damas, la más joven y agraciada, pero con rostro esquivo que me hizo recelar, de inmediato, que no sólo era su secretaria y que lo ojeaba con inclemencia cuando levantaba su mirada permanentemente clavada en un BB que operaba con manifiestos signos de ansiedad. La otra estaba “patrás”, como discriminada y quién sabe cuán llena de celos por lo exangüe de su rostro.
Cada luengo lado de la mesa daba asiento a su correspondiente hilera de hombres de mediana edad que se daban la espalda los unos a los otros sólo por el deseo de acaparar (o de gozar, aunque fuese por unos segundos) de la atención o mirada del alcalde. Pero como este se mantenía con los ojos clavados en el BB, entonces los hombres hablaban en voz alta sobre sus apreciaciones como militantes de diversos grupos políticos de la MUD, buscando entonces llamar su atención por otra vía, a lo que el alcalde tampoco ni la más mínima bola le paraba. Él sólo tenía miradas largas y profundas exclusivamente para su BB.
En otra mesa para cuatro, ubicada justo detrás del alcalde, estaban tres hombres haciendo ver que eran simples bocas parroquianas que, como aperitivos libaban cubalibres a muy buen ritmo. Al rato, y tal vez para descansar los ojos de tanto mirar su BB, viró de pronto el alcalde para sentarse con ellos, lo que me hizo pensar que no se trataba de simples comensales parroquianos, sino de guillados guardaespaldas muy discretamente “calzaos” dado que ni siquiera un palillo de dientes se les notaba como armamento. Con ellos sí se mostró cordial y parlanchín por un buen rato, hasta que llegaron tres mujeres del pueblo pidiéndole algo con determinación de ultimátum, a las que el alcalde les respondía con gritos y gesticulaciones carentes de mesura, para por último gritarles, malhumorado: ¡Se me van pal carajo, pué! alcaldada que los guardaespaldas se vieron listos para hacer cumplir por las malas, y que, cuando intentaran pararse para ello, fue cuando les viera el iceberg de sus respectivos pertrechos de fuego.
Y debo reconocer, que así como los atentados de las bellas damas me hicieran recordar tiempos pasados hoy superados, esta semblanza también logró retrotraerme a desagradables parajes de la cuarta república… Por lo que, ¡ojalá que nunca más vuelvan!
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