No hay que negarlo: sí le dio. Y no el pasado jueves como regaron sus enemigos. Fue empezando la década de los años 70. Específicamente cuando ingresó a la Academia Militar con las ganas de ser pelotero de Navegantes del Magallanes.
No es un secreto para nadie. Él mismo lo ha dicho cientos de veces, aunque con otras palabras. “Aquí yo nací y asaltó en mí la voluntad de vivir, la voluntad del poder para un pueblo, poder para que una patria pueda ser, para liberar un país”, declaró en agosto de este año a José Vicente Rangel según recoge el link www.aporrea.org/actualidad/n186199.html.
Allí está la clave: así empezó el famoso ACV, siglas de su Acción Combativa por Venezuela. Allí se le subió a la cabeza para contaminarlo fibra a fibra. Gracias a ese bendito ACV la patria cuenta hoy con un nuevo amanecer.
De tal intensidad fue que le permitió, en muy poco tiempo, ubicar la raíz del cáncer que abate al mundo. Que se llama Capitalismo y que para extirparlo no hay mejor antídoto que la conciencia de saberlo.
Su ACV se tiñó luego, casi de inmediato, de tricolor para pasar luego a rojo. Coloradísimo. Las plaquetas revolucionarias le inundaron el alma y la voluntad.
El diagnóstico fue incuestionable: “el ACV se le convirtió en Socialismo”, señaló su médica de cabecera, la doctora Rebeldía. “Y no tiene cura”, concluyó luego.
Desde entonces, y en franca contracorriente, no ha hecho más que desechar tratamientos salidos de mercantilistas clínicas burguesas. Decidió cobijarse con los rezos del pueblo pobre, del pueblo creyente y lleno de fe. Del pueblo que va a la montaña de Sorte en Yaracuy y a la iglesia de base en el barrio. De descamisados y harapientos. De intelectuales honrados.
Algo que impresiona a propios y extraños es que a muchas y muchos contagió. En camionetas, a pie y en Metro esas muchas y esos muchos ostentan y lucen con pretensión su cuota de ACV. El país todo se ensalma con yerbas de solidaridad.
¿Qué no se cura?, pues, ¿quién dijo que sarna con gusto pica?
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